BAILE A RITMO DE SALSA


 

La noche lo acompañó hasta la casa y el sabor dulzón de la bebida demudó sus sentidos. En su cabeza, un barullo de imágenes mezcladas daba vueltas en círculos. Buscó la llave entre los bolsillos del pantalón. Los perros del vecino de enfrente ladraron agitados. Él les hizo una mueca de silencio con el dedo índice y metió́ la llave en la cerradura un par de veces. La puerta no cedió́. Empujó con fuerza. Oscuro, todo estaba oscuro y tropezó́ con la mesa de la sala. La caída fue amortiguada por un sillón y logró asirse a uno de los brazos de cuero negro. Caminó tambaleándose buscando el baño y vomitó en el piso. Qué mujer, pensó́ entre arcadas, y cerró los ojos.

Tres días seguidos: bares, discotecas y un poco de hierba no hacen mal a nadie. Ahora que Vanesa se ha mudado necesito salir de mi casa solitaria, del espacio insoportable, ver la calle, sentir la Luna a mis espaldas y arrancar en el BMW. Estoy vivo. La llamo, no la llamo. Si no contesta al primer timbrazo cuelgo. Colgué́. A ver si me pone una perdida. No. Inútil esperar. Hoy inauguran un pub en el centro. Allá voy.

Apuró la bebida sin quitarle los ojos de encima a un cuerpo de mujer bailando en solitario. Los movimientos seductores mezclaban el cabello en un abanico multicolor de formas ondulantes. Otro trago de ron, otra vez la garganta quemada, y el dos por uno de las happy hours. No perdió́ más tiempo. Ahora estaba en forma para llegar donde ella, para poder hablarle. Sentía que la lengua se le iba soltando y las palabras salían solas.

Equilibrio, necesito un punto de apoyo. Aquí́ hay una mesa, pongo una mano y me impulso a la pista. Bien. Ahora a moverme. ¡Coño, que está buena esta nena! Solo mirarla a los ojos y listo, mirar esa cara de foto modelo y una señal. Eso, ritmo, uno, dos, tres, así́. Ahora las manos en la cintura. Un poco más abajo y es la curva perfecta. Eso, no te sueltes, ya está. Si te pegas eres mía.

Bailaron por largo rato, sintieron sus cuerpos y cruzaron miradas entre luces flotantes. Los labios de ella destilaban fulgores minúsculos, como pequeñas luciérnagas en vuelo nocturno. Apenas separados entre una música y otra, ella miró con gracia el reloj y soló una expresión de apuro. Él siguió́ bailando por inercia y en la última nota de un merengue la alcanzó. Caminaron juntos hasta el auto de ella. Cari, Eduardo. Él le abrió́ la puerta y ella le dio su tarjeta, un adiós y un llámame. Se quedó parado un rato aturdido por aquella avalancha. Volvió́ a la barra y otro ron y la música y las luces.

Escucho ruidos, una sirena y golpes en la puerta. El olor a vómito me asquea. Las voces se hacen más claras. Distingo un llanto y creo que es Vanesa. Un accidente. Trato de incorporarme pero el dolor de cabeza me tira la espalda. Siento el piso del baño frío y tengo las piernas acalambradas. Ahora hablan en voz alta: un BMW negro, un hombre tirado en la acera y el conductor dado a la fuga. Mi cabeza es un trompo y Cari, entre nieblas, da vueltas y vueltas a ritmo de salsa.



Marco Ponce Adroher 



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