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Mostrando entradas de marzo, 2021

Por el ojo de la aguja

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Era un asunto de orgullo personal , de independencia, de ser iguales con mi compañera que también había tenido una jornada agotadora. Me dispuse muy en silencio a pegar un botón suelto en el pantalón que quiero usar mañana.  Busqué la caja de costura, elegí una aguja apropiada para poder enhebrarla con destreza, como cuando mi mamá me lo pedía y yo trataba de lograrlo a la primera.  Pero ahora me demoré bastante y mientras le apuntaba al ojo de la aguja, tozudamente, pensaba no me la va a ganar, intentando pases infructuosos y me concentré solamente en ese desafío. Un poco antes de lograrlo, recordé la parábola del evangelio, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a qué un rico de salve.  Estoy salvado pensé porque no soy rico. Y me retruqué a mi mismo, soy rico porque necesito poco. Y pasó el hilo firfilo por fin por el esmirriado agujero de la aguja. Estaba listo para mi cometido y dediqué un par de minutos a reforzar ese botón y mientras lo hacía recordaba el Runrú

Necroredes

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  A todos nos ha pasado, que amigos que estaban en Facebook de pronto fallezcan y que sigan en su muro, participando de la red. El punto es que, en proyección, miles y miles de miembros de esta red habremos muerto y seguirán los posteos y las fotos como una mega biblioteca de la civilización del siglo XXI, donde quedarán las huellas de nuestro paso por esta dimensión, en un disco duro que flota en alta mar, en una telaraña gigante que se va tragando a la humanidad. Facebook tendrá más muertos que vivos y los antropólogos del siguiente siglo indagarán en nuestras historias sobre los hábitos culturales de éste, nuestro tiempo. Hasta ahora, a Facebook no se le ocurre un link al más allá, quizás a la mitad del túnel, que permita cerrar la cuenta o dejarla de herencia para los reservorios del futuro. Facebook es la vida al aire libre, en la vereda de gigantescas ferias, donde somos virtuales y en esa dimensión inmortales, claro, hasta que no venga el gran hermano y te formatee los archiv

Gracias a la Música

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Suena la música y me lleva a la adolescencia, en un vértigo de emoción recóndita, que aflora como un diario de vida, garabateado con corazones y acrósticos. Aparece de pronto el baile, la sed pasional que vibraba en la media luz de los lentos. La música es confidente, aparece con rostros que ya casi no tienen nombres precisos, pero permanecen vivos en algún cofre neuronal que las melodías recrean. Es un mágico viaje que, por personal, se hace secreto indecible, apenas suspiro, que la mañana disimula y excusa con mesura. Estoy escuchando radio, música escogida para quienes necesitan esta íntima terapia para energizar las horas que siguen, con insinuantes guiños al presente, erotizando el domingo. En medio del jardín, las flores también bailan al ritmo del viento sur, las plantas también gozan la música y las palabras de saludo de la dulce jardinera que las cuida, riega y nutre. La sintonía surge en un pequeño milagro de vida, en medio de una vorágine de negros sucesos, para recuperar

EL ESPEJO DE NATALIA

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  Iba de salida cuando sentí una presencia extraña en la habitación. Miré alrededor. No noté nada fuera de lugar. Me acerqué al ropero y lo abrí para revisar, sólo como medida de precaución. Ahí estaba mi perfume de gardenias en el lugar de siempre. Me puse unas gotas en las sienes. En ese instante, la veo. Se refleja con claridad una niña en el espejo. Lo curioso es que la niña tiene unos aretes parecidos a los míos. Cierro bruscamente el ropero asustada. Salgo corriendo de la habitación sin tener a quien acudir para contarle lo que sucede. La casa está vacía, todos han salido y otros han muerto. Reacciono. Seguramente estoy soñando me digo. Me pellizco para despertar. Estoy despierta. Regreso a la habitación, abro el ropero nuevamente y ahí está ella mirándome. Cuando le doy la espalda me jala hacia el espejo y ahora es ella quien corre a buscar ayuda.   Los padres suben a revisar la habitación, sienten un olor a perfume muy fuerte que no reconocen pero no ven a nadie; le dicen a

Las piernas de Lupita Celeste

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Lupita Celeste presumía un par de hermosas piernas que nacían en el tobillo y terminaban en las pompis; dos lindas  columnas invertidas del templo de Osirión en Egipto: derechitas, delgadas en el tobillo y que engrosaban conforme ascendían. Cuando vi a Lupita Celeste, toda ella me gustó: pelinegro, carilinda, cuello‘ecisne, pecho‘epaloma y patijuntas. ¡Sus piernas eran lo máximo! Lucía muy entallados jeans y al ver la imagen completa, solo atiné a pensar: “Tengo que acariciar esas piernas, costare lo que costare”. La enamoré al estilo de antes: flores, chocolates, paseos al parque, serenatas y cuando nos hicimos novios les dije a sus piernas: “¡Hey! A las dos les digo: ¡Ya llegué ya! Pero el destino es cruel y veleidoso: — Nos invitaron a un bautizo en un rancho aquí nomasito —me dijo Lupita Celeste— y voy a ir con mi familia. ¿Nos acompañas? No, jamás. La presencia de su papá, don Helio (tocayo del gas que en el sol abunda), me infundía temor; temor es poco, ¡pavor! Don Gas era un t

Diálogos marinos

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  I Quiero saciarme de mar, de su sonido nocturno, del viento que me trae su rocío. Quiero empaparme a tal grado de su esencia, que pueda seguir sin sufrir cuando no lo tenga frente mío o ya no pueda curar mi cansancio en sus abrazos de espuma fría.  Cuando me anticipo a ese día en que deba alejarme del mar, quiero que mis huesos retornen hechos cenizas a su lecho de nocturnidad y pleamares, para ser navegante empedernido de sus remolinos eternos. II Así como has forjado con tus martillos de espuma las rocas del litoral, has moldeado el carácter de la gente que se atreve a recorrerte, soporta tus cambios de humor y te llama la mar, quizás para asimilar en ese vocativo femenino, la ausencia y lejanía de las mujeres que languidecen contemplándote.  Has forjado un crisol de navegantes, pescadores, poetas marineros que se han  trepado a los mástiles o han pasado el frío en los brebajes calientes de vino y canela. Cuando se lanzan las redes y el silencio se bambolea entre estrellas cadencio

Dos relatos breves de Sonia Ehlers

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                                          Tere Conversábamos al pie del observatorio en el desierto de Atacama y Jacinto preguntó: —¿Extrañas a Tere? —No, le dije. Después de meditarlo, he llegado a la conclusión que solo existimos en la memoria colectiva. Somos como las estrellas que se apagaron hace mucho tiempo y de ellas, solo queda la luz. Lo que llamamos vida está en la mente. ¿Recuerdas el siglo 21? ¿La sequía, la hambruna, la contaminación que nos exterminó? Cuando toquemos el punto clave de otro planeta, la memoria de ellos se activará extinguiendo totalmente la nuestra: entonces extrañaré a Tere. La paloma Moribundo voló por los aires. Era lunes. Aquella mañana subió al auto rumbo al trabajo; en el camino lo embistió el camión que se veía en el fondo de la zanja. De su auto no quedó ni rastro. Sólo lo vieron salir disparado a través del parabrisas;  durante el vuelo golpeó a una paloma. La paloma lo ayudó a amortiguar la caída mientras moría. Sonia Ehlers