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Mostrando entradas de febrero, 2021

Ánima del Mar

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  No escarmentaba la torpe doncella, mojada y revuelta de arenas, se quedaba en la orilla como una cometa. Pero luego, insistía, jugando graciosa, al mar se volvía, a sacar la arena de su pelo negro y sus orejas pequeñas, Y de nuevo las olas hacían de ella una tromba risueña, gracilarias y luches revolcados de espuma, se quedaban con ella.   Al mar no temía, aunque ella era niña de sierras, que del mar no entendía gran cosa, mantenía entre sueños de almíbar y acuarelas celestes o rosas, sus castillos de arena encantada, jugando entre caracolas del monte a ser una dulce sirena, de voz entonada y ligera.   Una tarde siniestra, se cuenta,   retozaba en la arena soñando, cuando vino una ola gigante que no supo de juegos ni anhelos, la envolvió para siempre en su ira, la llevó mar arriba, hasta el cielo, la dejó constelada en silencio.   Por las tardes de verano en Caldera, a las playas desciende la niña, la veréis correteando muy pálida, entre espumas rosadas o lilas, como un a

Remembranzas porteñas

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  El asado de tira estaba listo. La sal gruesa doraba la carne y al interior el jugo guardado invitaba a probar. Estaba a punto. En las tablitas se fueron cortando los trozos y en la fuente al centro del mesón se colocó la ensalada mixta, condimentada con aceite de oliva y una pizca de vinagre.  Todos nos sentamos bajo la enramada en el patio de tierra previamente regado. Se combinaban los olores de la tierra mojada, el asado y la ensalada, era mediodía y este alto en el camino era un ceremonial, el acicate del trabajo duro. En vasos llenos de flores amarillas se dispuso el vino rojo y alguien trajo un bidón de soda helada para mezclar.  De pronto, de una radio antiquísima colgada en una esquina, comenzó a fluir un tango arrabalero. La eucaristía de la tierra estaba preparada.  El madrugador Buenos Aires de las maestranzas y las construcciones se detenía a almorzar y la vida se estampaba en el recuerdo con un ramillete de aromas, imposibles de borrar. Caballero de la Rosa

Casa de citas

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Enorme nave para recorrer las mejores fantasías. Dos lunas de espejos dorados rodeaban el camastro rojo, el somier de malla metálica soportaba un gran colchón de lana, la colcha de seda y las sábanas de algodón crujiente, con bordados rococó en las fundas almidonadas. La habitación era alta, amplia, con cortinas guindas y visillos bordados en hilo, con las figuras de corceles que parecían brotar del verde de un nogal que sombreaba la ventana. Un gobelino llenaba la muralla y una toilette con espejos rebatibles, era el espacio íntimo para que el maquillaje convirtiera pálidas mejillas en fuego de deseo. Cuando entraste en ese cuarto clandestino y a media luz, se encendieron tus pupilas de una curiosidad extraña. Traías tu baby doll negro en tu cartera, la medias negras con portaligas, el soutien negro elevando como promesas tu pechos niños. Ibas preparada para esas dos horas de desfachatez y lujuria. El rouge carnesí de tus labios, auguró exploraciones sorprendentes, tus orejas lucían s

Buscando un Mantra

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Inspira, exhala, sigue el ritmo cadencioso de las olas Fluye hacia la cima, sin el peso de tus quejumbres, permítete la desnudez total de tu conciencia, para abarcar las dimensiones recónditas de la humanidad y resumirlas en una síntesis cristalina, que permee la luz del conocimiento, del verbo, de Dios. ¡Cuán pretencioso es el hombre! feble criatura que transita ciego por su estrecho ensayo, distraído por viscerales hambres, por llamaradas de pasión que luego se apagan, dilapidando su escaso tiempo y dejando huellas negras en su depredar. ¿Cómo aspirar a redenciones o a enésimas oportunidades? Inspira, exhala, tropiezas con tus secretos, con tus culpas recónditas, los perdones retrasados eternamente. Sopesar lo imprescriptible, embalsamar de excusas los laberintos. Despojarse de todos esos lastres y ascender para respirar la impronta libertaria, sacudiendo la vanidad del oro, convertido en esencia sublime, niebla celeste cobijándose en las esporas de los cactus del desierto.

Más allá de la montaña

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  El jorongo de Tequila  Donají sonrió al escuchar a sus hermanos jugar en el patio con pelotas de barro que contienen piedritas. “Algún día escucharé a mis escuincles correr tras ellas igual que jugué yo”, murmuró. Era una tradición en el pueblo. Ahora ella tenía obligaciones de gente grande. Venía el invierno y quería coser un jorongo para el más pequeño de sus hermanos. Se sentó frente al marco/telar y se concentró en su labor. “Aplicaré la misma técnica que me enseño la abuela”. Sintió que continuar con la costumbre prehispánica de fabricar sus propios tejidos era su obligación. Su abuelo nostálgico se sentó en su mecedora de madera en la esquina cerca de la ventana. Todas las leyendas que conocía Donají sobre Tequila y sus alrededores, era gracias al abuelo. Ella no conocía otro pueblo. Nunca había salido de Tequila. Esa tarde el abuelo le dijo: -Tu abuela tenía la tez oscura y curtida por trabajar en el campo. -Embebida lo escuchó e imaginó a su abuela recorrer las plantas de aga

Cambalache, modelo de negocios

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  Cambalache, modelo de negocios Se le recuerda dadivoso, todo un dandy, generoso, entregando propinas millonarias. Pero, como dice el sabio refrán popular, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía. Era un personaje grueso, cobrizo y seco, como las rocas de la precordillera, soñaba con brillar tal como el oro que circulaba por esos casinos que él había conocido como emigrante. Cruzó los límites para lograr un reconocimiento. Hoy se ha esfumado, tratando de eludir la mano de la justicia que sus víctimas han demandado y el cerco se cierra. Este cuento como todas las leyendas mineras, tiene mezcla de fantasía y realidad. Se cuenta en las serranías del norte chileno que de niño era un vago regordete y ambicioso, que había conocido la ruina de su familia y heredado de su padre unas pertenencias mineras que eran unos viejos yacimientos de hierro, que no valían nada y permanecían abandonados. Los viejos del norte comentaban aquellos tiempos de prosperidad que había signif

Comiéndose un cable

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  Amaneció un día más de 2021. El cielo despejado se viste de celeste marino y la tierna brisa acaricia la ciudad. Las principales calles y la vía Interamericana se van saturando con vehículos, cuyos ensimismados conductores se dirigen contentos a su trabajo donde les pagan el salario quincenal. La gente, con el celular en la mano, vive su propio mundo; se mueve tarareando una melodía o echa un vistazo a Instagram para enterarse del tiroteo por el tumbe de drogas, del diálogo de la comedia bufa en la “Honorable” Asamblea Legislativa, de los avatares en Gringolandia o se lamenta por los muertos de Covid. Vicente dejó la comarca por la ciudad, en busca de un trabajo y mejores condiciones de vida. Han transcurrido siete años difíciles. En este inicio de año, no se siente bien, además le preocupa la crisis económica que vive su numerosa familia y el azote de la pandemia. Jacinta, joven atractiva, de mediana estatura, madre soltera, la chica con cuerpo de sirena, cinturita de Barbie y cam

Misión para Heracles

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  Llegó al Olimpo, lugar en el que habitan los Dioses y Semi-dioses. Una Orden del Gran Zeus, el más grande o quizás de los dioses, el más terrible. Era perentorio actualizar la época en que los dioses se paseaban por la Tierra   y eran venerados y temidos.   No podían bajar a la Tierra. La veneración, temor y ofrendas ofrecidas por la criatura humana era lo que los mantenía con vida y lo que los energizaba. Así pues, ya que no estaban en condiciones de bajar. Se decidió enviar a un semi-dios. ¡ Y qué mejor que al hijo mismo del más Grande! Zeus¡ De esta manera bosquejaron las nuevas tareas para Hércules-Heracles, Hijo de Zeus. Antecedentes previos: Acosados los habitantes de una pequeña región, rica en recursos naturales: Minerales, como cobre, oro y litio, y un inmenso litoral proveedor de gran riqueza marina, eran asolados por una enorme bestia, semejante a la hiedra de Lerna con   muchos tentáculos y cabezas, cuyos ojos hipnotizaban a quienes los vieran, lo que había he

Mi corazón es de madera

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    Diario de un árbol. A Nazaret, Juan Emilio y Benjamín.   Desperté una tibia mañana de invierno, abrigada y protegida por la madre tierra, siento como el astro rey me brinda su calor y la noche siembra de rocío mi lecho. Hoy sentí como mis simientes crecen palpitantes y se profundizan en el suave vientre de mi madre, mientras mi cabeza incolora asoma a la superficie multicolor del día. He dejado mi cobijo y con dos hojas por brazos elevo la oración de crecimiento al lejano pero certero cielo que en finas gotas riega mi existencia. Entre los arbustos me abro paso, los abrojos y murisecos han quedado atrás, solo las hormigas cortadoras retrasaron mi ascenso, pero nuevos brotes acuden a mi ropaje como señal de esperanza. Un gigante ha caído abatido por la tormenta.   Estremecido por el vendaval, en su caída perdí una de mis ramas, pero mi ganancia fue en rayos de sol. Hasta mi la lluvia trae nutrientes y ya me descubrí del tamaño de un hombre, ya soy capaz de provee

Prisionera del Dolor

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                          Se levantó de súbito aquella mañana, se sentó frente al espejo y de pronto descubrió que ya habían transcurrido 40 veranos, su mirada ya no era la misma, su rostro presentaba los rasgos de la madurez, se descubrió una arruga más consistente que las otras, su mirada fue de horror y su expresión tanto mayor. ¿Qué pasó con la lozanía de su rostro, la juventud que tenía y que creía eterna? Su piel ya no tenía la firmeza de los años pasados y las preguntas comienzan a asomar, se mira mientras los recuerdos afloran en su mente como un volcán en erupción, arrasando todo a su paso, cual tornado. Recuerda sus paseos por el jardín de la casa familiar, sobretodo en primavera, el brote de los árboles y las flores de múltiples colores y ese aroma a jazmín inconfundible,   recuerda cortar los botones blancos de rosas y correr a su cuarto para ponerlos en la mesita de centro, - tenía en aquel entonces 12 juveniles años- era su fascinación ver a través del espejo có

La culpa

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  Hundió sus manos en los bolsillos y partió cerro abajo, rumiando episodios imborrables, clavados a fuego en medio del pecho. Siempre había oído decir que, al morir, la persona deambula por todos los lugares que recorrió en su vida y siempre imaginaba una larga agonía, dada la vida nómada que por décadas practicó, por distintos vericuetos del mapa. Lo que no había entendido antes, era que la agonía se tuviese que vivir con todas las luces prendidas, con la energía vital llevándolo por angostas veredas, donde los paisajes vecinales habían cambiado, donde esos amigos de infancia y adolescencia habían partido. Donde el amor se había secado como un árbol doblado por el fuego. Y por ello, iba sintiendo que su longevidad y energía vital eran parte de la penitencia ideada en pago por una culpa gigantesca, metida en su venario como una esquirla cotidiana. La bendición de tragarse los años sin rastro en su cuerpo juvenil, comenzaba a convertirse en la maldición de Dorian Gray, cada día m