Ánima del Mar

 


No escarmentaba la torpe doncella, mojada y revuelta de arenas, se quedaba en la orilla como una cometa. Pero luego, insistía, jugando graciosa, al mar se volvía, a sacar la arena de su pelo negro y sus orejas pequeñas, Y de nuevo las olas hacían de ella una tromba risueña, gracilarias y luches revolcados de espuma, se quedaban con ella.

 

Al mar no temía, aunque ella era niña de sierras, que del mar no entendía gran cosa, mantenía entre sueños de almíbar y acuarelas celestes o rosas, sus castillos de arena encantada, jugando entre caracolas del monte a ser una dulce sirena, de voz entonada y ligera.

 

Una tarde siniestra, se cuenta,  retozaba en la arena soñando, cuando vino una ola gigante que no supo de juegos ni anhelos, la envolvió para siempre en su ira, la llevó mar arriba, hasta el cielo, la dejó constelada en silencio.

 

Por las tardes de verano en Caldera, a las playas desciende la niña, la veréis correteando muy pálida, entre espumas rosadas o lilas, como un alma en pena y pequeña. Cuando cae la noche desértica, ella renace  en caracolas y luna, su canto seduce en las playas a mendicantes poetas en pena y, con un himno de ingenua sirena, les sacude y calma cadenas. Mas, si ellos se duermen con ella, se los lleva en espumas de estrellas, los encumbra en las olas doncellas y se pierden por siempre sus versos en el anaranjado horizonte de Caldera.

Hernán Narbona Véliz

Comentarios

  1. Oh, maestro, cuánta hermosura desborda su prosa vestida de gala poética. En su perfecto lugar cada motivo del relato se engarza con ritmo y armonía. Mis sinceras felicitaciones.

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