Remembranzas porteñas

 


El asado de tira estaba listo. La sal gruesa doraba la carne y al interior el jugo guardado invitaba a probar. Estaba a punto. En las tablitas se fueron cortando los trozos y en la fuente al centro del mesón se colocó la ensalada mixta, condimentada con aceite de oliva y una pizca de vinagre. 

Todos nos sentamos bajo la enramada en el patio de tierra previamente regado. Se combinaban los olores de la tierra mojada, el asado y la ensalada, era mediodía y este alto en el camino era un ceremonial, el acicate del trabajo duro. En vasos llenos de flores amarillas se dispuso el vino rojo y alguien trajo un bidón de soda helada para mezclar. 

De pronto, de una radio antiquísima colgada en una esquina, comenzó a fluir un tango arrabalero. La eucaristía de la tierra estaba preparada. 

El madrugador Buenos Aires de las maestranzas y las construcciones se detenía a almorzar y la vida se estampaba en el recuerdo con un ramillete de aromas, imposibles de borrar.

Caballero de la Rosa

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