Comiéndose un cable
Amaneció
un día más de 2021. El cielo despejado se viste de celeste marino y la tierna
brisa acaricia la ciudad. Las principales calles y la vía Interamericana se van
saturando con vehículos, cuyos ensimismados conductores se dirigen contentos a
su trabajo donde les pagan el salario quincenal. La gente, con el celular en la
mano, vive su propio mundo; se mueve tarareando una melodía o echa un vistazo a
Instagram para enterarse del tiroteo por el tumbe de drogas, del diálogo de la
comedia bufa en la “Honorable” Asamblea Legislativa, de los avatares en
Gringolandia o se lamenta por los muertos de Covid.
Vicente
dejó la comarca por la ciudad, en busca de un trabajo y mejores condiciones de
vida. Han transcurrido siete años difíciles. En este inicio de año, no se
siente bien, además le preocupa la crisis económica que vive su numerosa
familia y el azote de la pandemia. Jacinta, joven atractiva, de mediana
estatura, madre soltera, la chica con cuerpo de sirena, cinturita de Barbie y
caminadito espectacular -los amigos le dicen: “ Biombo, uno pa’ ti, otro pa’
mí”. Jacinta está desesperada porque los proveedores han incumplido su deber.
Le chatea a Simón, quien se disculpa con ella y le dice no puede pagar la
pensión de Thalía, Chencho y Pablo, ya que la gallera cerró el negocio; Pedro
ha fallado con la bolsa de comida para Anita y Vicentito porque no ha
conseguido renovar la chamba en la constructora; Teobaldo, dicharachero y buen
amante -, la llevaba a los bailes de Ulpiano, el “Mechiblanco”; le regalaba
siempre chances de lotería y Chinta hasta ganó en dos ocasiones cincuenta
dólares-; Pedro era su esperanza, pero cuando repartía pizzas a domicilio, tuvo
un accidente con la moto; el pobrecito tiene la pierna derecha enyesada,
permanece en casa del hermano mayor y no puede trabajar ni darle nada; desde
hace seis meses, no ha podido, ni siquiera, buscar a los dos hijos que le dejó
en la casa , dizque no los podía llevar con él al trabajo.
Vicente
llegó a la sala de urgencia a las diez de la mañana, con la certeza de ser
atendido inmediatamente, no obstante, eran las cuatro de la tarde y aún no lo
llamaban. Era la primera vez que iba a la sala de urgencia. Allí, unos lloran,
otros corren de aquí para allá, una niña con la cabeza que sangra a borbotones,
unos paramédicos entran con camillas de cuerpos desfigurados… Vicente tose que
tose, se desmadejó y su acompañante no estaba en ese momento, pero un
jovenzuelo que lo observaba gritó:” ¡Auxilien a este señor!” Un guardia lo
condujo en silla de ruedas hasta el cubículo del médico que acababa de atender
a un paciente ¡Hasta que al fin, Vicente fue atendido por un médico que lo
interroga de inmediato.
---
Pase, señor. Dígame su nombre – dice el doctor.
---
Mi nombre es Vicente Villa.
---¿Qué
edad tiene?
---.55
años. ¿Dónde vive?
---
En Brooklincito, antes se conocía como el “País de las mujeres” - barriada de
madres solteras con mucho hijo ; muchas niñas en malos paso.
--- ¿Trabaja?
--- ¡Sí!
--- ¿Por
qué ha venido?
---Porque
me siento muy mal, doctor. Dígame lo que tengo y la medicina que debo tomar;
porque yo necesito trabajar mañana porque tengo que llevar alimentos a mi
familia.
---Primero,
me, ¿qué siente?
---Que
el aire se me va, me duele mucho la cabeza y tengo escalofrío.
--- ¿Desde
cuándo está enfermo?
---Desde
hace tres días que me hicieron el hisopao, pero salió negativo.
---Voy
a tomarle los signos vitales, señor Villa... Tiene 39 grados, 150 de presión
arterial, de pulso, sus glándulas están muy inflamadas. Sus síntomas son
característicos de una influenza severa.
--- ¿Vino
acompañado?
---Sí,
con mi hija.
---Señor
Villa, usted necesita hospitalizarse de inmediato y requiere los laboratorios
completos, para conocer su estado de salud y luego ordenarle el medicamento.
Vicente
fue trasladado a la Sala de urgencia donde permaneció tres días, como sardina
en lata, en una silla, al lado de otros enfermos. El personal que lo atendía
era atento. Hasta que se le dio de alta porque había mejorado. Se le recomendó
aislarse en casa y se le recetó tomar paracetamol una vez por día, bastante
líquido. Tenía que salir dadas las circunstancias. Y es que basta mira en un
instante el arribo incesante de enfermos, la escasez de tanques de oxígeno,
insumos y medicamentos, el rostro del personal médico y paramédico en doble
turno.
Han
transcurrido diez días que Vicente sigue midiendo su fuerza por vivir -como
hace seis meses cuando casi pierde la vida por una bala perdida que penetró
cerca del pulmón izquierdo a causa del enfrentamiento de pandillas de
adolescentes que se disputaban su territorio, en la calle la Vuelta del
almojábano.
Son
las seis de la tarde; la mariposa de alas azabaches revolotea dentro de la
casita hasta que se posa en el lecho del enfermo. Jacinta buscaba alguna ración
de comida, cuando escucha las palabras entrecortadas de su padre, por tercera
vez: ” Hija, no puedo respirar; se acercan, oigo los pasos”. La algarabía de
los siete niños irrumpe con una petición al unísono “¡Tatica, Chente,
levántese! “Vaya a la tienda del chino y compre pan y helado y dulce y soda y
sangüiche”; pero su mirada queda se fuga por la ventana y se pierde entre
los mirtos florecidos. Esa noche, en los almendros próximos al río, un
pajarraco emite notas de réquiem.
Aura
América González Beitia
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