Mi corazón es de madera

 



 

Diario de un árbol.

A Nazaret, Juan Emilio y Benjamín.

 

Desperté una tibia mañana de invierno, abrigada y protegida por la madre tierra, siento como el astro rey me brinda su calor y la noche siembra de rocío mi lecho.

Hoy sentí como mis simientes crecen palpitantes y se profundizan en el suave vientre de mi madre, mientras mi cabeza incolora asoma a la superficie multicolor del día.

He dejado mi cobijo y con dos hojas por brazos elevo la oración de crecimiento al lejano pero certero cielo que en finas gotas riega mi existencia.

Entre los arbustos me abro paso, los abrojos y murisecos han quedado atrás, solo las hormigas cortadoras retrasaron mi ascenso, pero nuevos brotes acuden a mi ropaje como señal de esperanza.

Un gigante ha caído abatido por la tormenta.  Estremecido por el vendaval, en su caída perdí una de mis ramas, pero mi ganancia fue en rayos de sol.

Hasta mi la lluvia trae nutrientes y ya me descubrí del tamaño de un hombre, ya soy capaz de proveer sombra y oxígeno, mi copa es copiosa como la bruma con la que se viste el río por las mañanas.

Desde aquí puedo ver como el ocaso con su pincel de tiempo va manchando de óxidos la tarde, el alba envidiosa copia su técnica, pero agrega el malva de un nuevo día.

Una extraña sensación en mis entrañas me embargó, perdí poco a poco mis vestiduras, pero en mis ápices se abultan nuevas hojas.

La luz del nuevo día llegó hasta mi al despuntar el alba, y me sobresaltó mi propia imagen, mis ramas y copa esta completamente revestida de flores, tersas y delicadas como las manos de un ángel.

 

Sobre mí zumban millares de abejas y por mi tronco suben hordas de hormigas en pos de la dulce miel, soy feliz de saberme colorido en el paisaje.

Junto a mi han descansado los viajeros, y sus niños dando vueltas a la ronda me han regalado el dulzor de sus cantares, he visto el amor de las parejas jóvenes y presumo en mi corteza tallado a mano un corazón con iniciales.

En las calurosas tardes, y las frías noches o ventosas mañanas, distingo las floridas figuras de mis iguales a lo lejos.

A mí raíz la cubre el manto de mis hojas secas y mi frondoso tronco es asidero de las aves y ardillas, un nido tejido de secos zacates corona una de mis ramas.

Esta tarde pude ver a lo lejos blancas bocanadas de humo, y me estremecí por la noche, mientras las llamas lejanas consumían el entorno, pero el poder del cielo fue grande llorando vida.

De mis flores y frutos, alimento gran cantidad de seres y me regocija saber que a más años más cosecha, miles de insectos en mi equilibrio natural forman parte.

Cimentadas mis añosas raíces en el suelo de la vida, ostento mi cuerpo gigantesco y esbelto, mi copa filtra el agua de la lluvia y mis pies la encausan agradecidos hasta el lecho de los ríos.

 Dos hombres vinieron esta mañana y pintaron en mi corteza una marca roja y, por la tarde, un sonido desconcertante ahuyentó mi paz, los pude ver mientras buscaban mi caída y no les importó mi edad, me precipite al suelo, y toda la vida incluyendo la mía como pilar natural fue mancillado cuando un tractor me subió a un vehículo.

Podía ver el cielo desde mi plataforma de metal y llegue a un sitio plagado de restos de mis hermanos, un montacargas me paso a un tren metálico y la dentada sierra rebanó mis entrañas en tablas, que en un horno secaron, estoy esperando mi destino en una bodega llena de aserrados compañeros.

Hoy un hombre de blancas manos me compró y terminó de secar los restos de mi cuerpo en el campanario de una ermita, el suave calor del verano no permitió que se malograran mis formas, y ha empezado a trabajarme.

Tapa, diapasón y mástil, pulidos y sellados, deje de ser una vida natural, ahora soy un ser musical, y canto con alma de cigarra las canciones que procuran proteger a mis hermanos, que terminan en muebles o casas y, en el mejor de los casos como yo, en forma de guitarra.

Siembra más, canta más, vive más, la vida es ya. Y, ahora, no permitas que nuestro mundo se termine antes de que los niños conozcan la verdad y por qué  vale más un verde árbol que un verde billete.

 

Vinko de Naranjo.

                                                                     

 

 

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