Diálogos marinos

 


I

Quiero saciarme de mar, de su sonido nocturno, del viento que me trae su rocío. Quiero empaparme a tal grado de su esencia, que pueda seguir sin sufrir cuando no lo tenga frente mío o ya no pueda curar mi cansancio en sus abrazos de espuma fría. 

Cuando me anticipo a ese día en que deba alejarme del mar, quiero que mis huesos retornen hechos cenizas a su lecho de nocturnidad y pleamares, para ser navegante empedernido de sus remolinos eternos.

II

Así como has forjado con tus martillos de espuma las rocas del litoral, has moldeado el carácter de la gente que se atreve a recorrerte, soporta tus cambios de humor y te llama la mar, quizás para asimilar en ese vocativo femenino, la ausencia y lejanía de las mujeres que languidecen contemplándote. 

Has forjado un crisol de navegantes, pescadores, poetas marineros que se han trepado a los mástiles o han pasado el frío en los brebajes calientes de vino y canela. Cuando se lanzan las redes y el silencio se bambolea entre estrellas cadenciosas, se viene al rostro la cachetada salobre que te resucita, permitiéndote llegar al alba, con las redes repletas y la piel escrita de recuerdos guardados. 

La mar compañera, la buena mar de paso cansino o la hosca mar que te revuelca y castiga por tus improperios, ambas son la amada mar, la permanente y necesaria mar con la que te levantas a forjar cual castillos de arena tu nuevo día, con la satisfacción de haber regresado a la costa una vez más, en el impredecible juego de lo inminente. Sin embargo, sin ello no podríamos sentirnos vivos.


III

Acodado en la caleta contemplaba los juegos de los lobos marinos, sus crías y esos sempiternos pelícanos, parásitos juguetones de la pesca artesanal, convocando a turistas que aparecen escondidos tras sus cámaras fotográficas o celulares. 

Eres, mar,  mi vecino y compañero cotidiano, a partir de ti surge el desierto con su idioma distinto, pero a tu lado hay un esperanto de algas canturreando siempre. En cada paseo por tu orilla, busco mojar mis pies y mi alma, para regocijo y nostalgia, sin temerte, aunque me mantenga preparado para trepar los cerros al trote si te veo desordenado o engrifado como león enjaulado.

Sin embargo, amigo mar, me descubro rompiendo tus oleajes en la playa de Flamenco o recorriendo tus rocas resbalosas por Portofino, tomando un tazón de té en Villa Alegre y manteniendo la misma curiosidad con que te recorría en la costanera de espumas en mi infancia. 

Soy apenas una sutil garúa frente a tu inmensidad y te escudriño con mi imaginación para llegar a los mundos submarinos donde delfines y sirenas mantienen la paz, alejados del desquicio ruin de esta humanidad decadente. Pero, no vine a quejarme, sino a maravillarme como cada día por tus mareas, los buques que te cruzan y los pájaros migrantes que te recorren guiados por las estrellas.

IV

Con el pelo revuelto de arenas, la salinidad en las narices, la piel ajada de sol, desafío las olas inventando sirenas, floto como en una cruz y el sol me enceguece, me sumerjo y llego hasta el espacio cercano donde las algas parecen danzar a contramano de las olas. Es la jugarreta que se repite y se llena de redondas figuras en la alquimia relajante del nado instintivo, aprendido desde niño y que se repite con el mismo ritmo, cada vez que me sumerjo en tu orilla y quedo a merced de mis fuerzas, oxigenando mis pulmones con recuerdos de otros momentos como éste.
En un segundo, se me vienen todas las  playas a la memoria, las templadas aguas de Boca Chica, de Manta, las heladas aguas de Calbuco, la sensual calidez de Ipanema, las nubladas arenas de Pinamar, el baño desnudo en Montecarlo, la quietud de las Torpederas o el desafío conquistador de Caleta Abarca y la playa Poca Ola de Recreo. Sobre las rocas,  como en una regresión, me siento a escapar de esas olas sorpresivas que se llevaban la ropa de mis primas y veo a mi abuela salvar las budineras con ensaladas chilenas y aun siento su risa y el aroma de esos paseos familiares, en que mi única preocupación era ser feliz.
Quizás esto te explique, amigo mar, porqué en mis silencios te observo como un viajero perdido, anclado a romances, recuerdos, sueños persistentes que se estiran como atemporales bocetos de amistad, nutriendo mi creciente madurez, entre desiertos y dunares.

V

¿A quién habría de importar esta conversación? Solamente tú y yo estamos en ella. Yo, deambulante poeta por tus litorales, con espíritu chango o chilote, queriendo sumergirme en tu frío redil, para obtener los alimentos con respeto y mesura. Tú, enorme y molesto, queriendo sacudirte la humanidad depredadora, asfixiado por islas de plástico, contaminado de radiactividad, remecido en una profunda ira que activa volcanes submarinos. De las arenas de tus playas soy apenas un guijarro pensante que protesta en la nano comunicación de tus ínfimas células en contra de la codicia que te depreda sin cesar. Elevo mi voz en un coliseo de mentiras para repudiar el crimen que se comete sobre ballenas y delfines. El demonio quiere matar la vida que contienes, amigo Mar. En mi modesta pequeñez, estiro mi corazón para expresarte mi amor y mi compromiso por defender la vida sorprendente que cobijas en tus profundidades.


Hernán Narbona Véliz

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