Bolo Insatisfecho
Cuando velatorios y crematorios no existían, la velada se hacía en la casa del difunto: puertas abiertas, sillas alrededor de la sala, mesas y más sillas en el patio y cierre de calles sin pedir permiso a nadie. Mientras llegaba el cajón de madera, el cadáver reposaba en su cama. Si no le podían cerrar los ojos le colocaban lentes oscuros (de los baratitos), total, al muerto no le molestaría más la luz del sol. Solidarios, los vecinos y familiares contribuían llevando: pan, tamales, bocadillos, botellas con licor, cigarros, ollas con café; bueno, hasta postre. Todo se repartía entre los asistentes.
Murió don Lico Bolillo, popular bajista, integrante de la marimba
“El Son Sabrosón”. “El Ñeñé”, ingenioso y reconocido bolo, aterrizó tambaleante
en el velorio, solitario, se acurrucó bajo un almendro en el patio. Algunos
bolos (como él), son extraordinariamente sensibles y solidarios ante el dolor
ajeno y más si el occiso es un colega de adicción etílica, y don Lico lo era.
Por su profesión musical estaba en todas las fiestas, y los anfitriones a los
músicos los avitualla con cervezas o copitas de licor; así, una vez más se hizo
cierto el dicho: “tanto va la tinaja al río que aprende a nadar”, don Lico
terminó siendo adicto a los tragos fuertes.
Ñeñé comenzó a llorar y gritó las virtudes del difunto:
—¡Ay, tío Liquito, te juiste sin despedirte pero no te olvidaré!
¡Eras cabrón pa’ los bajos, y también pa’ las viejas! ¡No me olvido, tío
Liquito, cuando en la fiesta de san Cirilito “El Casto”, qué buena vieja
pepenaste! ¡Por arrecho hasta tus bolillos perdiste!
Inmediatamente el Ñeñé fue atendido, alguien le ofreció una copita
de buen Comiteco que calmó por un rato su pesar. El alcohol galopó veloz por
sus venas y llegó al cerebro. Igual, veloz, el Ñeñé del patio pasó a la sala
donde don Lico Bolillo reposaba ya en su caja. Esperó un tiempo prudente y otra
vez:
—Tío Liquito, te fuiste, nos abandonaste. ¿Qué vamo a hacé ‘ora con
todo el mujeraje que dejaste? ¡Eras cabrón pa’ los bajo, y pa’ las vieja! ¡Me
acuerdo la vez que, por chucho, te equivocaste, y en vez de vieja, te resultó
viejo! ¡Ah, cómo nos carcajeamo!
El del Comiteco reapareció y otro copazo fortaleció la embriaguez
del Ñeñé que lloraba sin fingir, sinceros lagrimones resbalaban por sus
mejillas.
Salió a la calle. Flatoso, se sentó en la banqueta, recordaba a su amigo; su dolor era tan
profundo que, si no lo conocías, podrías pensar que el difunto era su padre o
un hermano.
—Don Liquito, te voy a extrañá. ¿Ahora quién va a tocá los bajo, y
quién a las vieja que dejaste? ¿Quién? —le preguntó a la luna—. El del Comiteco
lo atendió nuevamente a ver si se callaba.
A Ñeñé le gustó la rutina: si quería licor; lloraba, y licor
conseguía. Luego de media docena de lloriqueos en los que realzaba lo mujeriego
del difunto; el hijo de don Liquito, preocupado de que su madre escuchara los
lamentos del borracho, se le acercó:
—Amigo —lo consoló—, ya no llores’té, nosotro ya aceptamo la
pérdida y estamo satisfechos…
De lo más profundo de su alma brotó:
—¡Ustedes estarán satisfechos, pero yo no… ¡Todavía nooo!
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