Conversarás con los delfines
Nibaldo despertó con un escalofrío y un suspiro profundo desgarró el silencio. La sensación era estar volviendo de un profundo sopor acuoso que le había devorado la memoria reciente, un sueño que no podía recordar. Quiso explicarse por qué y cómo había llegado allí. Estaba solo en la orilla del mar en un lugar desconocido. Quiso gritar y su voz emitió un decir diferente y desconocido, gutural pero armonioso, como si fuese una de esas lenguas muertas de las que había oído en clases de historia.
Cerró los ojos con fuerza, queriendo volver
de nuevo al sueño, para destrabar la pesadilla que parecía estar viviendo. Una
sensación de hambre intensa le apretó el estómago y le hizo constatar que
estaba vivo y despierto y fue en ese instante que percibió en su mente una voz,
un saludo, en una expresión desconocida, pero que podía decodificar y que no
alteraba el silencio de esa playa extensa, bordeada de vegetación. Al
mirar al cielo notó que debía ser mediodía, pues su cuerpo casi no proyectaba
sombra.
La voz le hizo caminar hacia los árboles.
El paisaje y el perfume de la tierra húmeda le trajeron imágenes de infancia,
su casa en el árbol, las vacaciones de campo recogiendo moras, temiendo las
espinas de los tunares, retozando en las pozas del agua fresca. Flotaba entre
ráfagas de conciencia intentando comprender ese lugar inexplicable. Caminó como
si alguien posara una mano cálida en su espalda, descubriendo entre la arboleda
un gran círculo, con una mesa de piedra al centro. En ella había agua fresca,
variadas frutas y pescado seco y salado. Dando gracias mentalmente, fue
probando diversas frutas y sabores que saciaron su hambre y sed, tratando de
mantener la compostura, sintiéndose invitado, no sabía bien por quiénes, a un
episodio deslumbrante que lo llenaba de adrenalina.
¿Sería una abducción? Había leído de
personas que desaparecían por horas y volvían como si hubiesen transcurrido
años, con historias espaciales, visitas a Ganimedes o maestros de luz
entregando profecías. Pero lo que Nibaldo estaba viviendo era natural, lo
sentía amistoso, no invasivo, aunque la duda lo mantenía alerta, esperando que
alguien con cuerpo y materia entablara pronto una conversación, más allá de
esta suerte de telepatía que lo conectaba a un dueño de casa desconocido.
Nibaldo no llegaba a ser místico ni religioso, era un joven normal que
estudiaba y que nadie podría considerar un nerd. Estaba terminando su carrera y
proyectando una vida que quería dedicar a la medicina veterinaria, con vocación
por los animales, denunciando la depredación y crueldad de los humanos. Su
sintonía con lo natural lo había convertido en un activista en la defensa de
las ballenas. Un joven de mente abierta que siempre había soñado conversar con
los delfines.
Pensó estar en shock, sin embargo una
sensación dulce desmantelaba su temor a lo desconocido, la ansiedad por saber
dónde estaba. Recordó su celular y pensó en lo absurdo de toda esa conectividad
que desaparecía de un plumazo en ese territorio mágico, donde eran sólo
él, la naturaleza y las personas que le habían conversado y recibido como
esencias inmateriales pero perfectamente audibles con mente y corazón.
En esos momentos, asido a los consejos que
siempre le dieran sus viejos, elevó una oración universal y fue allí cuando el
padrenuestro brotó de sus labios con un idioma extraño, que se elevó en armonía
con la brisa que mecía ese litoral del trópico; un lugar paradisíaco, pensó sin
tener más miedo, diciéndose a sí mismo, algo bueno me espera, si no me habría
ahogado y estaría muerto.
De pronto, un viento tibio cruzó desde la playa a la selva y las colinas. El círculo con la mesa de piedra se iluminó de un resplandor especial, un rayo de sol cayó de plano sobre el círculo y una música plena de metales y percusión comenzó a remecer el espacio. Concurriendo a esta señal, sin saber ni cómo ni de dónde, el paisaje se llenó de multitudes, gente laboriosa que descendía de las colinas con sus carretas, espíritus que de pronto se hicieron visibles y generaron una marcha multicolor con distintas épocas de la historia, entonando al unísono un himno a la tierra y la divinidad, compartiendo sus semillas y los frutos de granjas milenarias, en un carnaval fraternal de ofrendas y humanidad. Nibaldo se sintió inundado de una fuerza espiritual que jamás había sentido. Se sintió enamorado de una mujer que junto a él mantendría espacios interculturales con las civilizaciones sumergidas del planeta, una mujer que era su futuro, en un holograma que auguraba su destino, en un sueño que era promesa y compromiso de un cambio interior que iba y venía transversal por las dimensiones del tiempo y el espacio.
Nibaldo sintió que ella, que encarnaba su pronosticada felicidad, llegaba a su vida en medio de esa muchedumbre y que su sonrisa, un guiño, sería la contraseña que lo transportaría a sus brazos, sumando energías para un sueño que se abría ante sus ojos como una gran pantalla que anunciaba una nueva era, donde él y ella participarían como elegidos, refundando la tierra, aportando un grano de arena, apenas una historia minúscula en un mosaico universal, en una eternidad de armonía, paz y fraternidad. Su libre albedrío le hizo decidir en ese instante, en ese resplandor, que su compromiso con el bien universal partía allí y se firmaba como un mantra en ese lenguaje indescifrable y atemporal que, descubría por fin, no era una lengua muerta sino el idioma universal que le permitiría de allí en más, conversar y compartir la vida con los delfines amigos y todos los seres vivos, como un proyecto de amor y armonía infinita.
Hernán Narbona Véliz
Libro Esbozos, 2018
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