El Terrícola



En conmemoración del día del discapacitado Un cuento dedicado especialmente a todos los niños que padecen de alguna enfermedad incurable, o de la falta de algún miembro, o la pérdida de algún sentido, o de cualquier otra incapacidad o deficiencia física.


El pequeño Daniel padecía de parálisis infantil, los médicos no habían logrado aliviarlo de tan terrible mal; a pesar de su edad de apenas trece años, tenía calidad humana y mucho carácter; ya había aceptado que su cuerpo quedaría confinado en una silla de ruedas; aun así lo inspiraba un afán de superación, estudiar y ser útil a los demás 

Tanto sus padres como sus dos hermanas mayores que él, lo amaban mucho, y quizás ese cariño le fue transmitido a Daniel, pues este chiquillo era muy bondadoso. A pesar de su mala condición física, estaba dispuesto a brindarle ayuda a cualquiera, a nadie negaba nada, todo lo compartía.

No obstante, ser una familia de medianos recursos, sus progenitores no escatimaban esfuerzos para el bienestar y educación del menor, adquirían con facilidades de pago todo lo que el niño necesitara. Daniel acudía a un colegio especial, además de poseer útiles escolares, magníficas herramientas, interesantes libros, variados juegos. contaba con dos equipos de cómputo.

Daniel permanecía horas ante la computadora estudiando sus materias; o a veces entreteniéndose con variados juegos; o conociendo muchos lugares del planeta de manera virtual. Para entrar al mundo cibernético se necesita un nombre de usuario. Danielito se hacía llamar “Terrícola”.

Cierto tarde lluviosa, cuando papá trabajaba; y mamá y hermanas del niño fueron a un compromiso social, Danielito quedó en casa realizando unos cálculos de geometría en su computadora. De repente recibió una carta en su correo electrónico; en la pantalla podía leerse un extraño y mal escrito mensaje al parecer urgente. 

 Terrícola: Necesitar tu ayuda tuya, nosotros tener accidente grande, toda descargarse nuestra batería principal, nuestro recargador mecanergético estar roto, ¿poder tú darnos batería tuya?

El muchacho pulsó de inmediato las teclas para formar las frases de su respuesta.

 Aquí “terrícola”, desgraciadamente no me es posible moverme de aquí, pero puedo avisar a otros amigos que los ayudarán, ¿dónde estás y cómo te llamas?

Casi al instante, Daniel leyó en su monitor.

 Llamarme yo Maxoxo, estoy con unos mis camaradas míos en un lugar donde nadie poder llegar. De ninguna manera deber avisar a otros tus amigos tuyos, tener que ayudarnos tú mismo, terrícola de la Tierra.

Las palabras que marcaba la pantalla, más parecían las frases de un tremendo ignorante en gramática o de alguien que acababa de aprender el español. Un poco apenado, Danielito respondió.

 Lo siento mucho, quisiera ayudarlos, me encanta colaborar con todo mundo, pero padezco de parálisis en las piernas, no puedo caminar.

La respuesta del misterioso Maxoxo apareció casi de inmediato.

 Tú no preocupar terrícola estimado, nosotros enviar mensajero, tú entregar lo que nosotros querer. 

 Tú no sabes dónde vivo  objetó el niño.

 Sí saber, en este momento estarte mirando. En un instante más llegar mensajero a tu casa tuya. Yo, Maxoxo darte gracias con anticipación tanta. 

Daniel quedó azorado, preguntándose quién sería Maxoxo, por qué dicho individuo se expresaba tan mal; para saber desde dónde lo estaban mirando, el niño se asomó por la ventana. A través del vidrio solamente percibió un pequeño vehículo que venía por la calle y se estacionó frente a la casa; el vehículo era muy extraño, totalmente silencioso. Danielito conocía cualquier modelo y estilo de todas las marcas de automóviles que por medio de programas de su computadora había visto. Sin embargo, este estilo no lo conocía, lucía muy singular, pequeño y aplanado, sin guardafangos, sin retrovisores, sin lámparas, sin nada que sobresaliera más que una parte de las pequeñas cuatro ruedas por abajo, apenas si tenía un pequeño parabrisas polarizado. La sorpresa del niño fue mayor cuando una parte del interior del vehículo quedó al descubierto sin que se moviera puerta alguna, de ese interior salió un ser muy pequeño.

Danielito movilizó su silla de ruedas y abrió la puerta. Se sorprendió aún más al ver ante sí a un ser que no alzaba más de un metro y medio del piso, además lucía una sonrisa que jamás borró y tenía los iris de los ojos de color escarlata y muy movibles, también lucía en su pecho un monitor en el cual podía leerse lo siguiente.

Terrícola, por favor, dar tu batería tuya a este mecamensajero.

Con un ligero esfuerzo, el niño tomó de una mesa una mediana batería de 125 voltios que le servía para su luz directa y se la entregó al pequeñín. A Daniel no le costaba cargar ciertas cosas pesadas a pesar de estar parapléjico porque sus brazos eran normales y bastante fuertes.

No obstante su pequeño tamaño, también el mensajero sin ningún esfuerzo llevó la batería al interior del raro vehículo, sobre el cual velozmente se alejó, causando solamente un ligero chasquido por el agua que corría por la calle.

Menos de un cuarto de hora después, Danielito miró otro mensaje en su monitor.

 Hablar yo Maxoxo, gracias dar por tu batería tuya, servir bien bastante, pero no poder nadie ninguno hacer funcionar la nave, necesitar otra vez tu ayuda tuya, querer tu otra computadora para datos de esta atmósfera; nuestro ordenador central romperse por golpe de rayo, nosotros no poder regresar a mi planeta mío.

Danielito sonrió, ahora estaba seguro que todo esto era una broma de sus muchos amigos que le enviaban mensajes en su correo electrónico, algunos de ellos decían planeta o satélite en lugar de casa u hogar, además sólo ellos sabían que tenía otra computadora, quizá para saber el desenlace de este relajo, le dio por su lado al bromista.

 Bien Maxoxo, te voy a dar prestada mi otra computadora, pero la cuidas mucho.

Al buen rato se realizó la misma operación, Daniel entregó su aparato al extraño hombrecito de la sonrisa fija y los ojos bailarines y rojos. El tipo parecía más un pequeño robot. Unos minutos más y de nuevo otro mensaje, Daniel suspiró al pensar que iban a pedirle algo más.

 Hablar otra vez, yo, Maxoxo, gracias dar por computadora tuya, servir mucho bastante para partir de inmediato luego, pero antes nuestro meca-mensajero devolver tus dos cosas  y también dar un regalo mío para ti.

Danielito, noble por naturaleza, expresó.

 Estimado Maxoxo, quizás yo no sea merecedor de ningún regalo, las dos cosas te las di con mucho gusto, no fue ninguna molestia para mí.

El misterioso Maxoxo respondió.

 Sí merecer regalo. Nosotros analizar huellas y moléculas tuyas que tú dejar en batería y cómputo. Nosotros poder quitar enfermedad mala tuya, tú merecer caminar porque tú ser bondadoso. Nosotros nunca olvidar tu persona. Adiós, terrícola bueno.

Aunque el tal Maxoxo se despidió persistiendo en su malísima sintaxis, Daniel pudo entender que le iban a dar algo para que pudiera caminar, si esto era una broma, ya resultaba de mal gusto. Sin embargo, no dejaba de extrañarle el raro estado en que estaban sucediendo toda esta aventura: un tipo con pésima gramática, un vehículo raro y silencioso, un pequeño ser con la misma sonrisa y los ojos de brillantes canicas...  en fin.

El insólito vehículo con su singular piloto llegó otra vez, el hombrecito le devolvió la batería y el C.P.U., además le entregó un USB con una nota.

“Con este USB, tú poder conocer a nosotros y poder saber la vida de mi planeta nuestro”.

Antes de que se retirara, el mensajero sacó de sus entrañas una pequeña caja metálica y se la entregó al muchacho. La noche había caído; minutos después, el niño logró avistar una intensa luz que emergió de algún lugar y se perdió en lo alto del cielo. Con el USB y la cajita en su regazo, Danielito emitió un profundo suspiro, movilizó su silla de ruedas y se dirigió a su computadora en la cual introdujo el USB que le dieron. Aparecieron en su monitor ciudades increíbles con palacios y avenidas flotantes, automóviles aéreos de las más extrañas formas, muchos “hombrecitos” como el que había visto de mensajero, y otros más “humanos” un poco más altos que aquellos, de cabezas con cráneos inflamados que denotaban su gran inteligencia. A pesar del colorido, esplendor y magnitud de lo que se presentaba ante los ojos de Daniel, éste dijo para sí.

 Muy espectacular, pero ha de ser alguna nueva película de ciencia-ficción.

Apagó su computadora y procedió a abrir la cajita metálica, en su interior encontró treinta pequeñas tabletas de un singular color azul brillante con un escueto mensaje mal escrito en una tablilla.

“Tomar tú una tableta cada día antes del primer alimento y tú muy pronto poder caminar”.

Al siguiente día, debido a su indecisión, el muchacho tardó más de lo acostumbrado para llegar ante la mesa para su desayuno, cuando su mamá insistió llamándolo por tercera vez, se dijo.

 Nada pierdo con probar  y se tomó la primera de las extrañas tabletas. Después de tomar su desayuno, solamente sintió un ligero bienestar, luego subió en su autobús especial escolar y se refugió en sus estudios.

A la siguiente mañana a punto estuvo de no tomar la rara tableta, quizá por un extraño presentimiento lo hizo; y pareció que tal como el día anterior nada sucedería. Poco después en el autobús, un condiscípulo puso a funcionar un radio con música moderna. Como el ritmo estaba muy alegre, Danielito siguió el compás de dicha música con la cabeza y las manos; grande fue su sorpresa al sentir que podía mover el dedo más grueso de una de sus pies siguiendo también el ritmo de las notas musicales.

Al otro día, sin poder ocultar su entusiasmo el niño parapléjico tomó su tercera tableta y en una hora más, vio con alegría que lograba mover otros dos dedos. Otras 24 horas después con la cuarta tableta sintió una grata emoción cuando logró mover ligeramente los pies. A la quinta tableta, casi no podía creerlo, pero logró mover una de las rodillas. Y así, cada día con cada tableta que tomaba iba poseyendo más y más vigor, hasta que pudo mover libremente sus dos extremidades inferiores. Un mes después, enorme fue la sorpresa y alegría de sus padres, de maestros y de amigos que lo vieron no sólo caminar, sino correr casi como un atleta.

El papá de Danielito supuso que había dado buen resultado alguno de los tantos tratamientos; la mamá y las hermanas aseguraban agradecidas que todo se debía a un milagro; mas el niño sabía que había discurrido en una aventura extraterrestre. Cuando algún amigo le preguntaba a Daniel cómo se había curado de tan aterradora enfermedad, el niño respondía jocosamente pero muy seguro de si.

 Ser Maxoxo, el que dar regalo para que Terrícola poder caminar”.


Carlos Sumuano

Estimado niño o niña:

Si tú padeces de alguna grave enfermedad o de algún defecto físico, te voy a ser honesto y franco, te voy a hablar con la veracidad de mi mente y con toda la sinceridad de mi corazón.

Hay deficiencias tan duras y muy difíciles por no decir imposibles de erradicar que ya uno ni siquiera se acuerda de que haya una remota salvación, y quizá los milagros no existan, tampoco las quimeras de ningún apólogo, ni mucho menos las fantasías de los cuentos de ciencia-ficción, pero cada ser humano sí puede tener un sueño o un ideal o una meta por cumplir y nunca jamás se deben perder las esperanzas de que algo bueno y bonito nos espera en esta vida.

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