El tiro de la recámara
El mejor argumento en contra de la duda, el mejor acicate para los celos, la mejor coartada del buen amante, el tiro de la recámara.
A Remigio le resultó siempre bien ese principio. No era casual que llegaran a la bodega que administraba mujeres vecinas que en vez de ver la teleserie después de almuerzo, se deslizaran a la bodega a comprar aserrín para mantener secos los pisos durante las lluvias frecuentes de mayo. Remigio las hacía pasar y esas clientas apreciaban su fogosidad de hombre maduro, rudo, sin protocolos ni versos. Que entraba directamente a lo que ellas buscaban. El abrazo sudoroso y el sexo de pie, sobre la mesa de la oficina o sobre una frazada rústica. Remigio era un potro que nada tenía que ver con sus maridos, oficinistas, burócratas, que a esa hora sacaban la vuelta después de un almuerzo largo. Convencidos ellos de que sus santas esposas estaban tejiendo a crochet algún paño para la mesa del living, o preparando la cena con que los esperaría al anochecer. Ellos se daban tiempo para pasar al club o al bar cercano a debatir de fútbol, de los últimos escarceos con alguna colega de oficina.
Remigio les alivianaba el trabajo, dándoles a las mujeres aburridas esa energía pasional que las hacía sentir vivas de nuevo, que les permitía recuperar la calidez de la piel, de la pasión sin argumentos ni culpas.
Remigio a las 7 de la tarde, religiosamente llegaba a su casa y animado de una pasión que su mujer sentía casi como una persecución, antes de cenar juntos la llevaba a la cama y desesperado le hacía el amor.
Jamás esa mujer dudó de la fidelidad de su marido. Y lo increíble es que Remigio, cuando lo conocí, rumbeaba para los setenta años, paradigma del buen amante, sin dejar nunca de hacer sus tareas en su casa. Sin que jamás sospecharan de él. Disparando al llegar con su mujer el recurso irreemplazable del casado infiel: el tiro de la recámara.
Cuando un infarto lo sorprendió en la barraca, muchas mujeres lloraron en silencio su partida y, en su hogar, como marido ejemplar, noble esposo y amante, fiel a su único amor, Remigio pasaba a la inmortalidad como hito de la sabiduría popular.
Caballero de la Rosa
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