La boda de la Rosalba


¡La Rosalba se casa! La noticia se esparció por el pueblo como reguero de pólvora. Lo había comunicado a su círculo más íntimo su madre, doña Sofía.

 

El padre de la Rosalba era Don Alfonso, el Alcalde y diácono, por añadidura, lo que lo hacía un gran conocedor de la naturaleza y más aún, de las debilidades humanas. Cuidaba mucho su reputación y la de su familia. Especialmente la de su única hija.

 

El pueblo lo sabía. Y sabía también que la relación de ambos jóvenes no llevaba más de dos meses.

 

Por eso. Y porque en el pueblo se seguía con la tradición de respetar las formalidades inherentes a una boda, lo que llevaba bastante tiempo,  la noticia causó tanto impacto.  

 

¿Estará embarazada? La hija de Doña Eufrosina que trabaja en el consultorio asegura que no.

 

Y como no se encontraba otra razón para casarse tan abruptamente, la duda,  como un enorme manto, cubrió a la comarca.

 

No se hablaba de otra cosa y las hipótesis variaban desde el negado embarazo hasta la conveniencia política.

 

Entre los muchos rumores surgió el  que Pedro, el pololo, era hijo de un muy importante Senador que ayudaría al Alcalde a escalar. Hecho que fue descartado. Solo se trataba de un alcance de nombres.

 

Doña Leontina, era la dueña de la única paquetería del pueblo, y en ella se vendía no solo agujas y de un cuantuay sino que también los periódicos. Y probablemente tanto manipularlos, se convirtió ella misma en uno más. Si alguien quería enterarse de algo iba a comprar cualquier cosa  y seguro que durante la conversación se enteraba de lo que quería saber.

 

Pero esta vez. A pesar de que todo el mundo sospechaba (y algunos no solamente eso, sino que estaban seguros)  que por  ser prima de la Sra. Sofía, la mamá de la Rosalba, doña Leo sabía. Pero no le sacaban palabra con relación a la mentada boda.

 

  El flujo de clientas  aumentó  y las  ventas crecieron. Incluso se deshizo de  artículos que hacía mucho tiempo no tenían salida como una caja de peines para el pelo que ya nadie usaba y que ofreció a doña Auristela, quien la  compró, sacando algunos pesos de los que llevaba para el pan, con la esperanza de tener la exclusividad. Plata mal gastada, doña Leo no le contó nada.

 

 Buena comerciante  Doña Leo. El silencio le estaba dando buenos dividendos.

-Y.. ¿Le pudo sacar algo a la Leo? Le preguntaba Doña Charo a la Doña María Asunta.

 

-No vecina,  hasta que no venda todo, la Leo no va a soltar la pepa.

 

-No se olvide que tiene un lado flaco. Y cerrando con picardía un ojo, hizo con la mano empuñada y el pulgar y el meñique abiertos,  el característico ademán  de beber un trago.

 

En efecto, todos en el pueblo sabían que la táctica que doña Leo estaba usando  para vender más, tenía una debilidad. Su afición a la mistela.

 

No era cosa de todos los días ni era una bebedora consuetudinaria. No. Solamente  había que tener paciencia y esperar la ocasión.

 

La fiesta del matrimonio podía ser la oportunidad para salir, por fin, de la copucha. Esta ya se estaba alargando demasiado tiempo.

 

A la boda en la capilla de la Virgen del Rosario, llegó casi todo el pueblo, incluyendo a los más conspicuos ciudadanos.

 

-Nunca había visto tanta gente en la iglesia. Comentó durante la homilía don Segundo Ortega a don Manuel Díaz, su vecino de asiento, después de dar una mirada en redondo al recinto.

 

-Acuérdese del funeral de don Ciriaco Ortúzar, Segundo.

 

-Cierto, ahí asistió más gente.

 

-Shhhhhit.

 

Ambos fueron amonestados por sus respectivas señoras acompañando el sonido con sendos tirones en las  mangas de las chaquetas. La acústica de la iglesia ya era lo bastante mala como para que, más encima,  el par de amigos se pusiera a hablar.

 

-Ayúdeme a recordar, Manuel. ¿Cómo fue que murió?

 

-Aplastado por su caballo cuando frenó muy fuerte al terminar una carrera a la chilena.

 

-En el bajo de lo Aguirre.

 

-Exacto.

 

Nuevos “Shhhhhit” y tirones de mangas terminaron con la charla.

 

Asistieron por los más variados motivos. Unos por obligación, otros por cariño ya que conocían a la Rosaura desde chiquita, otros por figurar. Pero los más  porque esperaban que la Rosalba, en el último minuto, cuando el cura le preguntara ¿Quieres por esposo a….? dijera No.

 

 Esto no era muy aventurado ya que, en rigor, se había filtrado que fue don Alfonso quien obligó  a la pareja a casarse. Pero ¿Porqué? ¿Que podría haberlo enojado tanto que hizo que un hombre tranquilo y mesurado actuara de manera tan irracional?  El misterio crecía.

 

Contrariamente a lo que muchos esperaban, la Rosalba, en el momento de los q’hubo,  dijo Sí y con más entusiasmo del esperado.

 

-Como no, masculló entre dientes, casi para sí, doña Carmen, su vecina. Si siempre tuvo miedo que le pasara lo mismo que a su prima Lucía, que, siendo mucho más bonita que ella, ya pintaba para solterona.

 

Al finalizar la ceremonia y como lo solicitara por WhatsApp don Alfonso con su gran olfato de viejo político a todos los invitados, no se lanzaria arroz a los novios como lo exige la tradición; éste se entregaría al hogar de ancianos de las Monjas.

 

-¡Que gran idea don Alfonso!

 

-¡Lo felicito, don Alfonso!

 

Muchas manitos con el dedo hacia arriba recibió de sus incondicionales, sabedores de que don Alfonso tenía muy en cuenta quienes lo leían y quiénes no.

 

En dicho comunicado, también pedía que en su reemplazo, su secretaria entregaría  a la entrada de la ceremonia  unos papelitos que, primorosamente ilustrados, servirían para que los invitados escribieran sus deseos para los novios y fuera eso lo que les lanzaran.

 

Y así se hizo.

 

El viejo don Segundo, el más antiguo de los barrenderos de la Municipalidad quedó encargado de recolectarlos para entregárselos a los recién desposados.

 

Don Segundo aceptó encantado ya que le significaba recibir horas extraordinarias.

 

La otra persona que estaba muy contenta, además de las monjitas del asilo,   fue don Raúl Schmidt, el más importante contador del pueblo. Su afición, derivada de sus truncados  dos años de psicología,  era el estudio del lenguaje no verbal de las personas y, por añadidura, estudiar su comportamiento social.

 

Esta era una oportunidad que no podía perder  para saber qué esperaba la gente del pueblo  del matrimonio.

 

Muy ansioso y entusiasmado, le pidió a don Segundo que atrasara la entrega de los deseos al Alcalde  y se los pasara antes a él para su estudio. Don Segundo insinuó una retribución, pero don Raúl lo convenció que  al hacerlo estaba cooperando con la ciencia. Este argumento lo hizo sentirse muy importante y satisfecho y se dedicó con ahínco a la recolección de los papeles.

 

Don Raúl había llevado al extremo su estudio de los comportamientos sociales y hasta  resultaba incómodo conversar con él por la sensación de sentirse siempre observado. Su interlocutor se cuidaba mucho de la forma como ponía los brazos, inclinaba la cabeza o ponía los pies.

 

Algunos en el pueblo comentaban que parecía que sus largas jornadas lidiando con los números lo habían trastornado un poco, ya que incluso a aquellos les había asignado personalidades; el uno, por ejemplo, era un número inofensivo, igual que el cero. El seis un guatón simpático. El dos, por su forma de pato, le era el más agradable. Pero el tres, ese desagradable tres, siempre, por alguna razón desconocida le causaba problemas, lo confundía con el cinco.

 

-Ajá, tu otra vez,

 

 Lo reprendía cuando después de revisar por enésima vez un balance descubría que en el error estaba nuevamente en un tres.

 

Del resultado del análisis de los papeles nunca se supo oficialmente un resultado, pero doña Elena, su esposa, comentó durante un té canasta a beneficio de la Cruz Roja, que lo había visto muchas noches desvelado estudiándolos, ya que por su simpleza y repetición  debían tener  significados e intenciones ocultas, las que definitivamente no encontró, lo que lo desilusionó enormemente. Sin duda alguna, Cantagallo era un pueblo sin imaginación; si se cumplieran  los deseos de los famosos papeles, la pareja debería ser básicamente y a corto plazo el matrimonio más feliz, con más hijos y dinero de la comarca.

 

Después de eso, lo más importante para la mayoría  era  la fiesta. Para las otras, las que la duda y la copucha no las dejaba dormir, era la posibilidad de que la Leo hablara.

 

Mientras Pedro y  la Rosalba salían al tradicional paseo de los novios en el viejo Oldsmobile V8 del ’51 de don Alfonso que nunca quiso cambiar y que ya era parte de su personalidad, recia  y conservadora, nadie podía imaginarlo sin su Olds, que mantenía original e intacto igual que él, todos los invitados, y algunos colados que se consideraban con el derecho- como es posible que doña Sofia, la muy desagradecida, no nos invitara después de todos los favores que le hemos hecho- muy contentos y expectantes por lo que se iban a servir, sobre todo porque como toda fiesta importante  el menú había sido encargado a un conocido restaurante de la ciudad, atravesaron la plaza hasta el Club Radical, ubicado al lado de la I. Municipalidad de Cantagallo, tienda en la que militaba don Alfonso. Era el acontecimiento del año y todos querían estar, de una u otra forma en él.

 

El furgón del restaurante estacionado al frente del Club, en el estacionamiento reservado a los Concejales, incentivó la imaginación y las glándulas salivales de varios.

 

Durante el coctel y al momento de  entrar la pareja de recién casados a la fiesta, doña Leo ya había bebido su primera mistela.

 

Durante el ágape las señoras del pueblo  vigilaban a doña Leo y le llevaban la cuenta de las mistelas ingeridas; le habían pagado a la Rosario, la hija de  doña Juana que oficiaba de garzona,  para que mantuviera lleno el vaso de la Leo.

 

-Otro vasito doña Leo.

 

- No gracias, está bueno.

 

 ¿Sospecharía la intención que había detrás  de tanta amabilidad? Era posible.

 

-Pero doña Leo, si es puro juguito de uva. Póngale no más.

 

Y Doña Leo le ponía.

 

 Mientras comían primero y bailaban después, con miradas y sonrisas cómplices y subrepticias  señas con los dedos, las señoras se informaban. Lleva una, lleva dos, ….Estimaban las confabuladas que cuatro podría ser una cantidad suficiente para tratar de sacarle la tan codiciada información. El  hecho que  motivó la imprevista boda de la Rosaura.

 

Esperaron una mistela más, la quinta, y con una seña decidieron ir al ataque.

 

Se acercó primero doña Chalo y después el resto de las señoras.

 

Doña Juana que llevaba viuda más de un año y bailaba  muy románticamente un bolero con don Rudecindo, el solterón dueño de la talabartería, un muy buen partido, desde la distancia miraba como se juntaba el grupo al alrededor de  doña Leo y sopesaba qué sería más importante, si dejar pasar la oportunidad de entusiasmar al posible enamorado al que esperaba que con la boda se le “pegara el Espíritu Santo” y asegurar su futuro o unirse al grupo olvidándose por ahora del talabartero.

 

Como en el pueblo no abundaban las situaciones que  lo sacaran de la monotonía en que transcurrían los días y por no querer ser la última en esterarse,  pudo más la curiosidad y, con la disculpa de que le estaba empezando a doler un pie- los años no pasan en vano,  Rude-  rápidamente se sentó  detrás de Doña Leontina. El único lugar que aún quedaba libre.

 

Eso sí, no le quitaba la mirada  al solterón, no fuera cosa que se entusiasmara y sacara a bailar a otra. Si eso sucedía, defendería su opción, aunque fuera la última persona del pueblo en saber lo ocurrido. Cosa que, por supuesto, no le gustaba para nada. Estimó que valía la pena  correr el riesgo.

No fue necesario presionar mucho a doña Leo. Estaba que reventaba de ganas de contar lo que sabía y con los ojos ya medio cerrados, muy seria dijo.

 

-Fue por culpa de la caligrafía.

 

Un ¿QUEEE?, ¿COOOMO? unánime salió de las bocas del coro de señoras que la rodeaban.  Ninguna de las presentes esperaba eso. Sus morbosas mentes esperaban algo más caliente, pícaro quizás, pero ¿la caligrafía?, que tenía que ver la caligrafía con algo tan serio como lo que había sucedido. La más sorprendida era la Srta. Berta que fue profesora de castellano durante toda su vida y jamás se le ocurrió ni peregrinamente relacionar la caligrafía como causa de un matrimonio. Sobre todo ella, que tenía una tan linda, admirada por todos. ¿Cómo es posible que nunca se la hubiera ocurrido aprovecharla para encontrar marido?  

 

Doña Leo comenzó su relato en voz baja, para darle importancia y misterio.

 

-Se los voy a contar tal como me lo narró la Sofía. Todo comenzó cuando llegó al pueblo el Gran Circo Internacional.

 

-Más fuerte doña Leo. No le escuchamos bien. Protestó doña Maruja que era bastante sorda.

 

Influía también el hecho que en ese momento Los Rancheros de la Colina estaban interpretando LA CANDIDA a todo volumen.

 

Entonces Doña Leontina  se paró y caminó, seguida muy de cerca por el corillo de señoras, hasta una mesa que estaba en el patio cerca de la pileta y repitió:

 

-Como les contaba, todo comenzó cuando llegó al pueblo el Gran Circo Internacional y mi prima le comentó a su marido:

 

“-¿Supiste que llegó un circo al pueblo?

 

-Por supuesto, si yo le dí la autorización.

 

-Me gustaría ir a la función de la noche.

 

-Podría ser. ¿Volvió de Santiago el  pololo de la Rosalba? ¿Cómo es que se llama?

 

- Pedro. Si, hoy en la mañana.

 

-Entonces no. Si quieres vas sola. No me da confianza ese joven. Es demasiado canchero. Da la impresión de que tiene mucho recorrido para la Rosalba que es tan inocente. Si le hace algo se las va a ver conmigo. Hay que tener cuidado con estos Santiaguinos. No quiero dejarlos solos. No te olvides que  “la ocasión hace al ladrón”.

 

Doña Sofía, mimosa, insistió.

 

-Quiero ir contigo, comprar barquillos  y recordar cuando éramos jóvenes”.

 

Doña Leo calló de repente.

 

-Ya pues Leontina, sigue.

 

Era evidente que las mistelas estaban haciendo su efecto

.

-Quiero otro trago, le ordenó doña Leo  a la hija de doña Juana, pasándole el vaso. Ella lo recibió con la intención de obedecer pero las señoras con rápidos y negativos movimientos de cabeza detuvieron la acción.

 

Tenían temor que se durmiera y no terminara la historia.

 

-Tengo que ir al baño. Dijo doña Leo mientras, insegura, se paraba

 

Que vieja más pesada murmuró doña Doña Ausristela que todavía no le perdonaba que le hubiera vendido sin necesidad los peines para fijar el moño.

 

Como podía ser una disculpa para irse, la acompañaron.

 

Pero no se fue, volvió a su asiento, siempre escoltada, dispuesta al parecer a continuar su relato. Estaba empezando a gozar sus cinco minutos de gloria. 

 

Doña Leo prosiguió:

 

-Al final, como siempre, la Sofía convenció a Alfonso y partieron al circo. Eso sí con la condición que la Rosalba y Pedro se fueran a la casa de su amiga Ximena y así lo hicieron; la Sofía y Alfonso al circo y la Rosalba y Pedro donde la Ximena.

 

-¡¡Y de esta manera, con el desfile final de todos los artistas, el Gran Circo Internacional finaliza su espectáculo y les agradece su asistencia!!

 

-Hacía frío al término de  la función y doña Sonia insistió en pasar a la Cafetería Plaza a tomar un chocolate caliente con churros. Alfonso, a pesar de querer volver luego a su casa, aceptó. El grato calor de la cafetería los demoró más de lo razonablemente esperado. Alfonso estaba inquieto y casi obligó a la Sofía a tomarse rápido el chocolate e  irse. Pagó la cuenta y se retiraron. A lo lejos vieron a la Rosalba y a Pedro esperando en la vereda frente a la puerta de la reja.

 

-Te dije Sofía que no nos demoráramos. Pobre Rosalba, debe estar muerta de frío.

 

-Hola Rosalba, hola Pedro.

 

-Hola Mamita, Hola Papito.

 

-Buenas noches Sra. Sofía. Buenas noches don Alfonso.

 

-Al encontrarse, como correspondía,  el saludo con la Rosalba fue cariñoso. La Sofía abrazó a su hija en un gesto instintivo como para darle calor. Con Pedro fue formal. Después Alfonso abrió la puerta de la reja y entró la Rosalba y Pedro seguidos por la Sonia y él. Antes de entrar Alfonso se fijó que en la parte de cemento bajo la reja, casi al lado de la puerta alguien había orinado. Detuvo a la Sofía tomándola del brazo y le dijo.

 

-Mira Sofía, que feo, alguien orinó en la puerta.

 

 

-Debe haber sido Pedro, agregó la Sofía, es natural Alfonso. Hace frío y no pudo aguantar más. Fue culpa mía por demorarnos demasiado en el Café. Seguramente le pidió a la Rosalba que se alejara y mirara para otro lado para poder hacerlo.

 

-Alfonso, de mala gana acepto la explicación pero justo antes de entrar algo le llamó la atención. Con la orina habían hecho dibujos. Pensó que era curioso pero lo dejó pasar, no tenía importancia.

 

Sin embargo una acusadora tenue luz del farol de la vereda le susurraba:

 

- “Fíjate Alfonso, fíjate bien”.

 

-Alfonso se acercó más y alumbró con la pequeña linterna que llevaba en el llavero. No eran dibujos. Eran letras. Era una palabra. Alfonso montó en cólera e indignado llamó a la Sofía.

 

-¡¡Sofía ven, mira, fíjate bien en lo que dice!!

 

- R O S A L B A, dijo la Sofía y agregando a continuación que era normal, que era esperable que un joven que estaba  enamorado lo pudieran hacer, además que…..

 

-Alfonso no la dejó terminar, su indignación aumentaba y su enojo era ahora también con su esposa y rojo de rabia le dijo:

 

-¡¡Sofía, fíjate bien, te acepto que el líquido es del Pedro!! PERO….LA LETRA…

¡¡LA LETRA ES DE LA ROSALBA!!


Carlos Olguín Pisani 

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