UN ENCUENTRO INESPERADO
María Isabel Briones y Susana Veloso eran amigas desde la infancia y esa amistad perduraba sin sobresaltos hasta adultas.
María Isabel se había titulado de enfermera pero no ejercía para dedicarse
al cuidado de Renata, su hija de 6 años,
lo que consideraba, y su esposo estaba de acuerdo, como prioritario en esta
etapa de su vida, por lo que se podía
definir como Dueña de Casa. Estaba
casada con Juan Pablo Carducci, Contador Auditor, Ejecutivo de cuentas de Grandes
Empresas de un importante Banco nacional y con una gran fama de conquistador
durante su juventud, afición que había abandonado de plano al casarse ya que
consideraba que ninguna mujer valía la pena como para arriesgar su matrimonio. Llevaban
una vida sin sobresaltos pero más bien
plana. Su únicas distracciones como pareja eran salir a comer de vez en cuando
con amigos, casi siempre con los mismos y muy ocasionalmente ir a jugar bolos,
la entretención favorita de Pablo.
Por su parte, Susana Veloso sin
estudios formales en el área, se dedicaba al corretaje de propiedades
valiéndose de sus muchas relaciones con la alta sociedad. Estaba casada con
Francisco Javier Ugarte, Ingeniero Metalúrgico, Alto Ejecutivo de una empresa
minera estatal, fanático del Jazz y Duke Ellington, afición que compartía casi
a tiempo completo con su trabajo. Habían postergado por el momento tener hijos.
Maria Isabel y Susana se reunían a tomar onces por lo menos una vez a la
semana en la recién reinaugurada cafetería El Buen Grano cuyo nuevo dueño era ahora un simpático y muy
educado colombiano, por supuesto experto
en preparar los más exquisitos cafés, y aprovechaban la ocasión para reírse y contarse
sus chismes.
Entre ellas no cabían secretos. Se
conocían demasiado bien.
Durante uno de esos encuentros María
Isabel notó que Susana no prestaba atención a la conversación.
-Susana, hoy te noto ida ¿Tienes algún problema? Le preguntó intrigada.
-No sé si es un problema o no, pero
hay algo que está empezando a preocuparme.
-Cuéntame, al hacerlo se te pueden aclarar las ideas. ¿Tiene que ver con
tu trabajo o con otra cosa?
-No, el trabajo está bien, no me quejo. Pero…
-¿Pero?
-Es la relación de pareja que no anda bien.
-¿Porqué, que pasa? ¿Qué te hace pensar así?
-No soy yo, es Pancho que llega todos los días tarde y cansado ya sea
del trabajo o de los ensayos con su grupo de Jazz y hace algún tiempo que no tenemos intimidad. Y eso no es
posible con tan poco tiempo de casados.
-¿Crees que hay otra persona?
-No, estoy segura que no. Pero he tratado de hablar con él y no
encuentro la forma de hacerlo.
-Amiga, tienen que hablarlo. No dejes pasar el tiempo. Podría ser peor. Háblale hoy mismo y mañana me llamas para
contarme como te fue.
Pasaron a otros temas casi siempre relacionados con comentar la vida de
otras amigas comunes y el tiempo pasó, como siempre volando, hasta que sonó el
celular de María Isabel.
Demoró en encontrarlo.
-¡Esta cartera! Nunca se adonde
dejo el celular, cuando contesto justo cortan y tengo que llamar yo. Sí mi amor
perdona, se me pasó el tiempo, sí, estoy con Susana. Voy de inmediato. Beso,
beso.
-Era Pablo ya llegó a la casa y como siempre con hambre, debe estar
hecho un quique. La señora que cuida a la Renata solo hace eso, nada más, no le
va a servir nada.
-¡Con razón si ya son la siete!
dijo Susana mirando el reloj en la pared que había arriba de la Caja y levantándose para ubicar al garzón y pedir la cuenta.
La pagaron y salieron apresuradamente. En realidad, la apurada era María
Isabel ya que Susana no tenía prisa, sabía muy bien que Francisco Javier no había
llegado aún.
Al despedirse, María Isabel moviéndole el dedo índice de la mano derecha
frente a su cara en tono perentorio le recordó a su amiga.
-No te olvides, convérsenlo hoy y
apenas puedas me llamas para contarme como te fue.
Al día siguiente Susana no llamó. María Isabel contuvo el deseo de
hacerlo y prefirió esperar. Era evidente que no se había atrevido a hacerlo o...
-No, ojalá que no sea lo que estoy pensando.
Era posible que las cosas no hubieran
resultado bien para Susana y por eso no se atreviese a llamar.
-Mañana la llamo yo.
Así lo hizo. Al día siguiente María
Isabel llamó.
-Aló, ¿Susana? ¿Cómo estás? ¿Conversaron con Pancho?
-Si, pero no saqué mucho en limpio ya que me demostró sin lugar a dudas
que todo se debía a que no podía parar su ritmo de trabajo ni dejar sus
sesiones de Jazz. Se sentía muy exigido en el primero y muy comprometido en el
otro. Tú lo conoces y sabes bien lo
responsable que es. Si se compromete con algo lo cumple pase lo que pase. Después
hicimos el amor, pero no como antes, fue más bien repetir lo que siempre hemos
hecho. No sé si me entiendes.
-Sí, te entiendo. A veces nos pasa con Pablo. ¿Y qué vas a hacer?
-No lo sé. Estoy muy desanimada.
-Pobre amiga mía. ¿Tienes tiempo para juntarnos hoy y conversarlo?
-Déjame ver... Sí hoy podría.
-Entonces. ¿A las cinco?
-Conforme a las cinco.
-Adiós, nos vemos.
-Chao.
Puntualmente a las cinco, ambas amigas se encontraron en el café de
siempre.
-Así es que sigue todo igual, Susana.
-Sí, todo igual. Pancho es un excelente profesional, un buen músico,
culto y buenmozo. Las tiene todas pero está fallando en lo que a mí más me
interesa.
Sí, se dijo María Isabel para sí. Es cierto, Francisco las tiene
todas y Susana no pierde la oportunidad
de hacerlo notar. En cambio de Pablo no hay mucho que decir. Su trabajo en el
banco no es ninguna gran cosa y no brilla
en ninguna otra actividad, salvo precisamente en lo que a Susana le
falta. Es un buen esposo sin ser excelente, pero como como amante sí que lo es.
Ya se lo quisiera cualquiera.
Lo que pasa por la mente de una mujer casi siempre es inescrutable y sobre
todo cuando sienten que deben competir con otra. En este caso, lo que pasó por
la cabeza de María Isabel solo tiene una
explicación: cansada de escuchar maravillas de Francisco Javier y sin poder
decir lo mismo de Pablo, por fin encontró algo de que vanagloriarse. Ni siquiera lo pensó, solo lo dijo.
-Cuanto lo siento Susana, ojalá encuentres la manera de arreglarlo. Me
siento muy afortunada de no tener el
mismo problema con Pablo. Es el amante perfecto. Tu bien sabes la fama de
“latín lover” que tenía antes de casarse. Debe ser la sangre italiana.
-Quien como tú María Isabel, te envidio, dijo Susana en tono jocoso
aunque cortante con la evidente intención de poner punto final a esa
conversación.
-Oh, no, exclamó Susana mirando la hora.
-¿Qué pasa?
-Olvidé que tenía que enviarle por internet las fotos de una casa a una
clienta y puede ser un buen negocio. Que tontera. Voy a tener que irme.
Perdona.
-Puedes mandarlas desde mi casa. Vamos para allá, queda más cerca que la
tuya. Vas a ganar tiempo.
-Muy buena idea, gracias, amiga, tú, como siempre sacándome de apuros.
Pagaron la cuenta y rápidamente se dirigieron a casa de María Isabel.
Susana ya más tranquila después de enviar las fotografías, se había
sentado cómodamente en el sillón del estar esperando a María Isabel que estaba
dándole instrucciones a la cuidadora de Renata, cuando la niña se le acercó
para presentarle a su nueva muñeca.
-Tía, te presento a Josefina. Toma mamadera y se hace pipí. Tengo que cambiarle
los pañales.
En ese momento llegó Pablo y Renata corrió feliz a saludarlo como
siempre. Dando un salto y abrazándolo
con las piernas en la cintura le dio un largo y apretado beso en la mejilla.
-Hola Susana, que sorpresa. ¿Cómo has estado? ¿Qué cuenta Francisco
Javier?
-Hola Pablo. Vine apurada para que María Isabel me prestara su
computador para enviar urgente unas
fotos a una clienta.
-¿Y ya las mandaste?
-Sí y a tiempo. Afortunadamente parece
que alcance a salvar la venta.
-Entonces, voy a preparar unos tragos, dijo
Pablo después de colgar la chaqueta que traía en el brazo y de saludar a ambas mujeres con un beso.
Algo extraño sintió Susana al ver a Pablo. No era el mismo de siempre. O
sí lo era. Él no había cambiado. Era
ella que lo había visto de repente con otros ojos. Como un relámpago se le vino
a la mente las palabras de María Isabel. “Es
el amante perfecto”.
-Tú tomas Martini, ¿No es cierto?
Preguntó Pablo a Susana.
No esperó respuesta, se acercó a la licorera y sacó los ingredientes
para prepararlo.
Sabía que a María Isabel le gustaba el pisco sour y ese ya lo tenía
listo.
Para él se prepararía un Gin Tónica, pero se contuvo.
-¿Viene Pancho a buscarte? Preguntó dirigiéndose a Susana.
-No creo, hoy tiene sesión de Jazz hasta tarde. Después lo voy a llamar
para preguntarle.
-De todas maneras por si no viene, ya que lo más probable es que no
pueda hacerlo, voy a tomar solo una Ginger Ale para ir a dejarte, además voy a ver la película de trasnoche y no quiero
quedarme dormido.
Pablo sirvió el pisco sour y el Martini que preparó bien seco mientras María Isabel abrió y sirvió
unos snacks.
-¿Cómo anda el trabajo Pablo? Le preguntó Susana.
-Rutinario, me paso todo el día defendiéndole la plata a los
empresarios. Si no fuera por el sueldo, buscaría otro más interesante. Pero no
hablemos de trabajo. Cuéntame de ustedes.
-Bastante rutina también. Siempre deseando que algo interesante la
rompa.
Un tema llevó a otro y la conversación se alargó hasta tarde.
Pablo notó, eso sí, que Susana había sido muy
atenta con él, más de lo normal. Se preocupaba de que no le faltara bebida en
el vaso y le pasaba frecuentemente la bandeja con snacks.
A las diez, Susana miró su reloj y dijo que era hora de irse. Agradeció
las atenciones y se levantó del sofá para ir a buscar su chaqueta. Después
llamó a Pancho para preguntarle si podía pasar a buscarla. No contestó.
-Seguro está tocando y no lo escucha. Dijo en tono displicente, sin
expresar molestia ni darle importancia.
-Entonces te vamos a dejar, le dijo Pablo.
-Si, por favor, te lo agradecería. Francisco Javier no quiere que compre
auto porque soy muy distraída manejando y tiene toda la razón. Sería un peligro
público. Algún día será y así no tendré que andar molestando.
-No, como se te ocurre, no es ningunas molestia. Todo lo contario.
-¿Vamos María Isabel y llevamos a la niña para que se duerma?
-No, ya se durmió encima de la cama y hace mucho frío para sacarla. Anda
tu solo.
Mientras decía esto, se acercó a Susana para despedirse y los acompañó
hasta la puerta.
Durante el trayecto hablaron de lo peligroso que podía ser circular a
esa hora y otras cosas sin importancia pero Pablo notó que Susana estaba más
alegre y locuaz que lo normal. Debe ser el trago, pensó.
Al llegar, Susana primero entreabrió su puerta y después se volvió para
despedirse, en el mismo instante en que Pablo se acercaba con la misma
intención. El resultado fue que se encontraron a medio camino y el beso que
originalmente estaba dirigido a la mejilla terminó a media boca. Se miraron por
un breve instante como sorprendidos, después Pablo embozó una sonrisa y Susana
puso una cara que podía interpretarse como perdona, no fue a propósito, pero me
gustó.
-Adiós, gracias por traerme.
-Chao, saludos a Francisco Javier. No dijeron nada más. Susana se bajó,
cerró la puerta y con las uñas tamborileo el vidrio de la ventanilla en
señal de despedida. Después caminó hacia
la puerta.
Pablo, en un gesto de
caballerosidad decidió esperar hasta que
entrara. Pero también quería saber si antes de hacerlo volvía a mirar y
despedirse. No lo hizo. Solamente abrió la puerta y entró.
Pablo volvió a la casa intrigado. Algo estaba pasando. Su sexto sentido
se lo decía. Por lo demás, el sexto sentido no es más que información que el
cerebro guarda en el subconsciente y que la envía al consciente cuando la
necesita y seguramente él tenía mucha de esa información guardada de sus años
de correrías amatorias en su juventud y que en este momento le decía: Pablo, fíjate bien, algo está sucediendo.
En las semanas siguientes en dos oportunidades encontró Pablo a Susana al llegar a casa. En ambas,
después de saludarla cordialmente se retiró de inmediato a su escritorio. En su
juventud, para conquistar había usado con muy buenos resultados la táctica de
mostrar atención y después ignorar porque desconcertaba a las mujeres y las
hacía pensar en él, pero esta vez no era eso lo que el buscaba y esta actitud
podía llegar a ser de doble filo
logrando precisamente lo contrario. Tendría
que cambiar su forma de actuar frente a ella. Lo había pensado bien y si realmente algo estaba tramando Susana, el no caería. Estaba completamente
seguro. Nada ni nadie lo haría poner en riesgo su matrimonio.
Lo que le reforzaba la idea de que
Susana tenía otras intenciones, fue que
tuvo la impresión que los besos al saludarse y despedirse se los dio
demasiado cerca de la boca. Además su instinto de macho cazador, que por tanto tiempo había dormido y que ahora
estaba despertando, se lo corroboraba y no lo estaba dejando tranquilo. Luchaba
contra la tentación de pensar en el tema, usando sus mejores escudos, María
Isabel y Renata.
Afortunadamente en ambas ocasiones Francisco Javier la había ido a
buscar y no había tenido que ir a dejarla.
Pablo la había encontrado solo
dos veces pero se enteró que las visitas habían sido más y eso lo intrigó.
-Susana está viniendo mucho a la casa. ¿Tiene algún problema?, le
preguntó a María Isabel como al pasar, una noche en la cama mientras veían
televisión.
Y María Isabel medio dormida e inocentemente cometió un error al
responderle.
-Sí, las cosas no andan bien con Francisco Javier.
Pablo sintió un leve cosquilleo de
adrenalina correr por su espalda y dejó pasar un rato antes de volver a
preguntar, simulando más interés en la película que estaban viendo que en lo
que le había escuchado.
-Como así. ¿Problemas económicos? Su conciencia le impedía mencionar
directamente problemas sentimentales y
disfrazó la pregunta con la certeza que de todas maneras iba a saber cuál
era el real motivo.
-No, de pareja. Ahora quiero dormir, mañana te cuento.
Pablo perdió el interés en la película y apagó el televisor. Dio un beso
de buenas noches en la frente a María Isabel y simuló quedarse dormido. No pudo
hacerlo. El misterio se estaba aclarando. Parecía que no estaba tan equivocado.
El problema ahora era de él. Después de tanto tiempo parecía que se le
presentaba la ocasión de tener una aventura sin haberla buscado. Al final
decidió dejar que las cosas pasaran. No apresuraría nada. Lo que tuviera que
ocurrir ocurriría. Y convencido de que
había tranquilizado su conciencia, por lo menos por ahora, pudo por fin conciliar el sueño.
Pablo no volvió a preguntar a María Isabel por la situación de Susana.
No quería demostrar demasiado interés que pudiera levantar sospechas, además de
que no lo consideraba necesario
porque bastaba con lo poco que ella ya le
había contado para estar razonablemente seguro de saber que era lo que estaba
sucediendo.
Se sumergió en su trabajo y no dejó que su desasosiego interfiriera en
su relación matrimonial, lo que logró sin mayor esfuerzo hasta el día que Sonia
le comunicó que había invitado a cenar a los Ugarte-Veloso.
-¿Cuándo?
-El viernes en la noche.
-Podías haberme consultado antes.
Instintivamente Pablo trataba de disimular que la idea le atraía pero no
quería que María Isabel lo supiera. Su conciencia tomaba el control y lo
enredaba más de la cuenta.
-¿Tienes algún problema ese día?
-No, en realidad no. Aparte de que termino la semana muy cansado, no
habría otro motivo. En realidad podría servirme de distracción.
Pablo no tuvo paz desde ese momento. Nunca se había preguntado si Susana
era atractiva o no o imaginado como actuaría en la intimidad, como sí lo había hecho con otras mujeres. Pero todo había cambiado. Sin querer se
encontraba en medio del trabajo pensando en lo atractiva que era y, lo que era
peor, basado en los gestos en que ahora
se estaba fijando, imaginando como sería en la cama.
Llegó el viernes y nada hacía presagiar que la velada sería diferente a
otras.
Para comenzar se sirvieron un exquisito aperitivo que Pablo preparó y después pasaron a la mesa donde los esperaba
un delicioso ceviche de cochayuyo al que seguía una sabrosa Corvina al merquén
que María Isabel se había esmerado en preparar.
La cena transcurría entre brindis de Chardonnay, bromas y algunos
chistes algo subidos de tono que Francisco Javier contaba con mucha gracia.
Pablo y Susana que estaban sentados frente a frente hicieron tres veces
silenciosos contactos visuales.
El primero fue rápido, no duró más de un par de segundos, como casual.
Fue evidente que el segundo tuvo otra intención. Duró más y la mirada de
Susana decía inequívocamente “nosotros
dos tenemos un secreto” y Juan Pablo recordó inmediatamente el semi-beso de
la despedida en el auto la noche que la fue a dejar.
El tercero fue acompañado de una leve levantada de copa por parte de Susana como un brindis
cómplice y un también leve y sensual entrecerrar
de ojos.
Fue en el momento del segundo contacto que a Juan Pablo se le ocurrió la
idea. Había visto la escena en una película
tiempo atrás y la encontró sumamente excitante.
Pero ¿Se atrevería a hacerlo? No estaba seguro. Fue el tercer contacto
lo que lo decidió. Tenía que hacerlo. Acto seguido se sacó el mocasín de su pie
derecho y esperó pacientemente el momento. Este llegó cuando todos reían del
último chiste de Pancho. El desorden disimularía la acción y la inevitable
reacción. Rápidamente Pablo puso el pie entre las rodillas de Susana, que dejó
de reír, dio un leve respingo ante la
sorpresa y miró instintivamente a Pablo que seguía gozando el chiste como si
nada estuviera sucediendo bajo la mesa. El gesto no pasó inadvertido para María
Isabel, que miró a Susana en forma interrogante.
-Que susto, sentí que me estaba atragantando con una espina, comentó Susana
sin dirigirse directamente a alguno.
-Tienes que tener cuidado, aunque estoy segura que le se las saqué todas, le dijo María
Isabel en tono de preocupación.
El pie seguía impunemente entre las rodillas de Susana y Pablo, un tanto
nervioso, estaba pendiente de su
reacción. Lo peor que podía pasar sería el rechazo, el enojo y el posterior bochorno y explicación pero, al
contrario, primero ella lo apretó con fuerza, posiblemente para evitar que
siguiera más adelante, para luego ir lentamente soltando la presión, permitiendo a Pablo rozar suavemente la parte
interior de los muslos un par de veces antes de retirarlo.
Durante todo el tiempo que duró esta acción, Susana y Pablo dejaron de percibir la comida,
el vino, María Isabel, Francisco Javier y sus voces. Todos sus sentidos estaban
bajo la mesa concentrados en su simbólico acto de penetración. Ambos lo
entendieron así y después de dos miradas cómplices, estimaron tácitamente que
habían llegado peligrosamente lejos y se
comportaron lo más normalmente posible
el resto de la jornada, que terminó como siempre muy avanzada la noche. La pareja pidió un Uber y agradeciendo reiteradamente
el grato momento pasado, se retiraron.
Susana quedó muy excitada y
deseosa de convertir el acto simbólico en uno real. Quería llegar luego a casa
para hacerlo con Francisco Javier. Lamentablemente su deseo no lo pudo
concretar. Los mojitos primero, el
Chardonnay después y la abundante comida hicieron su efecto y Francisco Javier
a duras penas se acostó y no bien puso la cabeza en la almohada, se durmió tan
profundamente que ni el temblor que se sintió 15 minutos después lo despertó.
Susana, resignada, se durmió sintiendo el suave roce del pie de Juan
Pablo en sus muslos.
Por su parte y mientras ayudaba a María Isabel a levantar la mesa y ordenar,
Juan Pablo analizaba lo ocurrido. Había sido muy excitante y al recordarlo
volvió a experimentar el cosquilleo de la adrenalina correr por sus venas, pero
muy pronto se convenció que hasta aquí no más llegaría. Sintió que su ego ya
estaba satisfecho. Había tenido con las mujeres el éxito suficiente como para
no necesitar probar nada ni a él ni a nadie.
Le bastó con mirar a María Isabel para reafirmar su propósito. Nada ni
nadie haría peligrar su matrimonio.
Por otra parte, estaba Francisco Javier a quien estimaba de verdad por
ser un buen tipo y no merecía que le hiciera daño. Paralelamente creía saber
también por qué Susana lo buscaba. Seguramente él estaba fallando, aunque si
era ese el motivo, no por eso debía ser
condenado. Se sintió con el coraje suficiente como para dejar de lado una
aventura que podía ser muy entretenida, porque no era más que eso, una aventura, y además, no tenía vocación de héroe vengador de mujeres
insatisfechas. A través de María Isabel ayudaría a que la pareja se
reencontrara.
Fiel a su autoimpuesto compromiso, al
acostarse la noche siguiente le dijo a María
Isabel.
-La otra noche te pregunté por qué Susana venia tan seguido a la casa y
tú me comentaste que tenía problemas de pareja y que después me contarías más.
¿Cuál es el problema específico? Porque yo los vi bien en la comida. Aparentemente
no tenían problemas.
-Lo que pasa es que Francisco Javier trabaja mucho y también ensaya con
su grupo de Jazz por lo que llega tarde y cansado a casa y su actividad sexual ha
disminuido tanto que prácticamente ya no lo hacen.
-Y ¿Crees tú que podría haber alguna
forma de ayudarlos?
- No lo sé, mañana me voy a juntar con ella a las 6 en el Buen Grano. Si
quieres vas también y juntos vemos si podemos hacer un diagnóstico de la
situación.
-Me parece bien pero llegaré un poco
más tarde, como a las 6,30.
-Perfecto, ojalá podamos hacer algo.
Acto seguido Susana apagó la luz de la
lámpara de velador y el televisor y
ambos se durmieron tranquilamente.
Al día siguiente y de acuerdo a lo
convenido, María Isabel y Susana se encontraron en el Buen Grano.
-¿Mesa para dos? Preguntó el mozo al
entrar.
-No, para tres, por favor, contesto María
Isabel.
-¿Por qué para tres? Pregunto Susana.
-Porque viene Pablo también.
-¡Ah, qué bueno! Exclamó Susana con
demasiado énfasis para su gusto.
-¿Por qué?
-Porque necesito verlo. Susana sintió
que estaba entrando en terreno pantanoso por lo que rápidamente inventó una
excusa.
-Quiero que me diga si en este momento me conviene cambiar a Renta Fija
el dinero que tengo en Fondos Mutuos en el Banco. Es el único en quien confío
para un buen consejo. Al decir esto se
sintió aliviada, tendría más cuidado. No volvería a traicionarse.
Media hora después llegó Pablo. Ordenaron café helado con galletas, el
de Susana con poca crema y conversaron de muchas cosas intrascendentes, menos
de las inversiones de Susana y tampoco se dio la oportunidad, a pesar de los
intentos de María Isabel, de poder tocar
el tema de los problemas de la pareja. Definitivamente Susana no tenía ganas de
hablar del tema. Se sentía demasiado a gusto como para echar a perder el
encuentro.
-Hola María Isabel.
Entusiasmada en la conversación, ella no escuchó el saludo.
-Parece que la señora que está
sentada en la mesa detrás de ti te saludó, le dijo Pablo.
María Isabel se volvió y reconociendo a quien la saludaba, giró un poco
su silla y se puso a conversar con ella.
Aprovechando la oportunidad, Susana miró fijamente a los ojos a Pablo y
tocando con su rodilla derecha el muslo izquierdo de él acercó su cara y tan
despacio, que casi solo pareció una mueca silenciosa, le dijo.
-Llámame mañana.
-¿Por qué’, preguntó Pablo, con el
mismo sigilo, sorprendido.
-No importa, solo llámame.
En ese instante María Isabel terminó su
conversación con la mujer de la mesa vecina y se volvió, enderezando su silla.
-Es Magdalena, la mamá de una
compañerita de Renata.
Ni Susana ni Pablo le dieron importancia al comentario.
Las mesas del Buen Grano eran pequeñas, redondas y con la cubierta de
vidrio. Por eso, al volverse María Isabel, Susana retiró rápidamente su rodilla
del muslo de Pablo.
Desde ese momento, la reunión se redujo prácticamente a una conversación
entre las dos mujeres. Pablo se aisló y su participación se limitó a sonreír y
asentir con la cabeza cuando ocasionalmente
se dirigían a él. Susana notó su cambio de humor, y por las miradas que le dirigió
y por lo alegre que estaba- reía a cada rato y por cualquier cosa- parecía gozar con el impacto que su solicitud
le había causado.
Pablo se entretuvo mirando la decoración de El Buen Grano. Era de
mobiliario sencillo, con sillas no muy cómodas. Era evidente que la idea era
que hubiera rotación de clientes, normalmente empleados de empresas cercanas que,
a media mañana o media tarde, se escapaban brevemente para aclarar las ideas y
renovar energías tomándose un café. En
la decoración de los muros se notaba más esmero. En ellos se habían pintado
representaciones de escenas de mujeres con coloridos vestidos en actividades
relacionadas con la siembra, recolección y proceso de tostado del café,
acompañadas desordenadamente de frases o citas de personajes famosos. Le llamó la atención una en específico que
estaba ubicada justo frente a él y que no
podía dejar de verla que decía:
“La vida no es más que azar, el libre
albedrío solamente consiste en aprovechar o no las oportunidades que
aleatoriamente nos da”
Anónimo
No podía dejar de mirarla. Intuía que algo le sugería. ¿Por qué la había
visto justo ahora? ¿El azar a que alude? Le hacía ruido la palabra oportunidad, Oportunidad.
María Isabel se dio cuenta que el motivo de la reunión no se estaba
cumpliendo y un poco molesta con la curiosa actitud de Pablo, dijo mirando su
reloj.
-¿Qué hora es? Voy a tener que irme,
la cuidadora me pidió permiso para irse más temprano. Si quieren Ustedes se
pueden quedar un rato más. Puedo tomar un taxi.
-No, de ninguna manera, yo voy a
aprovechar de pasar al supermercado, le objetó Susana.
Al pararse de la mesa para irse,
Pablo dejó pasar a las dos mujeres y se quedó atrás. María Isabel se detuvo un
instante para despedirse de Magdalena, momento en que miró por última vez la
escritura en la pared que tanto lo había inquietado. Casi todas las letras se
habían difuminado, solo resaltaban dos: “aprovechar” y “oportunidades”.
En la puerta del Buen Café se
separaron. Una vez más Pablo notó que la
despedida de Susana no fue un
simple acercamiento de mejillas con un
beso al aire, sino uno que se le dio inequívocamente cerca de la boca y
que duró un poco más de lo normal.
Los días siguientes Pablo se sumergió
en sus rutinas laborales y hogareñas y no se permitió, en lo posible, pensar en
Susana. Por otra parte, recién se dio cuenta que aunque eran amigos desde hacía
tanto tiempo, no tenía su teléfono. Eso lo tranquilizó porque le daba una disculpa para no llamarla y le
permitía ganar tiempo esperando que el entusiasmo se diluyera. Definitivamente
no la llamaría porque sabía muy bien que de hacerlo estaría cruzando el
Rubicon, el punto de no retorno y se subiría al tobogán que indefectiblemente,
sin poder ya bajarse, lo llevaría hasta
el consabido final que significaba involucrarse sentimentalmente con Susana.
Se
sentía firme en la decisión que había tomado. Eso hasta que, una mañana estando
en su oficina con un cliente, sonó su teléfono.
-¿Aló?
-Aló ¿Pablo?
-Si, con él
-Hola, soy Susana.
Sintió que el piso temblaba.
-Hola Susana ¿Cómo estás?
-Bien, por decir algo, porque he
estado esperando tu llamada.
-Disculpa Susana pero no tengo tu
teléfono. Por eso no te llamé.
-Podrías habérselo pedido a María
Isabel.
-Lo pensé, pero no encontré una
disculpa para hacerlo.
En ese momento se dio cuenta que el
cliente estaba poniéndose inquieto y que, además podría estar escuchando la conversación y le dijo.
-Susana, estoy con un cliente.
Después te llamo.
-De acuerdo, pero por favor llámame.
Necesito hablar contigo, le dijo Susana en tono de ruego.
Cortaron.
A Pablo le costó retomar la
conversación con su cliente. Tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse.
Tendría que llamarla, no quedaba otra
opción. No estaría bien disculparse de nuevo. Estimó que el no hacerlo
sería una ofensa y podría sentirse
humillada. Él era un caballero y no se lo permitiría.
Durante la tarde, tomó varias veces su celular
para llamarla pero no lo hizo.
Las palabras ” aprovechar y “oportunidades” aparecieron
repetidamente en su cabeza. También recordó un libro que encontró en una cabaña
que habían arrendado en Pucón durante las vacaciones un par de años atrás que,
con muchos ejemplos relataba que las personas antes de morir no se arrepentían
de las cosa que habían hecho sino, todo lo contrario, se arrepentían de lo que
no habían hecho. ¿Por qué lo recordaba justo ahora? ¿Otra vez el subconsciente?
A las 6; poco antes de terminar la jornada
laboral, se decidió.
-Aló, ¿Susana?
-Sí, que bueno que me llamaste,
llegué a pensar que ya no lo harías.
-Dime Susana. ¿Qué pasa?
-Por teléfono es difícil decírtelo.
¿Podrías venir a buscarme?
-Hoy no, tengo reunión en el colegio
de Renata. Si estás de acuerdo podría pasar mañana viernes que puedo arrancarme
más temprano.
-¿A que hora?
-A las 4.
-Perfecto, te espero. Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Cortaron.
Esa noche y la mañana siguiente,
Pablo no dejó de pensar en todas las posibilidades de ese encuentro. Se imaginó
varias. Dependería del escenario que
Susana planteara. En su trabajo hacía tiempo que había aprendido que no
sacaba nada con programar muy al detalle las reuniones, casi nunca se
desarrollaban en la misma forma que las había planeado. Decidió esperar e
improvisar en el momento.
En la tarde, puntualmente a las 4;
Pablo se estacionó frente a la casa de Susana.
Esperaba que ella saliera y subiera
al auto sin más preámbulos, pero la vio
salir hasta la puerta del antejardín y esperar. Eso no era lo que había pensado
que sucedería. Intrigado, se bajó, cerró el auto y se acercó.
-Hola Susana.
-Hola Pablo.
Se saludaron con un beso al aire en
la mejilla y Susana le dijo al oído:
-Está mi papá, le dije que María Isabel te había pedido que me pasaras a
buscar para ir al mall a ver un desfile de lencería.
-Conforme, te seguiré la farsa.
Por la forma cómplice como Susana se lo comunicó y el hecho de haberle
inventado una excusa al papá, a Pablo no
le cupo ninguna duda del destino de ese encuentro. Algo se traía entre manos. Lo
tendría en cuenta al salir.
Para anticiparse a quien iba a enfrentar, mientras caminaban hacia la
casa, recordó a don Vicente Briones a quien había visto solo en dos ocasiones y
por muy poco tiempo. Rápidamente se le vino a la mente la imagen del oficial en retiro de la Armada, que había
quedado viudo hacia un año, siendo precisamente en el funeral de su esposa la
última vez que lo vio. Hombre de pocas palabras, sus muchos años navegando lo
había convertido en una persona cauta y muy observadora. Tenía una mirada penetrante que costaba mantener.
-Buenas tardes don Vicente ¿Cómo
está?
-Bien, Pablo y Ud?
-Bien, bien, sin novedades, contestó
Pablo nervioso.
-¿Sigue fanático de la Chile? Hoy se
juega el clásico ¿No? Preguntó don Vicente.
-Sí, hoy en la noche a las 21. No
tenemos un buen equipo. Ganar va a ser un gran desafío, sin dudas un gran
desafío, repitió convencido.
Susana cortó la conversación.
-Estoy lista, vámonos ya, no hagamos
esperar a María Isabel.
-Hasta luego don Vicente, gusto de
haberlo visto.
-Hasta luego que les vaya bien.
-Adiós papá. Si quieres servirte
algo, en refrigerador hay de todo.
-Chao hija. Gracias.
Salieron apresuradamente para dar
credibilidad a la urgencia.
Ya en el auto, mientras salían del
estacionamiento, Pablo preguntó.
-¿Crees que se lo creyó? Tu papá no
tiene nada de ingenuo.
-Espero que sí. No se me ocurrió
ninguna otra disculpa.
-¿Dónde quieres ir?
-Donde tú quieras.
-¿Estás segura?
-Absolutamente.
Dicho esto, Pablo se dio cuenta que no tenía sentido seguir con rodeos y
tomó entonces directamente la ruta más corta al camino internacional.
Durante el trayecto hablaron cosas sin importancia. Ambos sabían muy
bien a donde se dirigían. Disminuyó la
velocidad al acercarse al primer Motel
pero siguió de largo. Se detuvo a la entrada del segundo y mirando directamente
a Susana le preguntó.
-¿Estas decidida?
-Completamente, contestó Susana sin
dudar.
Entraron.
La experiencia resultó satisfactoria
para ambos. Pablo dio a Susana lo que esperaba y él quedó gratamente sorprendido. No
se engañaron con palabras de amor o clichés. Estaban de más porque ambos sabían
que no eran ciertas y habrían sonado falsas. Sí hubo pasión y se complementaron
extraordinariamente bien. Por eso tampoco hubo llanto,
reproches ni arrepentimiento.
Durante el regreso, no mencionaron lo ocurrido ni se adularon por su
desempeño. Lo único que indicaba que algo más íntimo había sucedido fue la mano
de Susana posada en el muslo de Pablo durante todo el trayecto. Fue su forma de
prolongar el encuentro. Excepto cuando Susana, a medio camino interrumpió un
largo silencio y dijo:
-Pablo
-¿Si?
-Solo quiero saber una sola cosa.
-¿Cuál?
-¿Te contó María Isabel que la
relación con Francisco Javier no está bien?
-Sí, pero para mí lo que pasó no
tiene nada que ver con tu matrimonio, esto es solo entre tú y yo.
Al llegar a la casa de Susana, Pablo se
estacionó pero no detuvo el motor. Por unos instantes Susana lo miró fijamente,
le dio un beso en la mejilla y le dijo en un tono que no dejaba duda alguna de
su sinceridad, Gracias. Pablo se limitó a sonreírle.
-Buenas noches Susana.
Iba a agregar algo más pero se contuvo. No
quiso echar más leña al fuego.
Susana se bajó y Pablo la siguió con la mirada. Esta vez sí volvió la
cabeza antes de entrar. Francisco Javier aún no había llegado.
Mientras conducía hacia su casa analizó lo ocurrido. La aventura
original se podía convertir fácilmente
en algo más serio. Por su belleza y su personalidad Susana estaba como para
enamorarse y si se unía el sentimiento con la reciente experiencia física…..no,
mejor ni pensar en las consecuencias. Amaba
realmente a María Isabel y todas las miles de experiencias que en siete años de
casado y dos de pololeo habían pasado juntos. Esto sin agregar los sentimientos hacia su hija. Se repitió su propósito de que nadie
ni nada rompería su matrimonio. Deseó fervientemente que María Isabel ni
siquiera sospechara lo ocurrido. No tenía por qué hacerlo. Había tomado todas la precauciones posibles como
para que algo lo delatara.
Llegó a su casa relativamente tranquilo aunque al saludar a María Isabel no se sintió bien. Tomó en brazos a Renata y
le dio un largo beso. Después, argumentando que había llegado muy cansado, lo
que no estaba muy alejado de la realidad ya que la experiencia lo había agotado
física y mentalmente, se fue a su
escritorio. Necesitaba estar solo. Creyó poder soportar su encuentro con su
esposa pero no, definitivamente no fue así.
-Pablo, ¿Te llevo la comida al
escritorio o vienes al comedor? Escuchó decir a María Isabel.
-Voy para allá, gracias, contestó.
Después de comer se quedó en el
living viendo el partido de la U. de Chile con Colo Colo.
Al día siguiente, un caluroso sábado
de mediados de Enero, Pablo sintió que remecían la hamaca donde dormía una
tranquila siesta.
-Papito, papito, despierta,
despierta.
-¿Qué pasa hija? Medio dormido aún
preguntó.
-Con la mamá queremos ir a la playa.
¿Vamos?
-Hace mucho calor y debe estar llena,
dejémoslo para otro día.
-No, dijo mimosa y suplicante Renata. Quiero ir ahora.
-Está bien, vamos. Dijo Pablo que nunca podía resistirse a los deseos de su
hija, por lo que, desperezándose se bajó de la hamaca.
-¿Y me compras un helado?
-Sí
-¿Y puedo llevar a Josefina?
-Si. También.
-¡Que bueno! Va a estar contenta de
salir a pasear con nosotros. Y diciendo esto, Renata gritando, se fue feliz corriendo
a buscar su muñeca.
-Mamá, mamá, el papá dijo que sí.
Pablo se cambió camisa y anunció que estaba listo.
-¿Vamos caminando? Le preguntó María
Isabel.
-Por supuesto, en la costa no debe
quedar ni un solo estacionamiento.
Cerraron la casa y partieron los
tres, cuatro con Josefina, muy contestos a pasear.
Caminaban por 4 Norte cuando al
terminar de cruzar 5 Poniente, Pablo divisó a lo lejos a Francisco Javier,
Susana y su papá que, por la misma vereda se acercaban de frente. Se dio cuenta
de inmediato del peligro de ese encuentro.
-No puede ser, dijo entre dientes.
-¿Qué no puede ser? Le preguntó María
Isabel.
-Que justo al frente esté el
restaurant que tanto recomienda mi jefe, he pasado cien veces por aquí y no lo
había visto, improvisó rápidamente Pablo.
-Por supuesto, si siempre pasas en
auto apuntó María Isabel
- Atravesemos para ver los precios,
por su aspecto me da la impresión que debe ser caro, insistió Pablo,
deteniéndose para tratar de hacerlo a media cuadra, mientras por el rabillo del
ojo no perdía de vista al grupo que se amenazadoramente acercaba. El flujo de
autos, que a esa hora esa intenso se los impidió.
-Mejor atravesemos por el paso de
cebra en la esquina, dijo empezando a devolverse.
El desesperado intento de escape
terminó cuando vio que María Isabel levantaba un brazo para saludarse con
Susana. No había escapatoria posible. El encuentro era inevitable.
-Qué casualidad, exclamó María
Isabel.
-¿Cuál? Preguntó Pablo aunque sabía
muy bien de cual se trataba.
-Ahí vienen Francisco Javier, Susana
y su padre.
-¿Dónde?
-Frente a nosotros por la misma
vereda.
-Tienes razón, son ellos.
Mientras se acercaban, Pablo
mentalmente elaboró una estrategia. Que María Isabel y Francisco Javier
hablaran no era problema, ambos no tenían idea de lo sucedido. Por supuesto que
ni Susana ni él diría nada que pudiera comprometerlos. El peligro era don Vicente. Era estrictamente necesario
aislarlo de la conversación.
Se encontraron en un lapso de tiempo que a Pablo le pareció
demasiado corto.
Se saludaron y la conversación al
comienzo fue entre todos y se desarrolló en torno al tiempo y a algo común a
todos los habitantes de las ciudades balnearios, lo mucho que quedaba aún para
que termine el verano y se vayan los visitantes para gozar tranquilos la
ciudad.
Hasta ese momento no se vislumbraba
peligro. Pero después del entusiasmo inicial se produjo un vacío en la
conversación, con el que, con la adrenalina fluyéndole a full, Pablo se llenó de temor. Rápidamente miró a
Susana y entrecerrando los ojos y juntando las cejas se lo transmitió. Susana que también estaba
alerta, instantáneamente captó el mensaje.
Se habían detenido justo donde se
habían encontrado, en medio de la vereda y la gente se detenía y los rodeaba
con dificultad para pasar. Pablo mirando en rededor, abrió los brazos en un
gesto de moverlos hacia la
muralla.
-Estamos haciendo taco, movámonos
para dejar pasar a la gente, dijo para
llenar el vacío del silencio y alejar el peligro. Instante en que aprovechó de
colocarse entre don Vicente y los demás, aislándolo.
Maria Isabel y Francisco Javier comentaron algo entre sí y Susana se
encuclilló para besar a la niña.
-Hola Renata, que bien, sacaste a
pasear a Josefina la que conocí ayer. ¿Se ha hecho pipí? Mencionar el día estaba evidentemente de más,
pero Susana sabiendo que su padre la escucharía, pensó que con eso reforzaría
la mentira del día anterior, alejando cualquier duda que pudiera haber tenido
sobre su veracidad.
-Ayer no tía, la conociste antes.
-Tienes razón, mi amor, lo había
olvidado. Que distraída soy.
Don Vicente solo observaba. No se perdía
detalle de lo que pasaba.
-No soporto bien el calor, prefiero
el frío, dijo Pablo a don Vicente tratando de
iniciar una conversación que solo los involucrara a ellos.
-Sí, contestó, a mí me pasa lo mismo.
-Pero en la Armada……..
-Papito, papito, quiero mi helado, lo
interrumpió Renata tirándolo de un brazo.
-Si hija, te lo voy a comprar luego.
-Pero en la Armada… continuó Pablo.
-No, lo quiero ahora, insistió la
niña, haciendo un puchero.
-Ya, de acuerdo, vamos a comprarlo,
le dijo Pablo inclinando su cabeza a la altura de ella. Había vislumbrado una
rápida salida a la situación y tenía que aprovecharla luego, cuando escuchó que
don Vicente preguntaba:
-Y, ¿Cómo estuvo el desfile?
Pablo se sobresaltó, y sintió,
literalmente, el mundo derrumbarse. Había ocurrido lo que tanto temía. Don
Vicente los había delatado. No habría forma de salir de ésta. Como un relámpago
paso por su mente su matrimonio deshecho y su vida arruinada y levantando la cabeza tratando de disimular
su sorpresa, miró a don Vicente.
-¿Co…Como dijo, don Vicente?
-Pregunté que como había estado el
desafío, hizo una pausa, de ganar al
Colo Colo, continuó don Vicente, porque
yo no veo futbol.
En el desorden mental que a Pablo le
estaba produciendo la situación, había escuchado precisamente la frase que no
quería escuchar, cambiando la última palabra. El alivio que sintió es difícil
de describir. Reponiéndose rápidamente contestó simulando congoja.
-Perdimos 2 a 1, don Vicente. En
realidad tal como Ud. lo dice, era un gran desafío ganar.
-Quiero mi helado, lo volvió a
interrumpir Renata, a punto de echarse a llorar.
Pablo, agradeció que nuevamente la
niña le diera una oportunidad de salir del embrollo y rodeándole los hombros
con un brazo, dio una explicación.
-Disculpen nos, ha sido muy grato
encontrarlos pero tenemos que darle el gusto a Renata antes que se ponga a
llorar.
Se despidieron cordialmente. Al
separarse Susana y Pablo se miraron furtivamente y suspirando ambos hicieron un
casi imperceptible gesto de alivio. Pablo apuró el paso, tratando de alejarse
lo más rápido posible del peligro cuando escuchó a don Vicente.
-Pablo, espera.
Pablo se tensó, apretando las manos.
Que pasa ahora. Sintió que el peligro aún no había pasado. Se detuvo.
-Sigan ustedes, yo los alcanzo, dijo
perentoriamente a María Isabel.
-No, mejor te esperamos, contestó
ella quedándose parada muy cerca de él evitando a la gente que pasaba.
-¿Sí, don Vicente?
-Perdona que te moleste, pero ¿Cuándo
te puedo ir a ver al Banco para que me aconsejes donde poner la plata del
desahucio que aún me queda?
Pablo respirando hondo, contestó.
-El lunes a la hora que Ud. quiera
don Vicente, con mucho gusto lo atenderé.
El alivio que, por segunda vez sintió
fue mayor que el primero. Había pasado la
prueba sin que su esposa se enterara de su infidelidad.
Cuando reanudaron la marcha se ubicó entre
María Isabel y Renata y tomó las manos
de ambas. María Isabel se la soltó.
-Tienes la mano traspirada, le dijo y
mirándole a la cara agregó, y la frente también. ¿Te sientes bien?
-Sí, no te preocupes, es por el calor
y las cervezas que tomé al almuerzo. Se
me olvidó traer un sombrero.
Ya totalmente repuesto del susto,
Pablo se dijo: NUNCA MÁS, NUNCA MÁS. ESTO SE ACABÓ.
-Aló, ¿Susana? ... ¿Cómo has estado?
Comentarios
Publicar un comentario
Su opinión nos ayuda, la crítica es valiosa, muchas gracias.