Un inocente sueño de Navidad
Dicen
que los sueños se hacen realidad. Por si las dudas, yo siempre ando soñando,
aunque esté despierta.
Ayer,
en la mañana de Navidad, me puse el pantalón que le trajo el Niño Dios a mi
hermano. Me había dicho que esperaría hasta el día de su cumpleaños para
estrenarlo y lo guardó, sin quitarle la etiqueta, en su cajón. Esperé a que se
metiera a bañar. Saqué con cuidado el pantalón, me lo puse y me miré al espejo.
Se me veía precioso, como si estuviera hecho a mi gusto y medida. Me lo pondría
para ir al parque y probar mis patines nuevos. En ese momento, tal como lo hizo
Alicia, me metí al espejo y comencé a patinar como nunca antes lo había hecho.
Tomaba impulso, me deslizaba y giraba como la mejor patinadora que hubiera
existido. Las piruetas las hacía a toda velocidad y en cámara lenta, casi
flotando. Una delicia. Al terminar la rutina, salí de ahí y, por un instante,
pensé en quitarme el pantalón y guardarlo pero, la idea de ponerme el vestido
blanco con flores bordadas que me habían regalado a mí, me pareció fuera de
lugar. Creo que el Niño Dios es un poco anticuado o, tal vez, se había
equivocado de regalo. ¿Cuándo me ha visto con vestido corto?
Saqué
los patines del clóset y salí de casa procurando no hacer ruido para no ser
vista. A esa hora mis amigas debían estar esperándome en el parque. Habíamos
quedado en practicar la rutina que inventamos la semana anterior.
—¡Estrenando,
qué lindo pantalón! —dijeron a coro mis amigas—. Pero se te olvidó quitarle la
etiqueta.
Sonreí
aunque no hice ni el menor intento de quitársela. Después de la práctica lo
guardaría en su lugar y nadie se daría cuenta que lo había utilizado.
A
veces la ropa nos hace sentir especiales. Por eso los superhéroes traen siempre
el mismo atuendo. Recordé mi sueño en el espejo. Este pantalón era para mí, me
quedaba mejor que pintado. Me sentí tan linda y tan… tan segura como los
patinadores profesionales. Se me ocurrió que era el momento de probar un triple
mortal. Mis amigas quedarían sorprendidas. Tomé velocidad y antes de comenzar
el giro, una ramita se atoró en las ruedas del patín derecho y caí de rodillas,
arrastrándome unos cuantos metros.
—No
pasó nada, estoy bien —aseguré sacudiendo el polvo y alistándome para
intentarlo de nuevo pero, al descubrir tremendos desgarrones en el pantalón, se
terminó el sueño. ¿Qué le diría a mi hermano?
Volví
a casa a hurtadillas, me cambié de ropa y guardé en el cajón la prenda rota.
¿Cómo
podría salir de esa? En la noche tuve la respuesta. Al despertarme, fui
corriendo con mi hermano y le dije:
—Raúl,
¿has oído a los adultos decir que los sueños se hacen realidad?
—Sí.
¿A qué viene eso?
—Que
a veces, lo que uno sueña, sí te puede pasar.
—Mmm
¿tú crees? ¿Qué soñaste?
—Que
era la mejor patinadora del mundo, tenías que haber visto mi equilibrio, la
precisión con la que ejecutaba todas las pirouettes y la rutina que inventé con mis amigas. Además me veía muy hermosa
ataviada con tu pantalón nuevo.
—Olvídalo,
ni en sueños te lo prestaría.
—Ya
sé, pero lo traía puesto mientras patinaba y hacía acrobacias con un alto grado
de dificultad en
el parque. Si no fuera por una tonta rama que se atoró en las ruedas… perdí el
equilibrio y al suelo fui a dar.
—¿Y?
—Mira,
tengo el raspón en la rodilla.
—Fue
solo un sueño ¿verdad? ¿No te pusiste mi ropa nueva?
—No
lo hice. Es algo que soñé… como un sueño de Navidad, pero fue tan real que
hasta las rodillas traigo raspadas. Por
eso te digo que los sueños se hacen realidad.
—Espera…
¿fuiste capaz de usar mi pantalón nuevo para ir a patinar? —cuestionó casi
gritando mientras fue corriendo a revisar su cajón. ¿Tendría algún efecto mi
argumento? A esas alturas de la conversación, yo misma creía que había sido un
sueño.
—Está
roto. ¡TE PUSISTE MI PANTALÓN NUEVO PARA IR A PATINAR!
—No
lo hice. Mira, hasta tiene puesta la etiqueta.
—¡Papaaaá!
Nadie
me creyó que los sueños se hacen realidad así es que recibí un buen castigo y
amenazas de darme otro si volvía a utilizar la ropa nueva para ir a jugar,
sobre todo la de mi hermano. ¿Por qué no usaba la mía?
No entienden nada. El Niño Dios está bien equivocado si cree que me pondré el vestido corto de flores para ir a patinar. Ni que quisiera andar enseñando los calzones.
Silvia Fernández-Risco
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