Fiebre

 


Despierto en la franja fina de los acantilados, sonambulizo los días, cierro los ojos y voy inventando futuros brevísimos, que apenas se estiran hacia cuatro horas, en afiebrada expectativa. Fuera del cuarto, todo gira y me aferro a la línea punteada que trazaron mis ayeres, para no caer, no fenecer en la inopia del olvido  Musito una acción de gracias por el equilibrio escaso que me sostiene.

En la indefensión de décadas recorridas, intuyo la luz, pero sigo allí enclavado, sin atreverme a abrir los ojos, para no desviarme en el vértigo de imágenes mentirosas, esquivando el canto que te cruza de penas y te debilita, haciendo cauto tu caminar presente.

He apagado las antenas de onda corta, no quiero claudicar por apariencias, me asumo solo, como cualquiera, en el tramo final de la existencia. Cerrando los ojos, observo desde el umbral lo invisible, aquello en lo que me convierto, en contradictorio discurso de silencio, el viento me muerde las orejas y un gato maúlla en una madrugada sin tregua. Lucho con asesinos que me matan cada cuatro horas, la fiebre se expande como un volcán añoso y enmohecido por mi espalda.

Despierto, subo al brebaje oloroso de yerbas tranquilizantes que refrescan el pecho; enfrento el corazón desbocado y persigo a monjes tibetanos que quieren atravesarme con sus catanas, corro por cerros aprendidos, con tonalidades de infancia, y se  vienen a la frente y se desgranan por las veredas mis fantasmas, preludio de muerte, temiendo el brusco final sin epitafios, recorro rincones y culpas, que nunca relaté en mis historias autocensuradas, hago mea culpas de introversión, siento que el viento me arrastrará al abismo y mis pies desnudos se entierran en las piedras para mantenerme erguido, sin tropezar ni perder el equilibrio. Estoy en el penúltimo trance, reconstruyo mecanos y organizo un puente, un arco que quiere ser de triunfo, sudo, me animo, corro, salto, arriesgo todo a una mano de póker y así alcanzo la otra orilla, para repetir el ciclo, con la muerte rondando, inconfundible en su sutil perfume de hielos. Quedan 4 horas para el próximo paréntesis, la noche se difumina, canta un gallo y decodifico mi pesadilla, en un ejercicio personal y secreto de sobrevivencia.

Hernán Narbona Véliz

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