HISTORIA DE UNA FOTO PARTE II
Velada con el Comandante en Jefe de Cuba
Y Advenimiento de
Berni al Mundo de la Luz
Culminaban los trabajos de la Primera Reunión
México-Cuba de Educación, Ciencia y Cultura con una cena en la Residencia de la
Embajada de México, que el secretario mexicano de Educación, Víctor Bravo
Ahuja, ofreció al Primer Ministro, Fidel Castro Rus (13 de agosto de 1926-25 de noviembre de 2016), y durante la cual él mismo y
José Ramón Fernández, ministro cubano de Educación, describieron y ponderaron
los acuerdos de colaboración que durante la reunión establecieron ambos países.
Transcurrían los últimos días de septiembre y en la
Ciudad de México, María Cristina, mi mujer, estaba en la fase final de nuestro
embarazo, y mi hijo Bernardo, desde poco antes de mi viaje, nos anunciaba con movimientos y pataleos su
urgencia por nacer.
En la habana, antes de la cena aún le quedaban a la
Delegación Mexicana algunas otras tareas por cumplir fuera de programa. Por la
tarde, don Víctor Bravo Ahuja, secretario de Educación Pública, oaxaqueño de
Tuxtepec-Papaloapan, egresado de la licenciatura en Ingeniería Aeronáutica del
IPN, y del doctorado en Ciencias de la UNAM, me solicitó que esa noche no
viajáramos juntos a la Residencia de la
Embajada de México y que yo lo hiciera
en otro vehículo, para introducir furtivamente la cámara y equipos con que dos
cineastas mexicanos y un camarógrafo griego realizaban un documental de los
trabajos de la Reunión.
Esto fue necesario porque la filmación que se
pretendía esa noche, por omisión, no había sido incluida en el programa general
y no estaba permitido en el protocolo cubano filmar al jefe de la Revolución Cubana, sin previa autorización.
Con plena conciencia de que mi mayor compromiso era
estar y asistir a mi mujer y a mi hijo
cuando saliera al encuentro del aire y de la luz, lo que se calculaba a
mediados de octubre, habíamos previsto todo con el ginecólogo Gilberto López
Gómez, para recibirlo en el Sanatorio Español, y si bien los estudios no
revelaban impedimento o afectación alguna del proceso, yo que había observado,
en el vientre de su madre, la vivacidad de Bernardo, temía que se adelantara a
mi regreso, programado para fines de septiembre.
El Primer Ministro cubano llegó oportunamente y
aceptó ser entrevistado luego que se le informó que todos los trabajos de la
Reunión habían sido filmados en La
Habana y a lo largo y ancho de la isla donde se celebraron. Pero el cuerpo de
seguridad, al que también denominan “protocolo”, informó
antes de la grabación que no estaba permitido el uso de reflectores,
“porque lastiman la vista del Comandante”.
El director de los cineastas vino desconsolado a
informarme del nuevo impedimento, y yo le indiqué que dejaran las lámparas en
un sillón contiguo al lugar que ya estaba dispuesto para la filmación, con
Fidel de pie, en un corredor techado que daba al jardín de la residencia, de
bella arquitectura tradicional cubana.
Así, al punto de que se iniciaba esta, yo me acerqué, cogí los reflectores,
subí al sillón con total falta de urbanidad, me improvisé como iluminador y, en
un instante, ya estaba alumbrando por encima de los ojos del Primer Ministro,
por lo que la grabación de la entrevista se hizo con toda nitidez.
Y los integrantes del “protocolo”, que por cierto
actuaban siempre de manera discreta, ya no pudieron hacer nada para impedirlo.
Recuerdo que ante la intensidad de la luz, aunque cuidé que no le llegara de
manera frontal a los ojos, Fidel
parpadeaba, cerraba y abría sus pequeños ojos, al tiempo que me veía.
Y tanto él como yo, sin palabras, sin gestos,
estábamos en el entendido de que yo estaba infringiendo el severo, eficaz
protocolo de seguridad cubano, que desde el triunfo de la Revolución había
hecho fracasar unos 600 complots, principalmente de la CIA, para asesinar al adalid
que por 57 años mantuvo invicto a su país ante el asedio y el bloqueo económico
del mayor imperio en la historia del mundo.
Antes de viajar
a Cuba, también había solicitado a don Nicolás, quien trabajaba a mis órdenes
como chofer, que durante mi ausencia siembre estuviera disponible y
preparado para llevar a Cristina al
hospital, si mi hijo anunciaba su llegada a este mundo antes de tiempo.
No fue necesario, regresé a casa con antelación y,
cuando el momento llegó, yo los llevé y
Bernardo nació el 15 de octubre, de
manera natural, por su propio esfuerzo y, por supuesto, con el esfuerzo,
el dolor físico y el orgullo de su madre, como lo había calculado con exactitud
Gilberto, el muy capaz ginecólogo originario de Tonalá, Chiapas, quien además,
como se lo había prometido y como no hubo impedimento clínico, ayudó a
Cristina, mi mujer, a cumplir su deseo de tener un parto natural.
Pasadas las 22 horas, y una vez que se despidieron
los embajadores de otros países y los invitados especiales, nuestro anfitrión
esa noche, el embajador de México en
Cuba nos condujo a una estancia pequeña,
pues el Comandante Fidel Castro había confiado al secretario Bravo Ahuja su
deseo de convivir un rato más, ahora de manera informal, con los mexicanos.
Recuerdo que además de quienes integrábamos la
delegación mexicana, así como del ministro José Ramón Fernández y del Embajador
de Cuba en México, ahora sólo fueron invitados René Portocarrero y Nicolás
Guillén, el pintor y el poeta de la identidad cubana, representada en sus obras
con líneas y colores, con sonidos y versos, bordados en ambos casos con los hilos del
espíritu y los ritmos de la negritud.
Ya sentados en la estancia, todos muy contentos, el
embajador de México ofreció y Fidel Castro agradeció y aceptó encantado brindar
con tequila. Así inició una animada
plática especialmente con don Víctor Bravo Ahuja, con Guillén y Carlos Pellicer, el poeta mexicano
de los versos verdes, tropicales, vegetales, con el subsecretario Gonzalo
Aguirre Beltrán, y con el dramaturgo
Héctor Azar.
El Comandante pronto habló de su estancia
prerrevolucionaria y como exiliado en
México, y entre otras muchas cosas evocó
los “… bellos mercados mexicanos, tan coloridos de frutas y vegetales…” Sentado
a prudente distancia, yo tomaba algunas notas, por lo que el ministro cubano de
Educación se acercó y, de la manera más cordial, me dijo que no debía hacerlo
porque estábamos en una reunión privada, además de que, ya interpreté yo, el
Comandante en Jefe hablaba en confianza, abiertamente. Yo le convencí de que
sería cuidadoso y que daría un uso leal y apropiado a mis notas.
Se habló durante la velada de lo mucho que los
mexicanos habíamos visto y del
desarrollo que ya se lograba en Cuba en la educación, en la medicina, en la
ciencia y la técnica digitales, en las actividades agropecuarias.
Como algo de esto último había trascendido hasta
México, y en ese ambiente de intercambio de cortesías, yo quise sumar otra y
dije que un científico de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura), que había estado en Cuba, un doctor Todd, había
propuesto al gobernador y a los ganaderos de Chiapas, en los primeros años
“setentas”, el establecimiento de un programa para alimentar, si mal no
recuerdo, 500 cabezas de ganado con una
mezcla de melaza y bagazo de caña de azúcar, que podría cultivarse en una
superficie de sólo 50 hectáreas, y todo ello con base en una novedosa
tecnología cubana.
Pero la sola mención del científico de la FAO produjo una inesperada, airada respuesta del
Primer Ministro. No sé cómo pude sobreponerme en forma inmediata, como era
indispensable para no quedar aniquilado. En su marejada de palabras
condenatorias encontré un resquicio y,
de manera muy veloz, pude explicar que había mencionado el asunto porque fui testigo
en Chiapas cuando el doctor Todd
presentó el proyecto, como producto de una nueva tecnología de Cuba, al doctor
Manuel Velasco Suárez (científico en funciones de gobernador que había recibido
reconocimiento internacional por sus aportaciones a la neurología y que,
además, había concebido, diseñado y fundado el Instituto Nacional de
Neurología).
Además, dije que el doctor Todd lo había hecho con
mención y reconocimiento del desarrollo agropecuario logrado por la Revolución
Cubana. Nunca le oí, dije, ninguna expresión que no fuera de respeto a Cuba, a
su Revolución, a su Comandante en Jefe.
Volvió a escucharse la voz de Fidel Castro, en ese
momento ya de manera sosegada, pero indicativa: “Sí, así son estos ingleses.
Aquí vino y trató de convencernos de que
sembráramos maíz para sustituir a la caña, cuando nuestras tierras no son aptas
para el maíz... Y a México fue a presumir con una tecnología cubana”.
En tal forma, con alivio general, concluyó sin
consecuencias aquél incidente que, por un momento, pareció ser fatal, quizá no
sólo para mí desempeño profesional. A la vez, también terminó la velada, porque
el Comandante en Jefe se puso de pie. Entonces, ya reconfortado y supongo que
también de manera audaz, le dije:
“Hay algo, señor Comandante, que por disciplina
profesional, no me permito nunca…, pero hoy, si usted no tiene inconveniente…”
Y con voz y ademán llamé: “fotógrafo…”
Entonces, el hombre, el antiguo luchador social, el guerrillero, el
estadista que ya había entrado a formar parte de la historia universal, explotó
en toda su bondad: “¡Claro chico!”, exclamó, al mismo tiempo que me abrazaba.
Y con su cámara, el fotógrafo lanzó un destello y
registró el instante.
Un día después: El secretario Bravo Ahuja y su esposa habían volado
muy temprano a Estados Unidos. Por otro lado, ya de regreso a México en un
pequeño jet que pertenecía al CAPCCE, en el que
viajábamos sentados frente a frente los últimos seis miembros de la
Delegación Mexicana, y yo todavía con inquietud interna, a don Héctor Azar, en
su condición de autor, recreador y director de dramas que se interpretan en
Teatro y que, antes, se construyen con
emociones, pasiones y conflictos humanos, le quise preguntar:
“¿Cómo me vi anoche, maestro?” Y su respuesta fue
tan contundente como exoneradora: “Divino, Bernardo… Estuviste ¡ d
i v i
n o ! ”, me dijo, espaciando las sílabas de esta última palabra.
Un año más tarde: El ministro cubano de Educación había viajado a
México, y junto con su colega y anfitrión mexicano, el secretario Víctor Bravo
Ahuja, llegó a la Cancillería Mexicana, que se levantaba en Tlatelolco, donde
entonces, ya en 1975, se inauguraría la Segunda
Reunión Cuba México de Educación, Ciencia y Cultura.
Al bajar del automóvil me reconoció y me obsequió
el saludo más bondadoso: “Oye, eres un
gran escritor… Cuando quieras vente a trabajar conmigo a Cuba”. Una vez más
quedé muy conmovido.
Y me di cuenta que el Ministro de Educación de Cuba
también me hacía saber con esa cortesía, que había leído la crónica de aquella
velada con Fidel Castro en la Residencia de México en Cuba, que yo había escrito esa misma madrugada,
ayudado por la memoria y por las notas que él me había pedido no tomara
porque “…estamos en una reunión privada”.
Bernardo Meneses Curling
México, noviembre 27 de 2016
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