HISTORIA DE UNA FOTO PARTE I






Misión en Cuba, Cuando Fidel Irradiaba

Vitalidad y Personalidad  Descomunales

 

A las cuatro de la madrugada  aterrizamos  en La Habana. Y tan pronto como fue puesta la escalerilla subió al avión un hombre maduro, atlético, de movimientos ágiles y ojos vivaces. Nos saludó con gran  simpatía, y sin ningún protocolo pero sí con mucho entusiasmo y gentileza, nos dio  una alegre bienvenida a Cuba.

Luego supimos que era José Ramón Fernández (4 de noviembre de 1923-6 de enero de 2019),  el Ministro de Educación y héroe de la Revolución Cubana –por su desempeño en la batalla victoriosa de Bahía de Cochinos, contra la invasión del ejército contrarrevolucionario y mercenario, procedente y apoyado por Estados Unidos.  

Recibía a  la delegación mexicana que llegaba para participar en la Primera Reunión México-Cuba de Educación, Ciencia y Cultura,  celebrada en esa isla del Caribe en 1974.

Ya en el edificio del Aeropuerto José Martí, el Ministro de Educación hizo que  se omitieran a nosotros los trámites migratorios. Y siempre de manera diligente, cordial, nos condujo a un salón pequeño sin ningún arreglo especial, aislado del resto de los viajeros,  donde  con gran camaradería nos dijo que celebraríamos nuestra llegada a Cuba.

En seguida, mientras todos permanecíamos de pie, llenó copas con mojitos, la típica  bebida cubana, que esa madrugada puso en nuestras manos, sin darnos oportunidad a que nos negáramos, pues sólo habíamos mal dormitado por momentos, durante las cuatro horas del vuelo desde la Ciudad de México.   

(Los Mojitos “...se hacen  con  lima o limón en trozos,  jarabe o azúcar, hierbabuena –que habrá de ser  martajada con todo lo demás, sin que se rompan sus hojas–; ron blanco,  hielo, agua,  y finalmente se agita todo”).

Y así, este personaje chocó su copa con las nuestras y nos invitó a brindar.  Mucho antes, un día había egresado de una academia militar de élite de Estados Unidos, y  años más tarde, de regreso en Cuba, por conspirar desde el ejército cubano contra el gobierno del  dictador Fulgencio Batista, fue encarcelado en la prisión siniestra de la Isla de Pinos, en la que antes también sufrió reclusión Fidel Castro.

 El mojito, el estilo y la simpatía del anfitrión provocaron que terminara de  aflorar todo el entusiasmo y la emoción con que llegaba a Cuba la Delegación Mexicana, que entre otros integraban:

Gonzalo  Aguirre Beltrán, subsecretario de Cultura Popular, antropólogo, científico social (quien  30 años antes había revelado a los mexicanos,  través de un libro, su tercera raíz étnica: la africana);  Gerardo Bueno Zirión, director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología; Héctor Azar, dramaturgo y uno de los creadores del nuevo teatro mexicano.

Además, Carlos Pellicer, poeta legendario del trópico y del agua, del Usumacinta y el Grijalva –los dos ríos vecinos que surcan Chiapas y Tabasco, originados en Guatemala y, después de su territorio, engrandecidos por mil afluentes–; poeta “autor de diez o doce sonetos que han sido considerados entre los mejores creados en la lengua hispanoamericana”.

Algunos otros de los delegados eran los directores del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE); de la Comisión de Desarrollo de la (cañera y azucarera) Cuenca  del Papaloapan –o Río de las Mariposas, en lengua Náhuatl, el otro que con el Grijalva y el Usumacinta son los tres ríos mexicanos de mayor caudal; así como quien  escribe, coordinador de comunicación social de la Delegación.

La tercera raíz étnica –que aportaron los cientos de miles de africanos, traídos por España, como esclavos, durante la Colonia–, ya mestizada  en su casi totalidad –o no mezclada, como se mantiene en la costa del Pacífico de los estados de Oaxaca y Guerrero–  complementa a la española y a la amerindia, que es la raíz originaria, cultural, y base del actual pueblo de México.

Sin embargo, el sistema racista  mantenía oculta al conocimiento social, esa tercera raíz africana, a pesar de que es evidente en los rasgos físicos de muchos de los mexicanos. Etnicidades que, en mayor o menor medida, compartimos quizá con todos los países latinoamericanos.

Después de beber dos mojitos y de haber entrado en una plática muy animada, se nos trasladó y hospedó en Cubanacán. En este barrio habanero de grandes residencias, hasta hacía unos 14 años, vivían las clases cubanas y extranjeras privilegiadas, dominantes, durante y antes  del gobierno dictatorial del presidente Fulgencio Batista, cuyo régimen estaba al servicio del dominio de Estados Unidos en Cuba.

Al triunfo de  la Revolución Cubana (1º de enero de 1959), José Ramón Fernández  fue liberado de la Cárcel de la Isla de Pinos.  Tales clases dominantes abandonaron sus grandes residencias para salir de Cuba y establecer otras en Miami. En esas residencias de Cubanacán ahora se daba alojamiento a visitantes distinguidos o   invitados del nuevo  Estado socialista.

Ya en esas residencias, buscando facilitar las cosas, el ministro José Ramón Fernández pidió la ayuda del que escribe para  distribuir   en ellas a unos y otros de los visitantes, lo que hicimos en cuatro  casas,  de acuerdo a las preferencias  de compañía de los mismos.

El  vuelo del secretario de Educación de México, Víctor Bravo Ahuja, llegó  a las 9  de la mañana,  y  a las 10:00 inició en el Ministerio de Educación, la Reunión México-Cuba de Educación, Ciencia y Cultura,

 Así empezó un maratón de actividades en las que por doce días, a lo largo y a lo ancho de la isla, desde las 8:00 cuando se servían desayunos de trabajo, hasta pasada la medianoche,   los mexicanos trabajaban intensamente o asistían a ceremonias cívicas y eventos artísticos, de manera sucesiva con cubanos de las más diversas condiciones y actividades:

Desde el Presidente  Osvaldo Dorticós; el Rector, profesores y estudiantes de la Universidad de La Habana; el Ministro de Industrias,  operadores y trabajadores de empresas industriales y agroindustriales (como ingenios azucareros); de los institutos  de Investigaciones Digitales y, entre otros, de Desarrollo Pecuario.  

Especial simpatía nos provocaron, en la Isla de Pinos, los estudiantes de los Preuniversitarios en el Campo (de toda la gama étnica cubana: negros, rubios,  mulatos, mestizos-amerindios). Los Preuniversitarios en el Campo constituían un sistema de educación media distribuida en toda la isla, y que además de las instalaciones escolares, auditorios, áreas deportivas, talleres, cocinas, comedores y dormitorios, estaban dotadas de 400 hectáreas dedicadas generalmente al cultivo de cítricos.

Estos “preuniversitarios”, mujeres y hombres adolescentes, que a nuestros ojos aparecieron radiantes de vitalidad y alegría, así como conocedores de la historia de México, nos platicaron y demostraron  orgullosos su formación en las aulas y en los cultivos de cítricos, que producían en las huertas escolares para el consumo cubano y que también preveían ya para la exportación.

Casi siempre estuvimos acompañados por el carismático ministro José Ramón Fernández, anfitrión del encuentro, o sucesivamente por otros funcionarios, científicos, técnicos, profesores, deportistas, poetas, escritores y artistas, algunos de prestigio internacional, como  René Portocarrero, creador de la pintura que podemos considerar de la identidad cubana.

Y Nicolás Guillén, el creador y/o impulsor de la rítmica, musical poesía afrocubana; con cuya cadencia el lector o escucha se asoma a la cultura antillana;  y también a la denuncia y a la reivindicación de los derechos históricamente  conculcados a la población negra  en Cuba, en Estados Unidos, Sudáfrica.

Nicolás Guillén nos recibió en su hogar, un departamento habanero. Yo lo había conocido y escuchado –junto con una multitud de otros estudiantes, todos con emoción desbordada–,  en un recital en la Universidad Nacional Autónoma de México –del cual escribí una crónica, publicada al día siguiente (año 1966) en El Día, uno de los dos diarios nacionales más importantes de esa época, y preferido entonces por esos estudiantes y sus maestros.

A los dos días de que llegamos, el secretario de Educación de México me informó que había recibido una  invitación del Gobierno de Cuba para dos personas, y me pidió  que esa noche lo acompañara a un acto de masas conmemorativo de un hecho   de la Revolución.  El vehículo y el chofer que nos habían sido asignados nos condujeron a la Plaza de la Revolución.

Y un funcionario que nos aguardaba nos condujo hasta nuestros  lugares, reservados en la tribuna puesta detrás y a un costado del pódium, desde el cual poco después el Comandante  en Jefe de la Revolución y Primer Ministro de Cuba, Fidel Castro Rus informó,  reflexionó, cuestionó, aleccionó durante unas dos horas ante cientos de miles de cubanos que –con sus ocasionales  voces y ademanes, festivos en unas o enérgicos en otras oportunidades; desde el lugar que esa noche les había tocado, cercano o lejano al orador  en la plaza enorme–,  parecían dialogar, al compás del discurso, con su adalid.

Todo el diálogo se centraba en el trabajo, la salud, la educación, el bienestar y la defensa de Cuba y su Revolución.

Cuando finalizó el multitudinario mitin, llegó ante nosotros el mismo funcionario que nos había recibido, y nos condujo a la parte posterior de la tribuna de estructura tubular desmontable. Allí ya nos esperaba  el comandante Fidel Castro (13 de agosto de 1926 - 25 de noviembre de 2016, por cuya muerte, ayer, escribimos estas crónicas), quien nos recibió y saludó con mucha cortesía y cordialidad en ese ámbito rústico, donde también mantenía  plena toda la dignidad y la fuerza descomunal que irradiaba su personalidad.   

No recuerdo bien si cuando llegamos ante él, ya tenía  en la mano o si en ese momento le sirvieron de una botella una copa de ron. A pequeños sorbos, tonó una sola y nos explicó que lo acostumbraba para bajar la descarga de adrenalina que producía durante  algunos de sus discursos. Luego de departir un momento, pidió que lo acompañáramos y con él abordamos un automóvil negro y grande, sólo el Secretario de Educación de México y yo.

El vehículo salió de La Habana, tomó una carretera sin que percibiéramos el acompañamiento de escolta alguna;  y en el trayecto, durante unos 50 minutos, habló con el secretario Bravo Ahuja en torno a Cuba y a México; de la histórica hermandad cubano-mexicana; de la oportunidad y la gran importancia de que ambos países incrementaran su colaboración; de América Latina, de Estados Unidos, de las condiciones geopolíticas y sociales  en  Asia y en África.

De manera particular habló de Angola (país que hacía años estaba  en guerra por su independencia de Portugal y, más tarde, contra ejércitos coloniales de  Zaire (la actual República Democrática del Congo), de la Sudáfrica del Apartheid y de dos ejércitos mercenarios,  armados, financiados y asesorados por Estados Unidos.

Fue una guerra de reivindicación victoriosa a la que Cuba acudió en su auxilio a lo largo de 16 años, sucesivamente con unos 450 mil cubanos: médicos, maestros, ingenieros y, entre ellos, unos 50 mil combatientes).

Al final, Fidel Castro pidió a su chofer que detuviera la marcha, se despidió, dijo que ese mismo vehículo nos regresaría a Cubanacán. Y bajó  en la carretera, sin que nada se viera en el contorno, en medio de la oscuridad absoluta de esa noche.

Bernardo Meneses Curling

 

México, noviembre 26 de 2016 

bmeneses1curling@gmaill.com

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