El aplicado
Tan ordenadito que escribía, ocioso, con las mechas duras por el jugo de limón y siempre preguntando en clases, sentándose en el primer asiento, pasando los cuadernos en limpio.
Ordenadito y guailón, pegado a las polleras de su mamá, defendiéndola con rabia cuando algún feriante le tiraba sus cortes.
Ordenadito, al menos no copiaba, tenía buena memoria, pero por los puros libros que leía, sin saber lo que era refregarse con mujeres de verdad. Quizá esa vez que llegó despeinado, con la cara sudada, fue un punto de inflexión y, de pronto, el ordenadito sacó las manos y soltó los libros para enviciarse en la novela pasional, que iba detallando la escalada sensual hacia el éxtasis. El ratón de biblioteca comenzó a seducir bibliotecarias.
Aplicado, releyendo y explorando, el ordenadito se avivó y le cambió la voz, Hizo la cimarra, atracó con mujeres mayores, probó las piscolas, entró a ver, de colado, películas para mayores de 21, pisó por primera vez un prostíbulo; las chicas del barrio, ésas que nunca lo pescaron, lo vieron aparecer con una explosión de locura, jugando con fuego, modulando mentiras para lograr abrazos y descerrajar hipócritas castidades.
El aplicado, el del primer puesto, se puso chacotero, degustó besos de verdad, de esos con lengua y mano atrevida, calzó bluejeans y cantó rockero, pinchó en las tomas de liceos, se agrandó haciendo discursos en las asambleas, lo mandaron a la inspectoría y le llamaron al Apoderado. De ser el más aplicado, el del primer puesto, pasó a ser el mejor compañero, el bueno pál hueveo.
Por esos tiempos, pelo largo, fiestas de amanecida, bailar apretado y calentar exámenes, el aplicado, el ordenadito, se quedó en el pasado, las malas juntas lo desordenaron para siempre.
Caballero de la Rosa
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