El burro de la oreja mocha
“El Bimbollo” no volverá a burlarse de las cosas que no entiende. Jamás olvidará la noche que con su amigo el “Ganso Marinela” celebraron la fiesta de fin de año de la empresa “Bimbo” (de ahí sus apodos). Trabajaban como choferes de reparto. El Bimbollo era muy blanco y gordo, mientras el Ganso presumía su color achocolatado por descender de africanos. Esa madrugada ellos siguieron celebrando y bebiendo en un parque cercano, cuando pasó un chucho flaco, el Ganso preguntó:
—Bimbollo ¿Sabes qué son los nahuales?
—Sí. En mi pueblo es un trapo enrollado que se ponen en la cabeza las mujeres para cargar cosas pesadas.
—No seas güey, esos son “yaguales”. Los nahuales son gente que se transforman en animales: ese chucho flaco es un nahual.
—¿Sííí? ¿Un nahual flaco?
El Ganso sonrió.
En los pueblos es creencia popular que existen personas malas, aliadas con el diablo, que toman forma de animales y hacen daño a los demás, a los indefensos. Esos animales son su alter ego o su animal tutelar.
—¿Cómo sabes que ese chucho es un nahual? —preguntó el gordo.
El Ganso no respondió, la pregunta obligada fue:
—¿Tú eres nahual? —dijo el Bimbollo.
Una enigmática sonrisa fue la respuesta.
—¿En qué animal se convierten los nahuales?
—Perro, caballo, águila… depende —dijo el Ganso Marinela.
—¡Te creo. ‘Orita te convertiste en loro, pues puras pendejadas estás diciendo —bromeó el Bimbollo.
Como estaba borracho lo retó:
—¡A ver, Ganso, hazte un toro, porque hacerte güey no te cuesta mucho, lo he visto en el trabajo!
—¡Olvídalo! —respondió el otro.
—Yo soy como Santo Tomás —dijo el Bimbollo.
—¿Qué tomás?
—Ahí lo que sea tu voluntad —y rió
Un fin de semana el Bimbollo visitó a unos parientes en un pueblo cercano y dos de sus primos lo invitaron a un baile que terminó tarde. De regreso a casa, un burro caminó a la par de ellos. En el pueblo no era raro ver a un pollino vagabundo, al burro le faltaba una oreja, rebuznaba continuamente y presumía su arma sexual.
—Si quieres lo agarramos y te montamos en él —le ofrecieron sus bromistas primos al visitante.
—Pobre burro, le falta una oreja, no hay de ‘onde agarrarse —bromeó el Bimbollo.
El animal peló los dientes y se metió entre él y sus parientes. Paulatinamente lo fue apartando y cuando el Bimbollo se sintió acorralado pidió ayuda. Apedrearon al burro que rebuznando y pelando los dientes se perdió en la oscuridad de la madrugada.
El lunes siguiente, ya de regreso en la ciudad y a su trabajo, el Bimbollo fue al baño para ponerse su uniforme y empezar su diario reparto. Ahí se encontró con el Ganso que sonreía burlón:
—¿‘Tonces qué…? El pinche burro de antenoche en tu pueblo no te dejaba caminar y no lo montaste porque le faltaba una oreja ¿Verdad?
El Bimbollo quedó impactado y más cuando el Ganso se levantó el cabello y vio que no tenía la oreja izquierda.
—¡Ah, cabrón! ¡Eras tú el burro mocho!
El Ganso Marinela reía y pelaba los dientes mientras “hacía del uno”. El Bimbollo se acercó, de reojo miró a su amigo, lo que vio lo asustó. Corrió veloz a la puerta.
—“¡Auxilio! —gritó aterrado— ¡Este negro es nahual y ya empezó a convertirse en burro!”.
Enrique Orozco González
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