El padrecito



Jaime ayudaba a su abuela a pelar duraznos, que luego iba colocando en unas mallas finas, armadas con marcos de.madera, que él cortaba y cepillaba en el taller de trabajos manuales de su escuela. En esas mallas iban extendiéndose los duraznos y cuando la malla se llenaba se tapaba la cubierta con una tela de visillos, que impedía el paso de moscas al recipiente. Hecho este trabajo, Jaime se trepaba al techo e iba colocando los rectángulos blancos al pleno sol de Norte. Chico. Unas semanas después,  el secado de la fruta permitía cosechar los huesillos, que doña Julia iba pesando en paquetes de kilo, en unas bolsas de papel café,que apilada en repisas de la cocina, lugar donde se desenvolvía la vida de la familia.

Jaime tenía 12 años y había empezado su secundaria, como internado en la ciudad más cercana por lo que sus vacaciones de verano eran el tiempo de retorno a casa de su abuela, que lo había criado desde que su madre falleciera a pocos meses de él nacer. Una tarde, cuando tenía 10 años, Julia le contó la tragedia.Su madre había sufrido una grave depresión post parto y se había suicidado. Ella había tenido amores con un hombre casado, que se había esfumado cobardemente, dejando a Silvia abandonada en su embarazo. 

En su pubertad de campo, Jaime vivió una gran pena, que hundió sus ojos, se volvió retraído, solitario, dando largas caminatas por los cerros, en una tristeza que su abuela trataba de romper con gestos de amor, que salían de su corazón  a través de su cocina, donde se esmeraba por darle gustos a su regalón, que sabía no tendría en las comidas del internado. Jaime adoraba a su abuelita y pasaba la mayor parte del verano, ayudándola en trabajos pesados, que ella ya no estaba en condiciones de realizar.

Jaime había crecido con mucho amor, pero dentro suyo daba vueltas la interrogante, acerca de quién había sido ese desalmado que había abandonado a su madre y a él, de manera cobarde. Y culpaba a ese monstruo de la muerte de su madre y de esa melancolía que se le había impregnado en sus ojos, como una congoja, que le hacía tímido frente a las niñas que más le atraían.

Esa tarde se había subido al techo para instalar los  cajones de deshidratado y, estaba en eso, cuando detectó en el entretecho un baúl antiguo, con un candado grande en su cerradura. La curiosidad encendió sus ojos y con gran cuidado trató de abrirlo. No lo logró, pero se propuso conseguir la llave para averiguar qué secretos podría contener ese viejo baúl de viaje. Recordó que Julia solía andar siempre con un llavero grande, para ir abriendo y cerrando los portones y  el cuarto de despensa, donde guardaba el carbón, los sacos paperos,las cebollas de guarda y.las trenzas de ajo. Pensó que en ese juego de llaves debería estar la de ese baúl.

En los días siguientes, espero la ocasión de hacerse del llavero y probar las llaves. Mientras su abuela dormía su sagrada siesta, tomó el llavero y, sin hacer ruidos,se instaló sentado en el entretecho para abrir el baúl,  lo que logró al cuarto intento. Retiró el candado y abrió el baúl,  rogando que no crujiera. Ante sus ojos, lo primero que vio fue una foto de su madre, en blanco y.negro. Luego, encontró fotos de ella junto a un hombre alto y elegante, de bigotes largos. Unas cartas aparecieron atadas con unas lanas rojas. Jaime comenzó a leerlas,  pero, teniendo que su abuela despertara, dejó todo en orden, cerró el baúl, se llevó las cartas, y silencioso como un lince devolvió el llavero a la mesita de velador de su abuela.
Seguidamente,  entró fuerte al dormitorio y le dijo a su abuela 
- Voy a poner la tetera para que tomemos onces

Esa noche se encerró temprano en su habitación y se dispuso a leer las cartas. Eran cartas de amor de su madre a un gran amor. Pero jamás habían sido enviadas. Su destinatario era el párroco del pueblo, que había sido trasladado a otra Diócesis, al saber que él estaba en camino.

Jaime esa noche comprendió porqué su abuela siempre decía que en su pueblo el diablo andaba vendiendo cruces.

Caballero de la Rosa

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