Los excursionistas
Esa fue la tarde más lluviosa de agosto. La carretera de Volcán estaba cubierta de la densa niebla. Había poco tránsito. A las seis de la tarde, el grupo completo debería estar en la Cascada perdida, punto de encuentro para regresar. La noche anterior, todos, cercanos al cráter, acamparon mojados pero felices, reconstruyendo las vivencias desde el caballete de la región centroamericana, donde se divisan los colosos del ponto, el Atlántico y Pacífico; y los recuerdos de la memoria colectiva reviven los desaparecidos en el pico del león que ronca; no obstante, al día siguiente, al retornar a la piquera, eran solamente doce.
Los excursionistas lo esperaron casi dos horas, hasta
que decidieron tomar el último autobús. Sus semblantes reflejaban preocupación.
Sentados en los puestos finales, comentaban mirando por las ventanas, cada
paraje de misterio y fragancia que iban dejando atrás. Siete horas
demoraba caminar por la inhóspita
cordillera de Talamanca, plena de colorido en su biodiversidad florística de intrincadas
pendientes, tejidas con montes espesos, helechos frondosos, poliformes orquídeas
desde la corteza hasta la cima de robledales, laureles, cedros y gavilanes, en éxtasis permanente con la armonía gutural de los
quetzales, loros, carpinteros y aulladores. Estos heraldos anuncian la presencia de los caníbales
mosquitos que bajan guiados por el poniente del arcoíris, de la Montaña Dorada del
Barú, tras la búsqueda de sustento, porque ya no hay comida ni conejos ni
manigordos pintados para cazar.
Los estudiantes de tesis, investigadores de la Escuela
de Geografía e Historia, por varios años, habían atravesado el despeñadero, cada vez más carcomido por los derrumbes -sin
atención de los guardabosques ni regulación ambiental alguna. El presentimiento
se apoderaba de sus mentes ¿Le habrá
pasado algo a Dany? No tenía por qué adelantarse y dejarnos solos ¡Cómo se molesta cuando tomamos decisiones
sin consultarle!, dijo Juan, mirando fijamente a sus compañeros. Tendría algún apuro cuando se vino primero
que nosotros. Total, se sabe el camino hasta dormido. Son seis años de ser
nuestro guía, agregó Pablo, quitándose la empapada gorra. Cuando lleguemos, habrá que llamarle nuevamente
y si no está, le buscaremos dónde sea para que nos explique por qué nos dejó
regados -comentó José con tono disgustado. ¡Seguramente, el man estará despatarrado donde la abuela Timo que le
dio arroz con poroto y mondongo
–inquirió jocosamente, Ernesto; Juan bostezó largamente y casi se los traga a
todos. “!Bro! No hable de comida porque mojado hasta la rabadilla, siento
más hambre y sueño”. El mutismo selló sus bocas y aquietó sus ojos hasta
que llegaron a la piquera próxima a sus hogares.
Los padres de Dany escucharon los gritos, abrieron la
puerta por los fuertes toques y se quedaron en shock, a causa de la visita de los chicos. Los inseparables
excursionistas habían regresado, menos uno.
Aura América González Beitia
David, 7 de mayo de 2021
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