CASERITA
Zarandeaba el canasto de mimbre en medio del mercado, las papas chilotas soltaban la tierra gredosa y se iban limpiando, disimulando sus ojos misteriosos. La pilastra se preparaba de madrugada, se disponían las frutas más seductoras, se hilvanaba la madrugada entre aromas, las betarragas de color granate y los apios verdes iban creando banderolas, los morrones rojos, verdes y amarillos, trepaban sus aromas encantados; los repollos y las zanahorias competían en alegría con las lechugas melancólicas. Más allá las naranjas, las manzanas deliciosas y las verde limón; los plátanos ecuatorianos reposaban su larga travesía. La armonía del amanecer se congregaba en la ceremonia del mercado que despertaba y un tropel de hombres abrigados entraba y salía preparando todo. En un canasto oloroso, llevado por una abuela milenaria, los panes batidos asomaban la palta con arrollado huaso y el té o el café humeantes llenaban de aromas el reposo después de la tarea cumplida. La tienda estaba abierta