Cartas, emociones e historias
Su majestad, la carta, tiene esa fuerza conmovedora que palpita en la caligrafía, que permite expresar las emociones del autor, las energías que éste coloca en el rito del ensobrado, el envío postal y las esperas. Por medio de la carta, una persona se dirige a un semejante en la forma más íntima y discreta, con un lacre y un sello distintivo, una voz personal que como susurro quiere atravesar distancias para llegar en beso, queja, requiebro, seducción encubierta, reclamo, pena, nostalgia o una gran pasión, a remecer de vida al destinatario o destinataria. Todo cabe en las líneas de una carta, insustituible elemento de las relaciones humanas a lo largo de la historia y que sigue orbitando por el nuevo siglo, tal como esos viejos álbumes de fotografías, en tonos sepia o blanco y negro, piezas de museo en cada hogar. La estructura de una carta conlleva siempre el contexto de un flujo, de continuidad; la conciencia de ser parte cada esquela de un todo mayor, de una historia a trazo...
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