El señor de los nudos

 



 

“La vida es un mecate con muchos nudos —decía don Enrique, mi padre—. Esos nudos, te ayudan a subir cuando joven y no te permiten caer cuando viejo”. A pocas personas conozco que anuden corazones como él. También amarraba cosas de cualquier tipo y tamaño, quedaban exactas, ni tan flojas ni tan fijas. Recuerdo la vez que lo visité, y conmigo llevaba mi viejo termo para café, que por el uso perdió el asa.

         —Mientras lo mandas a reparar con un profesional, le voy a poner “una agarradera” con este hilo verde —en unos minutos, tejió un asa que estuvo ahí veinte años.

Don Enrique no tenía enemigos. El destino lo puso en un lugar donde pudo ayudar a muchas personas. En mi casa el teléfono sonaba muy temprano, unos llamaban para solicitar trabajo, otros para agradecer.

Yo, cuando joven, le hice ver su suerte, pero siempre me tuvo mucho amor y sobre todo  paciencia. Recuerdo mis primeras salidas nocturnas de adolescente, mi viejo no podía dormir por la preocupación y más de una vez lo encontré en la calle, de madrugada, esperándome. Pero lo hice tantas veces que lo vacuné y fabricó anticuerpos. Una noche, enfiestado en casa de una familia amiga, un invitado (a las dos de la madrugada) pidió permiso para usar el teléfono, habló con su papá, le informó que estaba bien y que tardaría en llegar. Pensé: “yo también le hablaré a mi papá para decirle que estoy bien”. El teléfono repiqueteó muchas veces hasta que escuche la alarmada voz de mi padre:

         —¡Bueno! ¿Quién habla?

         —¡Papá, soy yo!

         —¿Que te pasó, qué te pasó?

         —¡Habló para decirte que estoy bien!

         Y contestó como todo un padre chiapaneco:

         —¡Y si estas bien, pa’ que chingados me despiertas! ¡Háblame cuando estés mal! —y colgó.

         Por eso, ahora, que estoy mal, te hablo: “ayer por fin se rompió el hilo que le tejiste a mi termo hace veinte años —si ese, que solo fue temporal—, jamás pensé llorar abrazando un hilo verde, pero lo hice”.

A veces creo que nunca podré hacer nudos  como mi padre. Esos nudos que le ayudaron a subir cuando joven y evitaron que cayera al envejecer. Pero seguiré su ejemplo (el bueno, por supuesto). Extraño a ese señor que anudó su mecate de vida al mío, con un nudo ciego que, nadie, nunca, podrá romper.

 

Enrique Orozco González

Comentarios

  1. Que belleza de nudo aquel!! , bendigo los nudos que sin reparar en ellos y que hoy he recordado, me mantienen unida a mi madre hermanos y hasta a mi padre...

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