Una historia de amor en Antigua


Una historia de amor en Antigua

Después de largas 15 horas de vuelo, incluido un trasbordo de avión en Panamá, Esther finalmente llegó a su destino final, la bellísima Antigua, ciudad situada a pocos kilómetros de la capital de Guatemala, la que lleva el mismo nombre.

Ella era de profesión médica, actualmente podía lucir una destacada trayectoria no excepta de bemoles, ya que, en 1974, partió exiliada a México logrando después de varios años, retornar a Chile.

Esta vez, como entre tantas otras, su misión era representar a Chile, en un Congreso cuyo eje central era, su especialidad de Neuróloga, y tenía como escenario un afamado centro de convenciones y hotel a la vez, llamado “El Convento Boutique Hotel”, lugar de ensueño, que conservaba algunas características de Convento construido en el siglo XVII.

Una vez en su habitación ornamentada como un espacio de “monja rica”, y  repuesta del largo viaje, bajó a comer un refrigerio dispuesto en uno de los salones, ahí se encontró con varios rostros conocidos, pero, entre ellos le llamó la atención un médico de nacionalidad peruana, que la atrajo inmediatamente con su hablar pausado y una conversación culta sin alardes de esa condición, sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor se quedaron solos, enfrascados en una amena charla que abarcó distintos ámbitos, después de algunas horas, él la fue a dejar hasta su habitación y se despidieron con un “hasta mañana y que descanses”.

Al día siguiente, en el salón de reuniones  ambos se buscaron con la mirada y se sentaron juntos, ella había sido formada en una disciplina casi militar, lo que se traducía en el gran esfuerzo que tenía que hacer por centrar su atención en los temas que se trataban, situación que se auto reprochaba diciéndose a sí misma ¿qué te pasa Esther, eres una mujer casada, amas a tu esposo, él te espera con ansiedad en tu casa?, pero a la vez se sorprendía pendiente de los movimientos de su compañero, cuando cayó la noche se volvieron a juntar para disfrutar de un trago, el nuevamente la fue a dejar a su habitación y repitió la misma frase de la despedida anterior.

Al otro día se repitió todo, excepto que al llegar a la puerta de la habitación y  despedirse se quedaron mirando y sin contener sus deseos ambos se besaron apasionadamente y mirando a ambos lados del corredor, para cerciorarse que nadie los observaba, entraron a la habitación de ella y sin gran preámbulo, volvieron a besarse y la gran cama, pensada para una “monja rica”, los acogió a ambos, quienes se amaron durante casi toda la noche, él, al filo del comienzo de la reunión del día, volvió a su habitación , se duchó rápidamente y presto apareció en el salón y se sentó al lado de su ya “amante”.

En días siguientes durante los ratos libres, aprovecharon de pasear por las calles de adoquines de la hermosa ciudad, disfrutando a plenitud de la compañía del otro, en las noches volvieron a repetir sus furtivos pero intensos encuentros de amantes, sin pasado, sin historia, solo el presente que estaban viviendo.

La penúltima noche del Congreso, disfrutando de la semi penumbra de la habitación, se confesaron su amor sin tapujos, él le propuso que dejaran todo atrás y se fueran juntos a otro país, que dejaría a su familia y que ella hiciera lo mismo, que ambos tenían hijos grandes, los que tendrían que comprender este amor.

Retozaron hasta altas horas de la noche, diciéndose cuanto se amaban, ambos se prometieron hablar durante la mañana por teléfono con sus familias para decirles que no regresarían a sus hogares.

Durante la ceremonia de cierre, también se sentaron juntos y, recibieron sus respectivos Certificados por la Destacada Participación en el Congreso, luego de los abrazos de despedida de sus colegas, él le dijo “nos juntamos en una hora en el bar para afinar detalles de nuestro viaje”, ella subió a su habitación con el llanto atragantado en su garganta, había tomado la firme decisión de volver junto a los suyos a su país, rauda tomó su equipaje, pidió un taxi a la puerta del hotel, casi corrió por los pasillos, para que él no la fuera a ver, y la convenciera fácilmente de huir juntos,  subió al vehículo le pidió al taxista que se fuera muy rápido porque de lo contrario perdía su vuelo, su llanto incontrolable, lo escondió tras unos grandes lentes de sol, a través de ellos, veía la vegetación selvática que iba quedando atrás así como el recuerdo de ese fulminante amor que la acompañaría el resto de sus días..

 Eugenia Guerra Marchant 

Agosto 17 de 2021

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