La plaza de las iguanas

 


A Guayaquil llega Esteban en vuelo directo desde Santiago. Las cinco horas, a la velocidad de 720 km/h las pasó en parte pensando en Ruth y en el abogado que resolvió el divorcio que lo deja como hombre soltero para otro amor. El siente que va entre las nubes a tanta altura ya que no divisa ninguna gaviota de vuelo aerodinámico que tanto le gusta mirar cerca del mar. El almuerzo, las dos copas de vino y su próxima reunión con los colegas ecuatorianos, muy promisoria, cambian su preocupación por su resiente separación.

Desde el aeropuerto Esteban coje un taxi y el chofer relata con orgullo los progresos de la ciudad, de nuevos caminos, carreteras y edificios modernos. El paisaje sorprende gratamente a Esteban.

En un barrio de la ciudad costera y la mayor de Ecuador, Norma y Susi, amigas y compañeras de trabajo, discuten por teléfono sus planes para esa tarde. Finalmente deciden buscar un galán en la plaza de las iguanas que es muy visitada por los turistas que en esta época del año viajan a las islas Galápagos. Claro que la mayoría son parejas de esposos de gringos que hablan muy poco español.

Esteban, tipo cuatro de la tarde, sale del hotel El Rastro, después de haber cancelado los dos días de estadía por la habitación que lo dejó muy conforme por la cama amplia y su baño interior. El recepcionista, muy amable, le señala algunos lugares notables de la ciudad, en especial la plaza de las iguanas, la catedral y el centro comercial. Esteban queda impactado por los altares, reclinatorios y todo el decorado de la iglesia que a esa hora de la tarde tiene feligreses sentados o de rodillas en actitud de oración. El deja la iglesia y recorre algunas calles comerciales. Se detiene en una vitrina con juguetes de madera de colores muy vistosos. Piensa que pueden ser un buen regalo para llevar a sus nietos.

La rubia Norma, que viste un traje muy formal de falda y chaqueta, mira con aparente interés los juguetes de la vitrina y también observa al señor que está a su lado. Que bonitos están los trencitos de madera, dice casi en un susurro. Se miran con Esteban y entablan conversación. Ella relata que es profesora parvularia y después siguen con un animado diálogo sobre juguetes, niños, jardines infantiles, nietos, regalos y demás.

Disculpe, expresa Norma, pero debo juntarme con una amiga en la plaza de las iguanas. Esteban sin programa definido esa tarde, se ofrece acompañarla hasta la plaza y conocer las iguanas que nunca ha visto. La amiga, que se llama Susi, la encuentran sentada en un banco de la plaza. Muy cerca de ella, se ven varias iguanas en el césped y algunas en los árboles que impactan a Esteban por su forma exótica y colorida. Susi, morena con su vestido ajustado, se ve atractiva y con sonrisa coqueta saluda a Esteban que se siente a sus anchas, las invita a tomar un café o bebida y sigue muy animadamente la conversación, en especial con la Susi. Las damas, piensa, han caído del cielo para su alegría.

Bueno, vamos a tomar un trago a otro local, y quizás bailar propone Susi. Detienen un taxi que después de varias cuadras los deja en un local muy alumbrado con música tropical, tragos combinados y bebidas gaseosas.

Norma, al cabo de un rato mirando su reloj, dice que debe volver a su casa. Esteban con la Susi tomada del hombro no tiene más que seguirlas y volver al centro en taxi. Después de dimes que diretes de las dos benditas amigas llegan al hotel El Rastro. Susi pide subir al baño. Mientras, Esteban en la recepción recoge la llave de la habitación Susi se escabulle hasta el ascensor. Ambos entran en la habitación amorosamente tomados de la cintura. Él con el  corazón palpitando y la cabeza diluida siente crecer el cuerno entre las piernas. El sostén de la morena es rosado y Esteban se lo desabrocha en la penumbra.

Esteban en un movimiento brusco gira su cuerpo, mira la ventana abierta se sienta y ve la habitación vacía. Su cabeza se llena de preguntas inútiles. Engañado.

El detective de la policía civil, a las 4 de la mañana, escribe a máquina la declaración de Esteban, en la semioscuridad, seguro que se está divirtiendo de lo lindo con la historia del chileno.

Señor usted tiene suerte, le dice el taxista que a medio día lo lleva a la reunión con los académicos del instituto, si se hubiera despertado con las damas en la pieza más de un cariño con navaja habría recibido.

 

Sergio Nemesio Salinas

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