La triste brevedad de un sueño.

 


 

Para Belén

 

El vuelo de medio día de una de las aeronaves que van de la ciudad de Tapachula a la ciudad de México de ese quince de enero del dos mil veintiuno, no era cualquier vuelo.

El avión en turno de ese día iba cargado de sueños de cinco de sus felices pasajeros. Si la emoción hechas felicidad y alegría tuvieran un color, el avión se habría teñido con ellos y, emulando una hermosa mariposa multicolorida, habría tomado vuelo esa tarde calurosa para surcar el cielo.

En contraste con esa alegría, la madre - abuela que los había llevado al aeropuerto, volvió a casa con el corazón vacío. Y, contrario a lo que siempre hace, a su regreso al hogar vacío, lloró como nunca sus ojos había vertido tantas lágrimas. Sintió como su alma, así, de pronto, se había partido en mil pedazos. Molesta consigo misma, de tanto llorar, pidió perdón a Dios y encomendó en su nombre a sus seres queridos.

Belén, joven mujer de treinta años y única mujer de tres hermanos, había procreado, a su vez, tres hermosos vástagos: una hermosa niña y dos apuestos varones. Las circunstancias que envolvió su vida, sin embargo, no le fueron de todo favorables y, como tantas otras mujeres de su tiempo, vivía en la más cruel incertidumbre, no obstante haberse preparado para enfrentar los retos de este mundo.

Dejó bajo el protector cuidado de la abuela a sus tres hijos y decidió buscar un mejor futuro para ellos en la gran urbe. Cuando creyó haberlo encontrado en la confiable compañía de un buen hombre de una buena familia, regresó ella al hogar materno con la intención de llevarse a los niños y comenzar allá, una nueva y mejor vida para ella y sus niños.

Llegó diciembre del 2020 acompañado de nubes tormentosas por la invasión de una cruel pandemia que puso en jaque a todo el mundo. No obstante, esa amenaza que cimbraba a todos los países de la tierra, ese fin y principio del año veintiuno, vivieron todos felices en casa de la abuela, celebrando las fiestas decembrinas; con las restricciones impuestas por el virus.

Llegó la fecha programada para el viaje y, al mediodía del viernes quince de enero, con emociones encontradas, salieron con rumbo al aeropuerto: ella, un hermano que la acompañaba y los tres pequeños hijos.

Partirían hacía la ciudad de México en busca de ese inasible y prometedor futuro. Allá los esperaba un hombre valioso que les ofreció su corazón, su esfuerzo y su familia para acogerlos en su amoroso abrazo. Cuatro años habían transcurrido desde que se conocieron, tiempo razonable para que sus decisiones estuvieran bien fundadas en la confianza.

Con mil emociones se despidieron de la abuela. Ella, fuerte de espíritu, soportó con estoicismo la despedida y los vio partir confiando en que era lo mejor para ellos.

Dos horas más tarde, la aeronave que los llevaba, aterrizó con bien en el aeropuerto internacional de la ciudad de México y, felices, abandonaron la nave y corrieron emocionados en los pasillos de la terminal aérea donde ya él los esperaba.

Dada la hora del día, hacía hambre. Se detuvieron en uno de tantos establecimientos de comida y, entusiasmados y llenos de contento, comieron juntos los seis, por vez primera.

La salud de ella no pasaba por el mejor momento; un trastorno glandular de la tiroides la aquejaba y, sin embargo, no le impedía hacer sus actividades. La tarde anterior a su viaje había ido al doctor a una consulta de rutina. Le recetó éste algún medicamento que ella decidió empezaría a tomar una vez llegado a su destino. Y no se le ocurrió comentar con el galeno que al otro día tomaría un avión para viajar a ciudad de México. ¿Cuál hubiese sido la recomendación del médico? Nunca se supo.

Tomó el grupo el transporte que lo llevó a la terminal donde abordarían la unidad que los trasladaría hasta un lugar del Estado de México, último tramo de ese feliz viaje y en la sala de espera comenzó el desenlace. Belén la emocionada, rodeada de su familia, comenzó a sentirse mal. Personal del servicio médico de la terminal le brindó los auxilios, hicieron, dijeron después, que habían hecho todo lo posible. No pudieron con la inevitable y sorpresiva muerte que tomó a Belén entre sus brazos conduciéndola a otro destino que no era el que pensaba…

Llanto, dolor, incredulidad sintieron… y lo peor: ¡en medio del caos y la confusión y el temor de la pandemia que el virus SARS-COV 2 causaba. Se descartó esa causa. Eso permitió que, una vez diagnosticado su deceso recomendaran los médicos que pronto se tramitara en un servicio funerario su traslado de regreso. Con el alma partida y mil interrogantes por tan cruel destino, realizó él todos los trámites, comunicó a todos, la noticia que cayó como cubeta de agua fría. Nadie, pero absolutamente nadie creía esa noticia. El hilo que las Moiras, hijas de Zeus y de Temis habían tejido para ella, intempestivamente se rompía esa tarde en una ciudad lejana.  Cruel Destino.

Volvió Belén a su casa materna en negra carroza funeraria; a su lado, el hombre que allá la esperaba y con quien había soñado un mejor futuro para ella y sus hijos.

 

 Enero, 2021

Floricel Santizo Velazquez

 


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