Nuestros Años Plateados
“No me digas viejo, sólo soy el doble de joven que tú”
Del libro Esbozos
La juventud es energía pura
empujando los cambios, es la evolución que forja futuros, derrumbando las murallas
conservadoras de época, es el paso avasallante que rompe atavismos y crea
espacios propios. Esa actitud de vida, que llamamos juventud, puede ir en un
cuerpo vigoroso o en uno desgastado por los años, pero , en esencia, se puede
mantener, si el ánimo de rebeldía se mantiene.
Otro criterio para mirar la
madurez se ubica en la consecuencia de vida acumulada, respecto a las
convicciones y creencias. Envejece quien carga con incoherencias, cuando se ha
vivido a disgusto consigo mismo, porque eso hace infelices a las personas que
no han hecho aquello que les habría gustado y que los apasiona, no lograr aquello que los llena de
satisfacción. Llegar a la madurez con menor o mayor carga de frustraciones, de luchas
no dadas, de amores negados, de ideas que no aterrizaron, de silencios que duelen, significa que aquello
repercute en la actitud presente y las expectativas de futuro. Se dice que el
hombre cosecha lo que ha sembrado y yo agrego que la vejez profundiza los
defectos y no es un paso hacia la virtud.
Seguir soñando espacios de
armonía, mantener flameantes las utopías, cambiando para cambiar el mundo, son
reflexiones para vivir felices hasta el último instante.
La salud mental y física, es el
tercer componente de la vida adulta. La muerte es una certeza, pero todos
aspiramos al buen morir, tratando de imaginar que ese instante sea un paso
breve, como un salto indoloro, como una invitación a cruzar a dimensiones que
nos entusiasmarán. El buen morir, sin extensas y dolorosas enfermedades, es la
convicción que orbita en uno cuando se cruzan las décadas. Pero eso queda como
telón de fondo del último derrotero, que uno se propone caminar sin penurias,
contento por cada día, por cada sueño. Tratando de aplicar las energías y
talentos en una vida virtuosa, disfrutando los afectos, tratando de dejar buenas experiencias en los nietos, alivianando las alforjas para el último asalto.
No se trata de encerrarse en uno
mismo, para intentar a destiempo vivir lo que se siente pendiente o en deuda, sino, más
bien, integrarse a los vientos de
cambio, como una constante actitud de comprensión de tu tiempo, de tu lugar en
él y de mantener un compromiso humilde y honesto con aquello que crees.
No sentirse viejo, despertar cada
día con un propósito, ocuparte de trabajar en lo que te apasione y disfrutarlo. Y, cuando alguien te pregunte cómo estás, decirle “excelente y mejorando”.
Caballero de la Rosa
Comentarios
Publicar un comentario
Su opinión nos ayuda, la crítica es valiosa, muchas gracias.