La partida de Carmelo, el “Meco”

Por Facebook me enteré de tu muerte, querido Carmelo López, y me sentí desolado. Hace tres o cuatro años en una de las últimas fiestas de La Rial, en Villaflores, me saludaste. Tenía más de sesenta años de no verte y al acercarte y preguntar si me acordaba de ti, mentí por cortesía y contesté afirmativamente; pero la verdad es que no supe quién eras. 

Hasta que J J Solórzano me preguntó:

—¿Ya saludaste a Carmelo? Él me preguntó por ti.
Me llevó contigo y corregí mi error. Te abracé y te pedí mil disculpas. La verdad no habías cambiado mucho, pero es que no te vi en el proceso de arrugamiento. Cuando nos conocimos yo tenía nueve años y vos diez más. Alto, meco, colocho y siempre risueño. A pesar de la diferencia de edades fuímos amigos. Eras el “second” o mano derecha del padre Roberto Trejo en las tareas de la iglesia, yo su monaguillo (monigote decía mi abuela) y su estorbo en las misas.
Como si fuera hoy te veo subir al campanario de la vieja iglesia, y si eran repiques a horas inusuales yo salía al patio de mi casa y me gritabas:
—¡Bautizo de a peso! o ¡Boda de a dos pesos!
Corría a disfrazarme de acólito y luego de asistir al sacerdote en la ceremonia la lana caía en buenas manos (las mías).
Cuando el sacerdote compró la mesa del futbolito, ese juego se volvió la pasión de todos los niños que frecuentábamos la iglesia y tú hasta te olvidabas que eras un excelente radiotécnico y dejabas voltímetros, amperímetros y demás artefactos con los que revivías viejos radios para cambiarlos por los pequeños muñecos de metal del juego. El padre Roberto y tú eran los mejores jugadores, tú en la delantera, el padre en la defensa, hasta que se encontraron con sus “mero padres”: el Archiduque en la delantera y yo en la zaga. Fueron épicos nuestros encuentros, pero de cada diez juegos nosotros ganábamos ocho y ustedes se negaban a perder, eso hizo nuestra rivalidad eterna.
En esa reunión de La Rial, la última, me diste tu número telefónico y quedamos que cuando fuera al pueblo en tu casa tomaríamos café con buen pan. Creéme, querido Meco, que mañana 5 y pasado mañana 6 de octubre estaré en Villaflores y que pensaba hablarte para cumplir con nuestra cita. Al saber de tu muerte te marqué al número que me diste y pensé: “’Onde me conteste él, me va a dar un gusto enorme saber que la noticia de su ausencia es falsa”. Pero no, me contestó la más pequeña de tus hijas, Martha Elena, a ella le conté mi pesar por tu deceso. Descansa en paz, querido Meco, pero tenemos pendiente ese café del “Si es Ochoa’s ‘tá galán”, para una mejor ocasión y para que me cuentes, otra vez, aquellos “cuentos de espanto” que, según tú, sucedían en la vetusta iglesia y con los que siempre me hacías reír, ahora te los contaré yo y tú reirás para que vuelva a ver tu cara que nunca estaba seria (y por eso no te reconocí la última vez que nos vimos: hacía falta tu cálida sonrisa) hasta pronto amigo.
Enrique Orozco González

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