Pude morir un viernes

 


Pude morir un viernes
 

El infarto cínico se disfrazó de dolor de estómago y atacó a las 3 de la madrugada del jueves 25 de noviembre. He vivido para contar la historia y tengo la información privilegiada al haber sido cronista de mi propia aventura. Las primeras horas, en la madrugada, recurrí a tes medicinales, pero el dolor en la boca del estómago era agudo y frío, impedía estar quieto o conciliar el sueño. Me paseaba por la gran casona. No tenía dolor en los brazos, no me dolía el pecho, pero instintivamente durante todo el tiempo, tosí mucho, como para expulsar el dolor, el cual atribuía a algo que habría cenado o quizás por haberlo hecho muy tarde.

Llegó la mañana, había amanecido, el dolor no pasaba.

Me dije, cuando pase el dolor de estómago dormiré y por ahora voy a

comenzar la jornada como de costumbre. Amanecido, me duché y me vestí para iniciar mis actividades, lo cual significó a las 8:00 hrs hablar con el colega que me subroga, para indicarle que había pasado muy mala noche y que ese día firmaría los documentos en el estudio de mi casa. Así avanzaba el dolor y recién cuando eran las 10 de la mañana, mi mujer me dijo nos vamos al Hospital, Patty Mella nos venía a buscar en su jeep. Vistiendo sólo una camisa fresca porque ya el calor subía en la costa, partí con ellas al Hospital de Chañaral.

Allí la atención fue dedicada y salvó mi vida. Un

solo médico y una enfermera universitaria eran todo el personal profesional del Hospital. Ellos tomaron a cargo el procedimiento y por celo personal, para descartar algo mayor, me hicieron el electrocardiograma que detonaría todo el protocolo de salvataje. Me comentó el Doctor que existía para las enfermedades cardiacas que están en el AUGE, un protocolo nacional que se cumple en todos los lugares del país  y que tiene estándares internacionales frente a infartos al miocardio. El procedimiento se llama trombólisis y significa que a uno le aplican una bolsa de suero con una sustancia anticoagulante que detiene la producción de coágulos.

En ese momento todo el Hospital se activó, la

transfusión tomó 45 minutos, durante los cuales me iban preguntando el nivel del dolor, para aplicar pequeñas dosis de calmante para atenuarlo. Mientras esto ocurría llamaban una de las ambulancias que venía regresando de Copiapó para trasladarme con máxima urgencia a la capital regional, donde podía haber más medios para actuar frente a la emergencia. Personalmente, los dos profesionales que me atendían, subieron a la ambulancia y se inició el viaje de casi dos horas, el mismo que hice tantas veces conduciendo y por tanto conozco casi de memoria. Pero esta vez, iba tendido en la camilla, con oxígeno y el chequeo constante de los dos jóvenes que veían con temor que el paciente pudiera descompensarse o enfrentar un segundo infarto.

A las 15 horas del jueves estaba en la Unidad de

Cuidados Intermedios del Hospital de Copiapó, donde los médicos buscaban estabilizarme, pero sin contar con las tecnologías adecuadas para cortar el problema. Mientras era atendido en el Hospital, se realizaban las gestiones dentro del Servicio Nacional de Aduanas y con la ISAPRE Colmena para trasladarme a la Clínica Reñaca. Finalmente, a las 17 hrs del día siguiente me embarcaron en un avión ambulancia hasta Torquemada, de donde me llevaron velozmente a la UCI de clínica Reñaca. Eran las 19 hrs. A las 21:00 hrs el equipo médico especializado que me atendería ya había llegado. A las 22 hrs se inició la operación, el examen de diagnóstico y luego la angioplastia, a través de las venas de la muñeca derecha.

Totalmente consciente pude ver en el monitor cómo

los doctores iban eliminando el coágulo y extrayendo los residuos. Mi corazón se portó impecable y nunca hizo ninguna arritmia. La operación concluía a las 24 horas del día 26 de Noviembre. Me habían salvado la vida. El infarto entraba en proceso de observación y evaluación, pero el riesgo vital estaba superado.

Pude no vivir para contarlo, quizás no habría podido

agradecer la enorme y veloz cadena de amor, apoyo, profesionalismo, calidad de servicio, amistad y solidaridad que se detonó a partir de este siniestro. Pude morir ese viernes porque se había dado el peor de los escenarios, sufrir un infarto en Chañaral, que está en medio del desierto, a 2 horas de Copiapó, a 4 de Antofagasta, una región y comuna que carecen de atención especializada para este tipo de emergencias. Sin embargo, se articularon las voluntades para sumar un resultado eficaz, cual fue mantenerme vivo y luego movilizarme a un centro especializado, dotado de los recursos médicos y de equipamiento de punta para atender a la solución del problema.

A Dios gracias, siempre me mantuve consciente, mi

mujer reaccionó con la eficiencia, amor y coraje de siempre y conté con el apoyo de buenos amigos que acompañaron en la odisea. La calidad profesional de los jóvenes profesionales del Hospital de Chañaral, de mi colega, la Asistente Social de Aduanas, fueron fundamentales, porque superando carencias supieron seguir los protocolos, atar cabos y el resultado fue oportuno y exitoso.

Durante esta aventura, que pude no

haber escrito, entre escáneres, quirófanos, jeringas y sueros, mi mente seguía activa, soñando en formato de redes sociales, inventando actividades que al final en mi semi inconsciencia descartaba por ilógicas. Era el efecto de una frenada que a nivel mental no lograba aún su ajuste. Asumiendo que estaba en el límite, viendo como llegaban los hijos desde muy lejos porque quizás intuían una despedida y los pronósticos en algún instante habían sido lapidarios.

En medio de esta vorágine, que fue

en realidad breve, que significó sólo 45 horas de tensión, incertidumbre, impotencia, la imaginación divagaba. Me preguntaba por los tantos blogs inconclusos, por los muchos amigos y conocidos virtuales que se enterarían muy tarde que un contacto dejaba de seguirlos. Imaginaba que los epitafios virtuales llegarían muy tarde. Porque era viernes, cada cual andaba en su onda, muchos cruzando música, formulando propuestas a eventos, adhiriendo a causas tan profundas como la defensa del hoyo en los picarones.

Me reía en medio de los pinchazos

y controles de lo febles, débiles, esporádicos y fugaces que somos en la existencia, que vamos por las ferias virtuales, gritando nuestras pomadas, conectados con estados de ánimo, con saludos, con toques. Y me reía, en medio de mi recuperación en la UCI, de lo irónico que sería que el lunes siguiente alguien me mandara un toque y yo del más allá buscara la forma de contestar. Era literalmente intentar pellizcarle el traste a un ánima y con medio pie al otro lado del camino, tenía motivos suficientes para especular al respecto.

Después de ese viernes, veía mis

cachureos amontonados, repartidos como souvenirs o lanzados a un vertedero, porque la vida continuaba ese lunes y de esta dimensión nadie se lleva nada. En fin, si algo hubiese fallado, si todo no se hubiese dado como se dio, Usted jamás habría leído estos disparates. Gracias a Dios y a todos los que ayudaron para que ello no ocurriera.


Hernán Narbona Véliz

Valparaíso, 6 de diciembre de 2010.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un amor irracional

Arrebato

Don Peño