A propósito de los que parten...
No se puede pretender escribir cada nota con un sentido fundacional, como si fuese la última que escribes, es suficiente tender las ideas en forma desordenada sobre un mantel, para que se justifique el acto comunicacional. No se puede vivir en medio de densidades, es necesario sonreír y para ello hace falta volver los ojos a las situaciones cotidianas, a las disfuncionalidades que se dan en las familias, a los agradables chismes de pueblo chico, donde todos nos conocemos desde niños, donde las yayas se van transmitiendo en forma atemporal, quedando tatuadas como un apodo en tu historial.
Es
agradable, por tanto, desplegar las ideas para sentarse junto al río de la vida
y observar, sin prisas, como fluyen amores y desamores, pasiones y olvidos,
amistades falsas y amistades verdaderas, amores platónicos y amores de carne y
hueso, fuegos idílicos y fuegos que laceran el alma. Escarbar de paso los
vericuetos del ser para prepararnos para nuestro propio último viaje, viaje
real o quizá simple acceso al andén de una estación circular, para una partida
sorprendente, vaya uno a saber. El punto es que, regresando de la despedida que
damos a los amigos que dejan este mundo, sentarse a ver fluir la vida es un
ejercicio grato y necesario, sin cabildeos, sin sofismas, sin polémicas,
invisible en la mirada del horizonte, sin ser parte de él, abstraído en tu
propia dimensión, especulando metáforas o hilando nuevas crónicas.
Así
se desdibujan los días y el alma aterriza paciente en el cuerpo y sigue viaje,
tratando de incentivar aventuras, tratando de hacer flamear nuevos sueños,
inflamando pasiones que llegan al sudor veraz de la pasión sentida.
Arremolinando la vida, asido a un madero que flota en la inmensidad, sin
sostener posiciones ni dogmas, como una veleta que se deja llevar por la brisa,
sin oponer resistencia, así te encumbras en este ejercicio mágico de seguir
adelante, sabedor de que cada paso podría ser el último, que jamás la congoja
enredará tus bailes, que amarás con la porfía de un gladiador irreverente, que
buscarás en los duelos breves por los amigos que se han ido, una señal de paz,
una sonrisa, un puñado de lecciones que quedaron de esas ocasiones brevísimas
en que nos topamos para caminar los breves espacios de los proyectos conjuntos.
Miles
de rostros quedan como un halo difuso en este caminar, pero ayuda creer que
alguna vez los recuperaremos en la gran memoria de la partida, cuando se
recorra en un instante la vida que fluyó por tu enramada, donde las deudas
pendientes, las promesas de encontrarnos, de seguir queriéndonos, cayeron
pisoteadas por el tiempo y sus urgencias.
Por
eso, pensé que era bueno dejar este tiempo para un divague, que quizás no lleve
a ninguna parte, pero que permitirá sintonizarme de nuevo con los paradigmas propios,
rememorar y proyectar al unísono, con la esperanza de llegar pletóricos a ese
instante postrero en que se apaguen las luces y la comedia continúe, pero en
otra dimensión, donde partirás desnudo, sólo con pasaje de ida.
Periodismo
Independiente, Hernán Narbona Véliz, 10 de marzo de 2012.
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