El Gol

EL GOL

Hubo una vez en un lejano reino, un príncipe solitario que triste miraba desde las almenas de su enorme palacio como en la villa los niños pobres se divertían corriendo detrás de una pelota de trapo. El podía pedir lo que quisiera, todos sus deseos eran atendidos por la Reina madre o por su padre, los reyes que velaban por mantener el pequeño reino en paz y libre de las asechanzas de codiciosos vecinos. El pequeño príncipe era hijo único, caprichoso como lo son los niños sin hermanos, un niño travieso que soñaba con tener amigos, igual como los tenían por montones los villanos que el miraba divertirse en torno al palacio.

 Curioso y ansioso por tener amigos, una buena tarde bajó hasta el portón de entrada y viendo que el puente levadizo estaba tendido para que entraran las carretas que venían de las ferias, aprovechando la confusión se escapó precisamente hacia el mercado. Caminó entre canastos llenos de zapallos que mostraban sus enormes calabazas, se fascinó con los mesones repletos de sandías y melones, frutas que llenaban el aire de aromas y colores, hasta llegar al borde de una canchita, en donde sendos montículos de piedras armaban los arcos. Una pelota hecha de medias tensadas servía para que dos equipos, de 5 jugadores por lado, se trenzaran en una partida de un juego colectivo denominado fulbito.

 Sentado al borde de la cancha, el príncipe notó que nadie se le acercaba o hablaba y él lo único que quería era ser incluido en alguno de los equipos para tener oportunidad de jugar, como lo hacen los niños. Lágrimas de pena grande comenzaron a brotar de sus azules ojos y , de pronto, un muchachito como de su edad, se sentó a su lado y le preguntó;

 - Niño, ¿q



ué tienes? andas perdido, de dónde eres y porqué lloras...

 - Lloro porque no tengo amigos, vivo solo en ese castillo, pero no hay allá más niños  y por eso vine a verlos, porque quiero jugar con ustedes.

 El chico villano se emocionó, llamó a sus compañeros y luego de susurrarles algo, pararon el partido para hacer un cambio. Uno de los jugadores salió y allí hicieron que entrara a jugar el príncipe solo. Él se sacó su camisa de seda y se puso una desgastada camiseta del club al que se sumaba, e ingresó a la cancha. Al principio con gran timidez, pero luego mostrando su destreza y velocidad para disputar la pelota de trapo, el príncipe se olvidó de su investidura y comenzó a defender y atacar, entregando pases con precisión y resistiendo hombro con hombro la presión de los defensores del equipo contrario. Sudando, con la camiseta mojada, en un ataque colectivo, recibió un pase y luego de una finta que hizo pasar de largo a un defensa, sacó un disparo que clavó la pesada pelota en un ángulo, logrando un hermoso y decisivo gol que quebró el marcador.

 Gritar un gol y ser abrazado por los demás niños, llevó al príncipe a un estado de felicidad máxima y, en medio de ese éxtasis estaba, cuando  la orilla de la cancha se llenó de lanceros que lo buscaban. El temor de la Reina por su seguridad había llevado al Rey a enviar una patrulla a buscar y encontrar al heredero de la corona. El príncipe, a viva voz le dice al Capitán de la patrulla.

 -Yo soy el hijo del Rey, estoy feliz. Por favor avísenle a mi padre que estoy bien y que cuando termine el partido quiero invitar a los amigos a casa. Díle que haga preparar unos panecillos dulces y leche con chocolate, que subiremos en no más de una hora.

 

Los niños de la villa perdieron el miedo al ver que el príncipe con camisas de seda, era ahora un miembro más del equipo. El gol que había marcado, lo había convertido en uno más de la comunidad. Las diferencias durante el partido habían desaparecido.

Al llegar al castillo con una veintena de invitados, la Reina personalmente preparó la mesa y dispuso una merienda para congratular a los niños de la villa y agradecer que su hijo sonriera, con las mejillas rojas y los ojos azules luminosos de gol, en una alegría profunda que nunca antes había alcanzado.

 Panqueques  con frutas y helados de crema llenaron de júbilo a los niños de la villa. El Rey anunció en medio de la sorpresiva fiesta que desde ese día haría arreglar las canchas colocándoles césped y entregaría camisetas y balones de cuero para que el deporte siguiera uniendo a los niños y jóvenes del reino. Todos, a partir de ese día, comenzaron a apreciar a sus monarcas, los puentes levadizos tendidos se iluminaron y permitieron que la gente de la villa pudiera visitar los patios interiores del castillo y sentir así que la vida era más grata y fraterna.

El primer gol que hizo aquella tarde un príncipe solo, cambió la actitud del reino y todos vivieron unidos. Se cuenta que el mismo Rey ordenó a sus generales practicar el deporte y él mismo se sumó a partidos cada fin de semana.

El príncipe fue feliz, no hubo necesidad de amigos imaginarios. Seguir marcando goles fue la llave de su éxito y cuentan que muchos años después terminó siendo aclamado Rey para alegría total de todos los habitantes del reino. Fue justo y generoso y jamás se sintió solo.

 

@comarcadepoetas 3 de noviembre de 2018.


Comentarios

  1. Me recuerda al hijo de Napoleón, que vestido lujosamente miraba por la ventana de palacio a unos niños de jugaban alegres en el lodazal que dejó la reciente lluvia y musitó: "¡Cómo me gustaría revolcarme en ese hermoso barro!"

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Su opinión nos ayuda, la crítica es valiosa, muchas gracias.

Entradas populares de este blog

Un amor irracional

Arrebato

Don Peño