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Mostrando entradas de abril, 2021

El conquistador

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  Don Ramón era un español de ojos verdes con tez blanca y cabello marrón. Había venido al país centroamericano con la esperanza de mejorar su vida tanto económica como social. Trabajaba muy duro y guardaba todo el dinero que podía. Con los años, pudo adquirir una finca de café y tenía siembras de flores. Tenía ya 48 años de edad y seguía soltero. Por dedicarse tanto al trabajo, no había podido encontrar una enamorada que lo tomara en serio. A él esto no le preocupaba, porque quería estar bien establecido antes de comprometerse con alguna de las jóvenes casaderas. Los sábados eran los días que les pagaba a sus trabajadores. Ver la forma cómo se preparaba para hacerlo, a uno como observador lo sacaba de onda. Don Ramón era una persona muy agradable y verlo sonreír era un placer. Eso sí, verlo enojado era simplemente incómodo. Decía las palabras más ofensivas que jamás había escuchado. Es más, hasta agarraba el disgusto con Dios dirigiéndole toda clase de improperios. Yo estaba d

Doble Chamba

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  “No es posible que la palabra adiós regrese a despedirse” Raúl Renán   Recuerdo que cuando estuve enfermo por exceso de trabajo, conocí a mi vecina, la señora doña Gramática, quien vino a visitarme. Me contó que uno de sus hijos se había ido de la casa: el pequeño Participio.     Cuando me levanté de la cama me di cuenta de que la familia de doña Gramática se había puesto muy triste. Los hermanos mayores, Sustantivo y Verbo salieron a buscar a su hermanito.                Los siete hermanos restantes decidieron que era urgente un consejo de familia. Artículo determinó un plan: Adjetivo lo calificó de ridículo, Conjunción relacionó los hechos y la hermana Interjección exclamó: ¡Ay!, sin Participio, Adverbio se volverá callado, casi como Preposición, que nunca dice nada, Pronombre se ofreció a ocupar el lugar de Sustantivo mientras éste regresaba, para ser el sostén de su mamá, la afligida Gramática.   Cavilando, yendo de aquí para allá, Gerundio tuvo una ingeniosa

La Vida en matemáticas

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  La vida es un entero que dividida en cuartos da como resultado cien fabulosos años Cinco cabales lustros da esa operación que bien acomodados corresponden a cada estación. La tierna Primavera de uno a veinticinco cuando el andar de uno se da hasta con brincos.  En esa tierna edad, niñez predominante, el hombre se prepara para salir avante. Con cuántas aventuras, juegos y travesuras se forja la experiencia de aquella adolescencia que prepara la entrada de la gran juventud. Tiempo para adquirir la fuerza necesaria y poder producir para la vida diaria. Se prepara la mente con los buenos estudios. Con buena diversión sin ir a los tugurios. De uno a veinticinco transcurre la estación en la que nuestra vida es pura diversión. Luego viene el Verano que va hasta los cincuenta tiempo de producir el campo de la vida. Arar, sembrar, regar para que la cosecha ayude a prosperar. Tiempo de producir también a los retoños para que en el otoño tu puedas persistir. Es esta edad madura la que hace, por

El sacapuntas

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Me encontraba rebuscando unos documentos en una gaveta de mi cómoda, cuando de un bolso de tela se deslizaron chécheres y cosméticos. Hubo uno de ellos que llamó poderosamente mi atención: era el sacapuntas rojo, con la navajilla oxidada de apenas una pulgada, que usaba mi madre para afilar su lápiz de cejas, y el cual cuidaba con esmero.  Mi madre, conservadora en el gasto, nunca lo cambió. Yo pensé, al contemplarlo, que era el momento adecuado para afilar un par de lápices que hacía mucho tiempo no tenían el grafito.  Al tomar el sacapuntas, que apenas funcionaba, sentí un escalofrío entre mis dedos que me trasladó a mi infancia.  Veo las manos de mi madre tratando de sacar filo al lápiz dark Brown, que al rato usa frente al espejo para acentuar el tono de sus cejas y aquel lunar sobre el labio superior, tan piropeado y cantado.  Se viste y sale a hacer sus mandados esparciendo un aroma fresco a lavanda mientras se aleja. Al salir, cierra la puerta y yo vuelvo a la realidad.  Un día

Saludo SECH Filial Sin Fronteras en el Día del Libro y la Lectura

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Valparaíso, 3302 Sur, crónicas porteñas

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  E n el puerto Un seco frenazo puso término al viaje en tren. Eran pasadas las dos de la tarde y el sol de diciembre, más suave que en Santiago, se colaba por entre los abiertos ventanales del techo de la estación del puerto; lo acompañaba una brisa olorosa a algo y que, al decir de unos pasajeros que se aprontaban a bajar, levantaría polvareda en los cerros al atardecer. “Es el viento de Valparaíso” dijo uno, con propiedad, antes de abandonar el atestado carro. Una mujer cincuentona, con cinco chiquillos, de uno a siete años, esperaban sentados mientras la masa de viajantes descendía.   -Toño, toma de la mano a Enrique y tú Víctor a Jacinto.   Bajaron al final de todos; hermanados los niños mayores, cada uno con un pequeño bolso y la mujer con el más pequeño y una maleta. Salieron al espacio abierto anejo al muelle y vieron por primera vez el mar.   -¿Señor, me podría decir dónde queda la calle Tomás Ramos?   -Mire hacia el cerro señora, justo enfrente, donde ese viej

Don Peño

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Mi comadre llegó feliz a contarnos que había conocido a un caballero muy culto e interesante, que había llegado de Australia y que le había traído un regalo de su hermana. La había llamado por teléfono y había llegado esa tarde a dejarle el encargo. Ella lo invitó a tomar un tecito y allí él le contó que era su primer viaje, desde 1974, cuando había partido Australia, como consecuencia del golpe de estado. Mi comadre nos contaba que el hombre le había caído muy bien. Durante las onces, entabló conversación, repasando su matrimonio, su viudez reciente y el hecho de haber vivido muy joven, cómo se desintegraba la familia, por efectos del exilio de muchos de sus parientes.  Cuando ella preguntó qué hacía él en ese tiempo de los 70, él le contó que era aduanero y que lo habían enviado a la universidad a perfeccionarse. ¡Qué coincidencia! Mi compadre también es aduanero... "Cuando lo nombré, compadre, se acordó altiro de usted. Por eso vine a contarles, pensé que sería lindo juntarse

La maleta encantada

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  Parado frente a una endeble mesa de largas patas metálicas, cuya cubierta era una maleta de viajero, de aquellas forradas en papel de color té con leche, con rallas blancas y rojas en sus extremos y dos correas de cuero que servían de amarras, el hombre vomitaba borbotones de palabras con una pulcritud y un extraño encanto en su pronunciación, que los embobados transeúntes nos quedamos extasiados mirándolo, como al director de una orquesta, que con maestría dirige un concierto en una función de gala del Municipal. A la par que con sus ágiles manos sacaba desde el interior de tan singular mostrador, toda clase de artículos, que ofrecía a precios muy bajos, iba recalcando con marcada vehemencia que su trabajo lo hacía por especial encargo del fabricante, insistiéndole a la concurrencia, con su empalagoso discurso, que no solo llevara uno, sino dos y tres pares de calcetines del mejor hilo mercerizado, reforzados en punta y talón; igual cantidad de finos pañuelos para hombres; brillante

El aplicado

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Tan ordenadito que escribía, ocioso, con las mechas duras por el jugo de limón y siempre preguntando en clases, sentándose en el primer asiento, pasando los cuadernos en limpio.  Ordenadito y guailón, pegado a las polleras de su mamá, defendiéndola con rabia cuando algún feriante le tiraba sus cortes.  Ordenadito, al menos no copiaba, tenía buena memoria, pero por  los puros libros que leía, sin saber lo que era refregarse con mujeres de verdad. Quizá esa vez que llegó despeinado, con la cara sudada, fue un punto de inflexión y, de pronto, el ordenadito sacó las manos y soltó los libros para enviciarse en la novela pasional, que iba detallando la escalada sensual hacia el éxtasis. El ratón de biblioteca comenzó a seducir bibliotecarias. Aplicado, releyendo y explorando, el ordenadito se avivó y le cambió la voz, Hizo la cimarra, atracó con mujeres mayores, probó las piscolas, entró a ver, de colado, películas para mayores de 21,  pisó por primera vez un prostíbulo; las chicas del barri

El padrecito

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Jaime ayudaba a su abuela a pelar duraznos, que luego iba colocando en unas mallas finas, armadas con marcos de.madera, que él cortaba y cepillaba en el taller de trabajos manuales de su escuela. En esas mallas iban extendiéndose los duraznos y cuando la malla se llenaba se tapaba la cubierta con una tela de visillos, que impedía el paso de moscas al recipiente. Hecho este trabajo, Jaime se trepaba al techo e iba colocando los rectángulos blancos al pleno sol de Norte. Chico. Unas semanas después,  el secado de la fruta permitía cosechar los huesillos, que doña Julia iba pesando en paquetes de kilo, en unas bolsas de papel café,que apilada en repisas de la cocina, lugar donde se desenvolvía la vida de la familia. Jaime tenía 12 años y había empezado su secundaria, como internado en la ciudad más cercana por lo que sus vacaciones de verano eran el tiempo de retorno a casa de su abuela, que lo había criado desde que su madre falleciera a pocos meses de él nacer. Una tarde, cuando tenía 1

El burro de la oreja mocha

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“El Bimbollo” no volverá a burlarse de las cosas que no entiende. Jamás olvidará la noche que con su amigo el “Ganso Marinela” celebraron la fiesta de fin de año de la empresa “Bimbo” (de ahí sus apodos). Trabajaban como choferes de reparto. El Bimbollo era muy blanco y gordo, mientras el Ganso presumía su color achocolatado por descender de africanos. Esa madrugada ellos siguieron celebrando y bebiendo en un parque cercano, cuando pasó un chucho flaco, el Ganso preguntó: —Bimbollo ¿Sabes qué son los nahuales? —Sí. En mi pueblo es un trapo enrollado que se ponen en la cabeza las mujeres para cargar cosas pesadas. —No seas güey, esos son “yaguales”. Los nahuales son gente que se transforman en animales: ese chucho flaco es un nahual. —¿Sííí? ¿Un nahual flaco? El Ganso sonrió. En los pueblos es creencia popular que existen personas malas, aliadas con el diablo, que toman forma de animales y hacen daño a los demás, a los indefensos. Esos animales son su alter ego o su animal tutelar. —¿C

Las rutas del agua

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  Al desierto hay que tenerle respeto, en sus dunas y mesetas no se puede improvisar. Para navegar en su soledad inmensa y procurar conocerlo, hay que viajar con baqueanos que ubiquen sus riesgos y sepan conducir al visitante por las rutas del agua. Por ese relieve agreste, los incas supieron diseñar caminos y acueductos. Nos enseñaron a bajar el agua en terrazas, llevando vida, a la dura roca milenaria. Esto que es fácil de leer en los libros de texto, se hace una odisea enorme cuando uno recorre la inmensidad de esos caminos, cuando se tragan cientos de millas de estériles mesetas, cubiertas apenas con una vegetación porfiada de champas color verde terroso. Es increíble ver como los cactus se visten de una esponja verde para absorber la camanchaca, es impactante como sus brazos intentan cazar una estrella, pero se conforman al final con la bruma marina que los baña y hace que el seco y rocoso paisaje se haga habitable, con zorros y pájaros de desierto, que viven de ese parásito que c